Por Hassan Pérez Casabona
Siempre supimos que su obra y ejemplo eran más grandes que cualquier geografía. Ese sentimiento se apoderó de los cubanos, prácticamente desde el instante fundacional. Aquel en el que proclamó con energía, derechazo al mentón de la dictadura batistiana, que el autor intelectual del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes era José Martí.
En realidad toda su vida fue una inacabable batalla por erradicar atropellos, ignominias y desigualdades que segregaban a los seres humanos. Lo mismo sus primeras rebeliones, durante la niñez y la adolescencia, que la extraordinaria transformación revolucionaria emprendida a lo largo de décadas, movilizaron cada fibra suya en aras de lo que el Apóstol llamó “conquistar toda la justicia”.
Lo entregó todo, incluyendo su salud, a una causa que concibió a escala global. Cada músculo de su anatomía se consagró sin descanso a pelear por los de abajo, donde quiera que ellos estuvieran. Ni uno solo de sus pasos tuvo como eje posturas sensacionalistas. Defendió a los olvidados y preteridos de todas las latitudes, desde la más absoluta naturalidad que crece a partir de lo real.
Su pasión por un futuro sin expoliados, con la paz como bandera, es un canto a no detenernos jamás. Su fe en las personas, sencillamente no tiene parangón. Ella es una de la claves de la sintonía insuperable que mantuvo con el pueblo, en todos los contextos. Fidel creyó en la fuerza indetenible de las colectividades humanas. Para él, como dijo en infinidad de ocasiones, el talento, incluso el genio, son fenómenos de masas.
Esa concepción en sí misma revela cuán hondo penetró en su ideario el respeto por los sin nombre. Aquellos relegados por las élites, que históricamente detentaron el poder en las sociedades divididas en clases, encontraron en su quehacer cotidiano el testimonio más alto de lo que representa un dirigente político.
Un rasgo inherente a su personalidad es que nunca dejó de crecer, ante los ojos de los cubanos y las personas de bien en el mundo. Su obra fue, desde la arrancada, semillero para la lucha. Un ideario de esa envergadura no podía germinar en un solo sitio. Por eso el “Yo soy Fidel” resuena en los más recónditos parajes, como grito puro del alma que expresa con simbolismo la continuidad de sus batallas.
Los que tomamos la bandera que nos entregó tenemos la enorme responsabilidad, en lo adelante, de proseguir abonando su pensamiento. Es una misión que solo puede cumplirse desde ópticas creadoras. Para honrar su memoria, desde la dimensión proteica que ella porta, hay que desterrar en los procedimientos, y en las soluciones a las problemáticas que surjan, cualquier viso de formalismo o posicionamiento común. Con esa filosofía le tributaremos, desde la cotidianidad, el mayor regalo.
No podremos evocar su figura gigante desde caminos trillados y actitudes maniqueas. Traer a Fidel a la peleas futuras, en aras de levantar un mundo mejor, no será jamás mediante declaraciones memorísticas. Su visión integral de los fenómenos no resiste versículos recitados, como fórmula para entender la compleja realidad con la que lidiaremos.
Él se consagró a la formación de seres humanos cultos, únicos garantes de la libertad, independencia y del socialismo. La Revolución que edificó, he ahí su carácter invencible, tiene como pilares a hombres y mujeres que conscientemente encaramos los más agudos desafíos. No tiene cabida abandonar esas posturas y regodearnos en senderos trillados.
El Comandante en Jefe pervivirá no mediante facilismos a la hora de escrutar el panorama, sino como resultado de la asimilación enriquecedora de su colosal acervo. Si ello se convierte en práctica diaria -el mayor anhelo en el empeño de que sus huellas se paseen por campos y ciudades- entonces la solución exitosa de los entuertos estará a nuestro alcance, precisamente porque alguien sin par conducirá la pelea, sin que lo hayamos convertido en dogma o decálogo ceremonial.
Eso sí, para reverenciar a Fidel los revolucionarios del mundo estamos obligados a elevar los conocimientos y, especialmente, nuestra cultura política. Ello implica acrecentar las municiones ideológicas, que toman como pivote la aprehensión sensible de la obra humana, en cada una de sus esferas.
No se trata de una persona que cante, pinte o descuelle en la actividad física, cual autómata refinado. Esa idea es una distorsión rotunda de su principal desvelo a lo largo del tiempo, que reemergió con particular énfasis en la última etapa: dotar al pueblo de una sólida cultura general integral.
Lo trascendente para él radicó en beber de lo mejor de la impronta producida por hombres y mujeres de todas las latitudes, como asidero desde el cual emprender victoriosos la enigmática aventura que implica la construcción del socialismo. Como estuvo permanentemente distante de las representaciones caricaturescas, se esforzó en el presente milenio por concebir y ejecutar programas educacionales, científicos, culturales y de toda índole cuya repercusión estremeció al archipiélago.
En Baraguá, ante la gloria inmortal de Maceo –el 19 de febrero del 2000 que transpiró cada segundo el hálito imperecedero de la Protesta desatada por el Titán de Bronce, el 15 de marzo de 1878-, el pueblo se pertrechó de ese caudal. “Cuba se descubre a sí misma, su geografía, su historia, sus inteligencias cultivadas… (…) Sus armas invencibles son sus ideas revolucionarias, humanistas y universales. Contra ellas nada pueden las armas nucleares, la tecnología militar o científica, el monopolio de los medios masivos de divulgación, el poder político y económico del imperio, ante un mundo cada vez más explotado, más insubordinado y más rebelde, que más que nunca pierde el miedo y se arma con ideas”. (1)
Desentrañar con pericia los retos que impone un planeta signado por enormes inequidades, tanto en el plano público como en el subliminal, solo es viable si disponemos de conocimientos y capacidad de razonar. No en balde precisó, reinterpretando la idea martiana, que sin cultura no hay libertad posible.
