Capté la señal pero de momento no supe decodificarla. En mi camino hacia donde se rinde homenaje póstumo al eterno Comandante en Jefe,en el municipio de La Habana del Este, me crucé con varios grupos de jóvenes que iban en mi misma dirección o regresaban.
Algo común los señalaba además de los uniformes. Iban en silencio o hablando muy quedo, haciendo honores por anticipado o como si todavía estuviesen frente a la foto del líder, y las banderas cubana y del 26 de julio que, de luto, señalan el lugar escogido en la casa de la cultura donde los pobladores del municipio más oriental de la capital rinden postrer tributo al hombre de mil batallas.
Desde la entrada de la instalación, y por espacio de varias cuadras, niños, adolescentes, adultos, ancianos, hacen una fila interminable y compacta que no rompe ni el sol de esta tarde de invierno tan rara, que lo mismo brinda una brisa, que los rayos de un astro rey no tan ardientes, porque su esplendor también está de duelo.
A la gente no ha habido que convocarla. Solo decirle dónde poder demostrar su estirpe revolucionaria, fidelista. En un poste, en una cerca, en los bajos de los edificios se pueden encontrar carteles sencillos, escritos a mano con el grafito o plumón tenido a mano, informando dónde tener la posibilidad de firmar el solemne juramento de cumplir el concepto de Revolución, expresado por nuestro Comandante en Jefe, hace 16 años, en el acto por el 1º de Mayo.
Y miles de los que ya han dado su rúbrica son jóvenes. Reafirmando que tiene raíces, tronco y ramas, la confianza depositada en las nuevas generaciones. Alegre, entusiasta, bullanguera y también respetuosa y patriótica en estos momentos de dolor por la pérdida física, de reafirmación de unidad y confianza para seguir construyendo ese mundo mejor, que como dijera Fidel: es posible.