La fuerza de la realidad me hace escribir estas líneas. Para ser consecuente redacto en presente, porque es en ese tiempo, y en futuro, en que siempre tendremos que hablar del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana.
La jornada del 25 de noviembre de 2016 no terminó sin que Fidel, ahora acompañado de millones y millones de expedicionarios del mundo, zarpara hacia la eternidad.
Lo vemos. Camina, y en lo adelante lo hará todavía más, por los alrededores del Alma Mater, su simiente permanente, su escuela de revolucionario, el sitio donde empezó a convertir los imposibles en victorias. Lugar también válido para las alertas.
¡Cuántas enseñanzas! Símbolo de perseverancia en la vida. Paradigma de optimismo. Ni la más grande adversidad detiene su sueño de vencedor. Los ejemplos abundan. La tenacidad hace efímeros los reveses.
Ahí está sonriente, soldado de las ideas que pide no ocupar primeras planas de los periódicos a la hora de publicar sus reflexiones y artículos, muchas veces pasada la medianoche, como si la madrugada reservara las horas de mejor rendimiento en su intenso trabajo.
Con su hacer demuestra que cada idea genera otra y muchas, porque la Revolución no admite receso. Sabe de los tantos desafíos para preservar la independencia nacional e insiste en la fórmula insuperable que significa la unidad.
La muerte lo acecha desde temprano en la vida; se asoma centenares de veces: en los combates, en medio de algún evento meteorológico, en fallidos atentados, en los golpes a la salud, propios de la existencia humana.
Pero él se mantiene imperturbable. La vence una, otra vez, siempre.
Entonces recuerdo las estrofas del trovador:
La muerte ronda conmigo/ hasta muy tarde en la noche/
Yo voy a pie y ella en coche/ silenciosa, de testigo/
Sabe que soy su enemigo/ su hijo desobediente.