En su discurso, el 1ero de mayo del 2000 (en medio del clamor porque un pequeño niño retornara a los brazos de su padre, haciendo valer así el derecho de todos los progenitores tercermundistas) refrendó lo que tantas veces hizo antes: Revolución, entre numerosos puntos cardinales, es cambiar lo que debe ser cambiado.
Ahora, a través de la rúbrica de millones, elevamos aún más la fuerza de ese planteamiento y el resto de los postulados que, desde la belleza de la síntesis, nos entregó desde su tribuna de la Plaza, aquel día inevitablemente cercano.
Tener en el morral la convicción profunda de que una idea justa no puede ser derrotada, así como la utilidad de desarrollar los exámenes de cada tópico con sentido del momento histórico, y no mentir ni violar principios éticos y morales, entre muchas enseñanzas, constituyen igualmente municiones que actúan como “escudo y espada” de la nación para sortear erguidos los escollos venideros.
Fidel es de todos. Del niño que en su pupitre comienza a lidiar con las primeras luces que solo provee la educación; del adolescente secundarista o el estudiante universitario; del joven que sueña con transformar el mundo. Es del campesino que dialoga con la tierra desde la madrugada para extraer de ella los alimentos; del obrero que en talleres y fábricas cincela piezas y construye maquinarias que hagan posible el progreso.
Del científico que pone todo su empeño en vacunas y terapias, que eviten o alivien afecciones y terribles padecimientos provocados por enfermedades. Es también del deportista que pasa triunfante sobre la meta con “el corazón” y de aquel que se queda fuera del podio, pero ganó la presea suprema por su juego limpio, defendiendo su pabellón.
Pertenece al poeta, músico, literato, repentista, escultor, decimista, o cultor circense que, desde la obra individual o colectiva, sabe que el “arte no tiene Patria pero los artistas sí”. Ellos comprenden, en esa línea, que los márgenes abiertos para la creación a partir de enero de 1959 son los más amplios que nunca antes fueron siquiera pensados, en cualquier parte del planeta.
De igual manera acompaña el desempeño de los militares surgidos desde las entrañas del pueblo; de las mujeres que hacen invencible la epopeya; de los educadores sin los cuales el proyecto emancipatorio no perduraría; de los médicos, enfermeras, estomatólogos y trabajadores de la salud en general, que colman los espacios más inaccesibles del universo salvando vidas y multiplicando esperanzas.
Fidel somos todos aquellos que deseamos un mundo donde no exista discriminación de ninguna clase, y en el que la solidaridad se globalice como valor esencial, sobre el cual edificar las relaciones entre los ciudadanos y estados.
Es una exhortación a no desfallecer en el propósito de que todos podamos sentarnos en la misma mesa, sin distinción de credos, razas o cualquier otro elemento que horade la condición humana.
Así como el Apóstol señaló que Bolívar tenía mucho que hacer todavía, Fidel no ha concluido sus aportes a la lucha global que tiene a Nuestra América en el borde delantero. Su presencia en esos derroteros, por el contrario, alcanzará cada día cotas más elevadas, en la misma medida que su pensamiento se nos revele en toda su vitalidad.
Ese Comandante en Jefe pleno, reflexivo, analítico, persuasivo, comprensivo, robusto, humano es un imperativo para los tiempos futuros. Hasta ahora necesitó a su pueblo, y a los revolucionarios del mundo, en el afán de hacer perdurable sus grandes batallas. Desde el 25 de noviembre somos nosotros quienes más requerimos su participación en cada nueva epopeya.
Es más, sin él no será posible vencer, porque estaríamos renunciando a un acervo nutricio que, junto a lo más puro del pensamiento independentista e integracionista –que tiene en el Libertador y Martí sus figuras cimeras- y la poderosa cultura que nos entregaron Marx, Engels, Lenin y tantos otros, es la columna vertebral sobre la que levantamos esa arma insuperable que denominamos la ideología de la Revolución Cubana.
Como han dicho los poetas, Fidel seguirá cabalgando al frente de su pueblo en las horas cruciales de la Patria. Al igual que sucedió durante décadas, prosigue desbrozando la maleza para que las estrellas salgan cada noche y Cuba continúe avanzando.
Sus discípulos –todo un pueblo- apenas nos hemos despedido de su compañía física. Bajo la conducción de Raúl y el Partido hemos jurado que no abandonaremos nuestros ideales, lo que es igual a reencontrarnos permanentemente con quien demostró que sí se puede, incluso en las más adversas circunstancias.
El ¡Hasta Siempre! de estas jornadas es apenas un punto de partida hacia un futuro más luminoso, que lo tendrá como protagonista. Esa convicción cura en alguna medida, como nos enseñó el Che, cualquier desgarradura. Es cierto que nada será igual, pero también lo es que en las próximas centurias se hablará de Fidel en mayúsculas, y que solo se podrá salir airoso, en las diversas encrucijadas que se presenten, teniendo su ideario como brújula.
(1) Juramento de Baraguà, Ver en: http://www.radiorebelde.cu/noticias/nacionales/ficha-juramentobaragua.html