En mi larga trayectoria periodística, de casi cuatro décadas, me ha tocado reportar importantes acontecimientos nacionales e internacionales, pero ninguno de la trascendencia histórica de las dos despedidas a Fidel Castro Ruz.
La primera se produjo el 26 de Julio del 2006, cuando el Comandante en Jefe pronunció el último discurso en su condición de Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el acto de inauguración de la batería de grupos electrógenos de Güirabito, en Holguín.
Sin saberlo los holguineros asistimos a un hecho memorable porque poco después el Líder Histórico de la Revolución Cubana cayó enfermo y renunció de forma voluntaria a sus altas responsabilidades políticas y gubernamentales por razones de salud.
Resultó una jornada inolvidable, en la que tuvimos la oportunidad de apreciar en toda su magnitud la figura gallarda del invicto Comandante, empeñado en lograr una nueva victoria, esta vez en la batalla energética que se libraba por ese entonces.
Tras informar que se habían distribuido entre 8 y 9 millones de equipos electrodomésticos en todo el país, sentenció: “estamos asomándonos a las primeras luces de un amanecer a favor de los pueblos latinoamericanos, que nada ni nadie podrá apagar”.
Aunque la segunda despedida, la de sus exequias fúnebres, tuvo carácter luctuoso, resultó más emotiva y concurrida porque sus coterráneos acudimos emocionados y masivamente a decirle hasta siempre al holguinero mayor.
Decenas de miles de personas nos agolpamos a todo lo largo de más de 80 kilómetros de la carretera central, desde la zona de Cañada Honda, en el límite con la provincia de Las Tunas, hasta Yaguabo, fronteriza con Granma, para rendirle mereció tributo de recordación.
Respetuosos saludamos el paso de la caravana donde viajaba el cofre de cedro portador de sus cenizas, enarbolamos banderas cubanas y coreamos consignas revolucionarias para patentizar nuestra disposición de ser fieles continuadores de su obra.
Mientras el armón militar con la preciada carga se alejaba y retornaba la calma, aquilaté en todas su magnitud la trascendencia del momento vivido y que el honor no me correspondía exclusivamente, sino que debía compartirlo con todos mis coterráneas.