Si alguna vez fui plena, fue cuando estuve reportando tu presencia en cualquier lugar de Villa Clara.
Se sabía que con solo verte llegar ya eras noticia , pero en mí más que sorprenderme, me conmovías, me eclipsabas, me enamorabas, sin decirme una sola palabra incluso y tenía que despertar de mí misma para ubicarme en mi deber. Esa sensación era inconciente, diría que ingenua, era casi igual a aquella que sentía ante mi excelente maestro de cuarto grado, el que aun amo.
Delante del Che te vi varias veces, siempre saludándolo en pose erguida y militar como recibiendo órdenes de quién hiciste Comandante, y en ese momento, te volvías doblemente gigante, porque era perceptible que reconocías el ejemplo del amigo con la humildad de los que saben que en un hombre van miles de hombres, va un pueblo entero, un pueblo que tú hiciste inmenso.
Recuerdo incluso aquella conversación con el mejor amigo, el Comandante Hugo Chávez, en el programa Alo Presidente, desde la Plaza Che Guevara, fue una conversación entre hermanos. Se te escuchaba luego de meses sin oír tu voz. Hablaba el triunfador del tiempo, de las adversidades, recordabas la historia, dabas como siempre una lección de Patria.
Escucharte hablar sereno, despacio, bajito casi en susurro como aquella ocasión en Corralillo ante los destrozos del feroz ciclón Michelle donde llegaste horas después fue alentador, con solo tenerte allí ya Corralillo era otro, se recomponía con tus observaciones, los pobladores confiaban , sonreían por primera vez y era solo por tu presencia.
Entusiasmaste a todos durante la inauguración de la Escuela de Instructores de Arte y la de Trabajadores Sociales, que digo entusiasmar, encantaste, hablaba un soñador pero de los que sueñan con las manos en el corazón y los pies sobre la tierra y cree en el mejoramiento humano.
Se me humedecen los ojos al recordarte abrazando fuerte a Orlando Rodríguez, el jefe del Contingente Campana de las Villas que construyó el pedraplén Caibarién -Cayo Santamaría, porque había cumplido con la palabra empeñada, porque se había empinado sobre los obstáculos.
Recordar aquel momento en que pronunciabas el concepto de Revolución en la Plaza José Martí, cuando cubría el acontecimiento con otros colegas, ha sido una sorpresa en estos días, era mi primera vez en aquel lugar y me conmueve el silencio que se iba haciendo mientras avanzabas en las ideas que entraña el término, luego los aplausos, las banderas agitadas y ese siempre Fidel, Fidel, Fidel… que te acompaña.
En esas y otras coberturas fui plena , pero lo fui porque pleno era el pueblo que te rodeaba en esos encuentros, porque pleno estabas tú haciendo tus sueños y engrandeciendo tu obra, que digo tuya, nuestra obra que era como preferías llamarla y que hoy con la naturalidad de la grandeza que inspiras tiene razones para gritar : Yo soy Fidel