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Por José Raúl Rodríguez Robleda
En la madrugada del 26 de noviembre escuché por la televisión sobre el fallecimiento del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. No lo podía creer, pero así era.
Los recuerdos de largos años corrieron en mi memoria. Recordé la primera vez que lo vi, cuando aún era niño y vivía en mi Manzanillo natal. Tenía ocho o nueve años, mi hogar estaba a pocas cuadras de la casa del comandante René Vallejo, ayudante y médico del Comandante.
Fidel visitó la casa de su amigo y compañero de la Sierra Maestra en varias ocasiones, y en una de ellas yo estaba correteando descalzo y sin camisa por la calle Mártires de Vietnam, entre Maceo y Masó, cuando llegó en sus acostumbrados Yeep. No olvido la grata impresión que me causó ver a aquel hombre gigante.
Pasaron los años y en 1966 obtuve una beca para cursar la secundaria básica en La Habana. Al año siguiente, en acto celebrado en la Plaza de La Revolución José Martí, con motivo del asesinato en Bolivia del Comandante Ernesto Guevara, volví a ver a nuestro Fidel.
Luego vinieron otras concentraciones, actos, desfiles y lo seguía viendo. Aprendí a verlo cada vez más inmenso, persuasivo, convincente.
En 1970 cursé la especialidad de fotografía periodística y comencé la vida laboral como fotorreportero. Han sido 46 años en distintos medios de prensa. A veces reflexiono sobre la dicha, sobre el honor que he tenido al presenciar muchas actividades presididas por Fidel.
Mi estancia fue siempre circunstancial, pero de igual forma fui testigo directo de lo que dijo e hizo. Nunca lo olvidaré.
El 13 de agosto pasado lo tuve por última vez ante mi lente. En el teatro Karl Marx se celebraba su cumpleaños 90. Cantó Omara Portuondo, habló Eusebio Leal y la Colmenita volvió a ser la magia del teatro y la música. Apreté mi obturador hasta el cansancio. Cuando acabó la velada, le dije a la colega Alina Mena Lotti que probablemente habíamos vivido un momento histórico. A Fidel no le volveríamos a ver en público nunca más.
Este lunes 28 de noviembre volví a trabajar cerca de nuestro líder histórico. Fue la única vez que lo hice a regañadientes. ¡Cuánto dolor, angustia y lágrimas! Sentí mi corazón y mi alma arrugados.
Este miércoles 30 de noviembre parto a testimoniar su viaje de regreso a Santiago, a su última morada en Santa Ifigenia. Serán fotos tristes, pero necesarias.
