«(…) para la causa de mi país soy materia dispuesta (…) mi subordinación al principio que defendemos no difiere en nada de la conducta que como soldado he observado dentro y fuera de Cuba».
Así se pronunció el mayor general Antonio Maceo Grajales en 1895, cuando lejos de la tierra que le vio nacer el 14 de junio de 1845, permanecía presto a apoyar e integrar cualquier esfuerzo dirigido a la liberación patria.
Incorporado de inmediato a la contienda independentista iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 dedicó su vida y fuerzas a la conquista de ese ideal. De ahí su intransigente actitud cuando en febrero de 1878, en El Zanjón, se puso término a casi una década de batallar mediante un pacto que no contemplaba la independencia de la isla ni la abolición del vergonzoso sistema esclavista. Contra semejante decisión protestó virilmente en Baraguá, el 15 de marzo de ese año. Y declaró que las fuerzas bajo su mando continuarían la contienda bélica.
Aquella protesta, dijo Fidel, salvó la bandera y la causa, y situó en su nivel más alto el espíritu revolucionario del naciente pueblo cubano. Sin embargo, todo su esfuerzo del inclaudicable patriota resultó infructuoso debido a la carencia de apoyo en el resto del país y de los compatriotas emigrados.
«Mi espada y mi aliento están al servicio de Cuba», escribió a José Martí en 1882; irrebatible verdad confirmada con su participación en todos los intentos fraguados. Solo estuvo ausente en la denominada Guerra Chiquita, librada de agosto de 1878 a octubre de 1879, porque apenas tres meses antes de su estallido había salido al exterior en busca de una ayuda que no encontró.
La fortaleza de su ideal independentista le permitió comprender que para enfrentar el poderío español, resultaba indispensable contar con tropas política y moralmente unidas. Para él, la libertad era un privilegio solo alcanzable a fuerza de tesón y coraje, e indicó la obligación de defenderla hasta las últimas consecuencias. Ese es parte de su valioso legado.
De nuevo en la patria amada, una vez incorporado a la guerra necesaria organizada por Martí e iniciada en 1895, su espada brilló nuevamente en los campos de batalla, para con ella protagonizar nuevas hazañas entre las cuales ocupa lugar especial la invasión a occidente, llevada a feliz término de conjunto con el General en Jefe, Máximo Gómez Báez.
Únicamente la muerte en combate, el 7 de diciembre de 1896, pudo quebrar su brazo y poner fin a su incondicional entrega a su país y a su pueblo.
Ante su tumba, en 1962 el comandante Ernesto Guevara, Che, coincidentemente nacido también un 14 de junio, pero 83 años después, al referirse al proceso revolucionario cubano expresó:
«Esto es lo que hoy podemos mostrar con orgullo ante su recuerdo y ante el mundo, y repetir cada una de las frases de Maceo, ejemplo de un revolucionario que lucha por la revolución de su país (…) —cambiando quizás levemente sus frases— que mientras quede en América, o tal vez mientras quede en el mundo un agravio que deshacer, una injusticia que reparar, la Revolución cubana no puede detenerse, debe seguir adelante (…) debe hacer suyos los sufrimientos de pueblos que, como el nuestro hace pocos años, levantan la bandera de la libertad y se ven masacrados, destruidos por el poder colonial».
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.