El dolor está a flor de piel, la tristeza es visible, pero es su voz, la voz de Raúl, la del hermano pequeño que siempre acompañó a Fidel, es lo que más lacera el alma.
Se le aprietan las palabras tanto como el corazón. La garganta es un nudo y el discurso suena profundo, meditado, y lacerante.
Yo, que hasta ahora he contenido el llanto, me rindo y lloro con él, como mismo, ahora mismo, lo hace Cuba.