Hay silencio en las calles de La Habana, en los barrios y en las plazas, igual ocurre en toda Cuba. Desde el mismo instante en que fue dada a conocer la dolorosa noticia ─ aún sin decretarse el duelo —el pueblo lo comenzó—. Es como si todos se hubieran puesto de acuerdo. ¡Silencio, murió Fidel!
Nadie dio la orden, nació del corazón de todos los que han crecido y admirado al querido Comandante a lo largo de estos años. Es sencillamente el respeto y amor que él ganó de su pueblo.
Lo sentí en mi barrio, donde los toques de tambor bullen los viernes y sábados en la noche, donde a veces la música interrumpe el sueño. No se escuchan ahora ni murmullos, la gente anda silenciosa, como si estuviera interiorizando el hecho.
La Habana está triste, le digo por teléfono a mi madre, y ella responde: “¡Hija, toda Cuba está triste!”, y hay gente que llora, abuelas, madres, padres, amigos, compañeros, muchachos que no pueden aguantar las lágrimas.
Y es cierto, Fidel no hubiera querido eso, y lo imagino diciendo que no es momento de llorar, sino de erguirnos, de seguir unidos, de trabajar y perfeccionar esta hermosa obra a la que él dedicó toda su vida, que él confía en su pueblo. ¡Habrá tantas maneras de recordarlo, de sentirlo junto a nosotros, continuar su ejemplo, su humanismo, altruismo, firmeza de principios, sus ideales y sueños!
Todos los días, a cada minuto, con nuestro actuar, habrá una forma de honrar a Fidel.