Si antes visitar Santiago de Cuba era una tentación, ahora es un mandato del corazón. Allí está Fidel, invencible, victorioso, amado por su pueblo, respetado por el mundo. Una lluvia de lágrimas siguió el paso de la Caravana que condujo sus cenizas hasta la heroica ciudad, donde reposan por siempre.
Frente al monumento que lo acoge, cientos de personas le rinden espontáneo y callado tributo; y en las mentes aflora aquella sentencia martiana de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Una piedra hermosa, tan pulida como esas que abundan en los ríos que vieron cruzar las huestes mambisas, con sus cargas al machete por la libertad de la nación, es ahora custodia eterna de Fidel.
Santa Ifigenia cobija gloria de todos los siglos de lucha independentista. Allí todo se torna símbolo: de patriotismo, rebeldía, lealtad, cultura y cubanía. Cerca del Comandante en Jefe, se yergue majestuoso el Monumento a José Martí. Regresó el hijo pródigo, que en 1953 promulgó la idea de que el héroe no debía morir en el año de su centenario.
Entre tantos patriotas, 32 generales de la guerra contra el colonialismo español lo acompañan; también está Mariana Grajales, la
Madre de todos los cubanos; el gran Carlos Manuel de Céspedes; Frank País, Abel Santamaría, José Luis Tasende, y otra pléyade de asaltantes al Moncada, seguidos por combatientes de las gestas internacionalistas.
¡Hay que reverenciar a Santiago de Cuba!, en la ciudad todo es historia; lo son sus calles, sus plazas, sus monumentos. Hace solo unas semanas había visitado la ciudad. A mi familia y amigos les comenté lo impresionada que había quedado. Me conquistó su rejuvenecimiento y el halo histórico que se respira por doquier.
Me detuve ante los muros del Moncada. Imponente y solemne a la vez. ¡Qué valientes!, dije para mí, imaginando a todos aquellos hombres que el 26 de julio de 1953 tuvieron la osadía de atacar una de las fortalezas militares más importantes de la dictadura batistiana.
Y no pude desprenderme de mi raíz artemiseña e imaginé a aquellos muchachos llegados de la tierra roja, jóvenes sencillos —la
mayoría no conocía mucho más allá de su comarca—, pero todos compartían el sueño que lidereaba el más utópico de los cubanos, Fidel.
Fue esa una mañana particularmente especial, pues me nutrí de vitaminas espirituales. Justo en el Museo Provincial Emilio Bacardí, Monumento Nacional, se encuentra la sala dedicada a la historia de Cuba, que ojalá todo cubano pudiera visitar. Juro que mi cuerpo se erizó cuando vi tras los cristales la hamaca con la cual se envolviera el cuerpo inerte del Mayor General Antonio Maceo y Grajales, después de aquel 7 de diciembre de 1896, en San Pedro.
Todavía están allí las huellas de la sangre derramada por el Titán de Bronce. Y en otro de los paneles, para recordarnos la humildad de un hombre grande, está la levita y el chaleco usados por José Martí la noche del 26 de noviembre de 1891, en su primera visita a Tampa, cuando en el club Ignacio Agramonte pronunció el discurso en pos de la organización del Partido Revolucionario Cubano.
¿Qué decir del humilde cofre en el cual fueron conservados los restos de Carlos Manuel de Céspedes, el aristócrata que lo dio
todo por la independencia de su nación, y que justamente reconocemos como el Padre de la Patria?
Allí también, entre tanta leyenda, está el que fuera un torpedo construido de forma artesanal por los mambises, símbolo de la
creatividad del cubano echando alas para volar los veleros españoles durante la Guerra de Independencia.
¡Cuántos valiosos monumentos existen por doquier, en cualquier rincón de Cuba! Quedan para engrandecernos, fortalecer el espíritu, aprender y beber de la historia. En Santiago de Cuba, por si fuera poco, están esas montañas rebeldes que circundan la ciudad, que fueron un día y lo serán, de ser necesario, bastiones para defender la patria.
Son los símbolos del alma que nos acompañan en cualquier lugar. Ir a Santiago de Cuba será ahora la travesía añorada por todo cubano, será el reencuentro con la historia viva, cercana, hermosa, que nos ha tocado vivir y la que nos han legado los héroes y heroínas de la patria. Será el reencuentro con Fidel para decirle: ¡Aquí estamos, continuamos tu obra!