Por Hassan Pérez Casabona⃰
El propósito de integrar las naciones latinoamericanas y caribeñas constituye un anhelo de larga data, presente de manera invariable en el accionar de nuestros próceres y en el imaginario de los pueblos de la región.
Con independencia de que durante más de una centuria esa aspiración de concertar esfuerzos (tomando como vórtice la hondura histórica y cultural en torno a la cual se vertebran nuestros más caros perfiles identitarios) fue postergada por múltiples razones –en primerísimo lugar las innumerables maniobras frontales o encubiertas de las otrora metrópolis europeas y, más cercano en el tiempo, del imperialismo yanqui-, nunca desistimos de que tomara cuerpo entre nosotros una idea de tal magnitud.
Esa voluntad, la de no renunciar a asumir nuestro origen común y la convergencia de destinos desde las lógicas singularidades, es un mérito innegable de las vanguardias intelectuales y políticas a lo largo del tiempo, simiente a la vez de los avances que en la actualidad permiten relanzar dicha vocación, a dimensiones superiores en los más diversos ámbitos.
El camino recorrido desde los atisbos fundacionales por echar andar propuestas en las que confluyeran ópticas que desbordaran las fronteras nacionales, no ha sido en modo alguno una paseo por calzadas reales, sino un tránsito pletórico de sacrificios, resistencias y lucha por la defensa de esos ideales.
A lo que debe sumarse un contexto global signado la mayor parte de las veces por el desempeño de actores poderosos, contrapuestos a que las naciones empobrecidas en lo económico (pero con extraordinario caudal cultural y enormes potencialidades en diferentes esferas) nos integrásemos en un solo haz.
Podría señalarse que, en la batalla por alcanzar la unidad entre los que habitamos del Río Bravo a la Patagonia, estriba uno de los grandes pilares de nuestro devenir como naciones. Particularmente para los pueblos que bañan las aguas caribeñas –ese Marenostrum que marca de forma indeleble las esencias de sus ciudadanos, más allá de que nos expresemos en inglés, francés, español, creole o cualquier otra lengua- dicho dilema adquiere todavía mayor dramatismo.
Desde ese prisma lo definió con particular precisión el expresidente y lúcido intelectual dominicano Juan Bosch, quien radicó desde 1938 casi durante veinte años en Cuba, participando en la expedición de Cayo Confites en 1947, en la que también se enroló el joven estudiante de leyes Fidel Castro, precisamente quien colocara sobre el pecho de Bosch la Orden José Martí, el 11 de junio de 1988.
“La historia del Caribe es la historia de las luchas de los imperios contra los pueblos de la región para arrebatarles sus ricas tierras, es también la historia de las luchas de los imperios, unos contra otros, para arrebatarles porciones de lo que cada uno de ellos había conquistado; y es por último la historia de los pueblos del Caribe para libertarse de sus amos imperiales”.
En su investigación el primer presidente quisqueyano democráticamente electo luego de la dictadura trujillista, no solo aborda con amplitud los principales episodios relacionados con las naciones europeas, sino que captó con claridad meridiana la actuación de Estados Unidos.
“Además de usar todos los métodos de penetración y conquista que usaron sus antecesores en la región, los Estados Unidos pusieron en práctica algunos que no se conocían en el Caribe, aunque ya los habían padecido, en el continente del norte, España en el caso de las Floridas y México en el caso de Texas. En el Caribe nadie había aplicado el método de la subversión para desmembrar un país y establecer una república títere en lo que había sido una provincia del país desmembrado. Eso hicieron los Estados Unidos con Colombia en el caso de su provincia de Panamá”.
A lo que añadió una valoración que pone sobre el tapete la ejecutoria macabra llevada adelante por el poderoso vecino. “Los Estados Unidos iniciaron en el Caribe la política de la subversión organizada y dirigida por sus más altos funcionarios, por sus representantes diplomáticos o sus agentes secretos; y ensayaron también la división de países que se habían integrado en largo tiempo y a costa de muchas penalidades”. [1]
Diez meses más tarde de ese momento embrionario Fidel visitó Port Spain, donde se reunió con varios mandatarios caribeños. El 18 de junio de 1975, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el rector de la casa de altos estudios, Hermes Herrera Hernández, le otorgó a Williams el título de Doctor Honoris Causas en Ciencias Históricas.
En consideración a dicha fecha, se acordó en el 2002 fijar el 8 de diciembre como día Cuba-Caricom, reflejo a su vez de los extraordinarios lazos de amistad entre esos países y la Mayor de las Antillas.
En la intervención en el acto celebrado en el Palacio de las Convenciones, justo cuando se cumplieron los primeros 30 años de nexos oficiales, el Comandante en Jefe destacó la trascendencia de aquella decisión.
“Las relaciones diplomáticas son firmadas el 8 de diciembre de 1972 en actos paralelos en la misión de Jamaica ante las Naciones Unidas y nuestra embajada en Ottawa. Luego, en la medida en que fueron conquistando la independencia e integrándose a la familia caribeña, el resto de los países de CARICOM establecieron relaciones plenas con Cuba. Esta decisión, de incuestionable valentía política, adoptada por países pequeños recién independizados, en un entorno hostil y de grandes presiones, constituyó un paso fundamental para la ruptura del bloqueo diplomático y comercial a Cuba en la región y una brecha contra el aislamiento a que nos habían sometido utilizando a la OEA. Cuba nunca olvidará el noble gesto de sus hermanos caribeños.
“Los países caribeños enfrentamos el reto de sobrevivir y avanzar en medio de la más profunda crisis económica, social y política que hayan sufrido nuestro hemisferio y el mundo, y cuando la globalización neoliberal amenaza con destruir no sólo nuestro derecho al desarrollo, sino incluso nuestra diversidad cultural y nuestras identidades. La única salida para nuestros pueblos es la integración y la cooperación, no sólo entre los Estados, sino también entre los diversos esquemas y organizaciones regionales.
“Es un imperativo para contrarrestar los efectos adversos de un sistema internacional injusto y excluyente, que hace sufrir especialmente a nuestros pequeños y vulnerables países. Por eso con tanto entusiasmo apoyamos, desde su creación, a la Asociación de Estados del Caribe, y trabajamos en la firma de un Acuerdo de Comercio y Cooperación Económica entre CARICOM y Cuba”. [2]
Cada año desde entonces se efectúan, a propósito de dicha conmemoración, múltiples actividades. En esta ocasión, una de las principales estuvo relacionada con la X Conferencia Internacional de la Cátedra de Estudios del Caribe Norman Girvan, de la Universidad de La Habana, que sesionó entre el martes 6 y este jueves.
En la inauguración de la importante cita académica participó June Soomer, secretaria general de la Asociación de Estados del Caribe, el Dr. Gustavo Cobreiro Suárez, rector de la institución docente anfitriona; la Dra. Aurora Fernández, viceministra de Educación y Carlos Rafael Zamora, subdirector de la Dirección América Latina y el Caribe del Minrex.
En sus palabras, la diplomática de Santa Lucía, primera mujer que dirige esta organización, destacó el quehacer solidario de Cuba hacia el Caribe, desde el comienzo del proceso revolucionario.
⃰El autor es Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.
[1] Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, pp. 3-5.
[2] Ver en: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2002/esp/f081202e.html