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Fidel no olvidaba a nada ni a nadie

En la cobertura a los daños ocasionados por el huracán Matthew en la parte más oriental del país, nos facilitaron esta foto del Comandante en Jefe sobre una balsa, atravesando el caudaloso río Toa, en 1961
En la cobertura a los daños ocasionados por el huracán Matthew en la parte más oriental del país, nos facilitaron esta foto del Comandante en Jefe sobre una balsa, atravesando el caudaloso río Toa, en 1961

 

Las personas no mueren hasta que las olvidan, escuché decir ayer. Por eso, tengo la plena seguridad —como la inmensa mayoría de los cubanos— de que el Comandante en Jefe Fidel Castro no morirá jamás, a pesar de su partida física ocurrida ayer viernes a las 10 y 29 minutos de la noche.

El dolor motiva la memoria y hace recordar.

Quiso la vida y la profesión que escogí que estuviera cerca de él en varias ocasiones, sobre todo en visitas realizadas a la provincia de Cienfuegos, mientras acompañaba a presidentes de diversas repúblicas, a quienes les mostraba con orgullo las obras de la Revolución, como la fábrica de cemento Carlos Marx, la refinería de petróleo, la terminal de azúcar a granel Tricontinental y lo que hubiese sido la primera central electronuclear de Cuba, entre otras .

Pero hay una que jamás olvidaré: fue en la celebración del aniversario 25 del hospital universitario Doctor Gustavo Aldereguía Lima, el 23 de marzo de 2004. Durante un recorrido por el cuerpo de guardia y demás áreas explicó detalladamente el proyecto gubernamental de invertir en la adquisición de nuevos y  modernos equipos de diagnóstico, entre otras ideas, para fortalecer la atención sanitaria a la población.

Al finalizar el periplo llegó al lobby de la instalación y apreció una muestra de las camas y otros medios que habían recuperado los innovadores.

Como esos aparatos había que adquirirlos en el mercado internacional y siempre ha estado presente el hostigamiento del bloqueo comercial, económico y financiero del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba, se acercó, me puso la mano en el hombro izquierdo y me dijo: “Periodista: confío en tu discreción cuando escribas”. “Confíe, Comandante, confíe”, le respondí, y me dio una palmaditas. (Vale aclarar que en ese recorrido solo estuvimos dos reporteros: Ismary Barcia Leiva, del Sistema Informativo de la TV Cubana, y yo).

Cuando finalizó el acto y me puse a escribir, esperaba que en cualquier instante apareciera alguien a revisar el texto. Hice una versión para la primera edición del período (11 p.m.) y otra más ampliada para la segunda (1 a.m.). Las envié. Nadie apareció. Le pregunté al director el otro día si en La Habana las habían revisado y me dijo que no.

Entonces pensé: Fidel es Fidel, y después de esto, nadie por debajo de él me revisa un trabajo.

Anécdota inédita

En la década de los años 90, en los momentos más duros del período especial en tiempo de paz, como se le denominó a la crisis económica provocada por el derrumbe del campo socialista y la desaparición de la Unión Soviética, tuve la posibilidad de conversar durante más de cinco horas con Melba Hernández Rodríguez del Rey, heroína del asalto al cuartel Moncada y quien siempre estuvo muy cerca del líder de la Revolución cubana.

En un momento del diálogo, cuando me contaba de su entrañable admiración por el Comandante en Jefe, me relató una anécdota que hasta hoy ha estado inédita, porque cuando le propuse publicarla me dijo que por razones obvias tenía que pedirle permiso a Fidel.

Encontrándose en México, vísperas de la expedición para realizar la guerra definitiva por la independencia de Cuba, él y otros compañeros fueron a una librería. Fidel se interesó por algunas obras que trataban sobre la Segunda Guerra Mundial, la Revolución Francesa…, pero el dinero disponible no le alcanzaba para pagarlos todos.

Entonces, el dueño de la librería, un gallego de apellido Zapala, según contó Melba, se los dejó llevar, en un acto de generosidad, sin siquiera saber con quiénes estaba tratando.

Luego del triunfo y antes de celebrarse públicamente el primer 26 de Julio de la etapa revolucionaria, Fidel le indicó a Melba viajar a México e invitar a Zapala al acto. Al llegar a la capital azteca e ir a la librería, la atendió su hijo, quien le informó, con profundo pesar, del fallecimiento unos días antes del generoso señor Zapala. “Fidel no olvida nada ni a nadie”, me dijo Melba.

 

 

 

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