Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona⃰
Desde ese ángulo, lanzó como idea central “hacer grande otra vez a América” (Make Great America Again), filosofía que entronca con la idea, que ha sido retomada por diferentes figuras, de: “América Primero” (America First). Estos planteamientos sintetizan su visión, y la de sus seguidores, no sólo en asuntos domésticos, sino en lo concerniente al papel y proyección de EE.UU. en el concierto internacional.
Ellos recrean el carácter excepcional, que supuestamente les corresponde desempeñar a nivel global, presentados mediante un “ropaje” que sintonizó con los sectores que defienden a ultranza dichas posiciones y atrajo a otros con posturas menos rígidas.
Esas expresiones toman como resortes, lo mismo el descontento interno por la lenta recuperación de la Gran crisis financiera y económica de 2008 -con sus secuelas en múltiples ámbitos- que la necesidad de ofrecer al menos algún resultado, para eliminar peligros terroristas a la seguridad representados por el Estado Islámico. No se trató de ensoñaciones de su equipo de trabajo, sino de adoptar como pretextos para el despegue de esas concepciones problemáticas reales.
Esto es algo que vale la pena destacar. Trump hablo de una manera nada tradicional sobre numerosas cuestiones, exageró, manipuló y azuzó el racismo, el rechazo a los inmigrantes y otros asuntos escondidos en el discurso sobre lo políticamente correcto, que asumía esos problemas habían sido resueltos en la sociedad estadounidense.
Puede decirse que no inventó nada, sino que en realidad se cebó con ese estilo poco ortodoxo, en las insatisfacciones de sectores de la población blanca resentida, la cual considera retrocedió en las últimas décadas, de forma integral, en creencias en las cuales fueron educados.
Fue un raro coctel que surtió efecto movilizador entre ese grupo de votantes. De un lado, quien colocó el dedo sobre la herida (prometiendo cicatrizarla y restañar el tejido) y del otro una candidata que, además de ser identificada con los males del sistema, no brindó una imagen convincente.
Aunque parezca superfluo, en EE.UU. y dentro de la sociedad de consumo en general, lo más importante en las batallas electorales no es la experiencia o trayectoria previas, sino la imagen que se ofrece y si ella se corresponde no tanto con valores, sino con sentimientos y emociones.
Al igual que se adquiere en un supermercado un producto a partir de lo que visualmente este sugiera (bajo la influencia de los comerciales televisivos y la propaganda que genere) el candidato necesita vender un paquete, por el que los ciudadanos pagarán el día de las elecciones. Visto así, Trump fue más eficaz en fijar sobre el electorado la idea de que era la opción más conveniente para la economía y seguridad del país, en un momento como este.
Complejo equilibrio del Gobierno.
La victoria de Trump ha generado diferentes mitos. Varios de ellos los hemos desmontado en los trabajos precedentes. Queremos hacerlo ahora, respecto al supuesto de que su triunfo, combinado con la mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso, hará que gobierne en un camino expedito, sin fricciones con el poder legislativo.
Lo primero a mencionar es que esa correlación a favor de un partido en las estructuras de poder institucional estadounidense no sucedía hace 58 años, desde finales de la administración de Dwight Ike Eisenhower. En aquella ocasión prevaleció un panorama signado por el crecimiento económico y la unidad interna, después de la Segunda Guerra Mundial y el fin de la contienda de Corea. Fue una etapa de apogeo que nada tiene que ver con el profundo cisma por el que atraviesa hoy esa sociedad. Las turbulencias del presente son tales, que sería erróneo reproducir mecánicamente, de manera lineal, ese referente histórico.
A todo ello debe añadirse las desavenencias públicas entre Trump y las principales figuras del partido, desde que arrancó la contienda. Un momento clímax en esa línea sobrevino después del 6 de septiembre, cuando The Washington Post revelara las declaraciones del magante inmobiliario en que denigraba sobre las mujeres.
De inmediato la mayor parte del liderazgo republicano, incluyendo senadores, representantes, gobernadores y aspirantes a las primarias, criticó dicha posición y se desmarcó de su candidatura. Su antecesor partidario en la Casa Blanca, George W. Bush, ni siquiera votó por él.
Este hecho revela que muchas de esas figuras no se alinearan acríticamente ante su gestión sino que, por el contrario, utilizarán sus prerrogativas legislativas para intentar encarrilar la labor de alguien con consideraciones políticas que no convergen en muchos casos con la concepción de ese liderazgo.
Una cosa es la concertación partidaria y otra, mucho más compleja, es la identificación doctrinal, máxime cuando los métodos de trabajo de un hombre como Trump parecen al menos en principio distanciarse de los procedimientos de los políticos convencionales.
¿De qué otra manera puede interpretarse, sino como una jugada de contención, el hecho de que Paul Ryan fuera propuesto de manera unánime entre los congresistas republicanos para proseguir como jefe de la Cámara de Representantes (tercer cargo en importancia en el país, luego del presidente y vicepresidente) cuando fue uno de los mayores opositores a Trump?
¿Quiere ello decir que se desatará una pugna perenne entre las dos ramas de poder, boicoteando desde el legislativo cada propuesta del presidente, como ocurrió en muchos casos durante la era Obama?
Lo tendencial, y más probable, es que se encuentren mecanismos de cooperación entre los dos poderes, no sin instantes de conflicto, incluso traumáticos, a la hora de ventilar la concepción de temas centrales o la ejecución de determinados programas. El espíritu de esa relación estará determinado, en buena medida, por la pauta y el tono que establezca el Ejecutivo, y los principales consejeros del Presidente en la comunicación con senadores y representantes.
Si Trump y sus asesores parten de que esos nexos implican de facto una subordinación total de los legisladores a las iniciativas del mandatario, únicamente porque están dentro del mismo partido, podrían desatarse conflictos difíciles de controlar. Lo más probable, partiendo del comportamiento previo, es que se produzcan reacomodos en la Administración, en el modo y el contenido de muchas propuestas, para llegar a un terreno común.
Históricamente el poder del Congreso ha reclamado una dosis de protagonismo, dentro de los marcos que fija la Constitución y el ejercicio de sus funciones establecidas, aunque en el campo de la política exterior el Presidente tiene enormes prerrogativas. Las fricciones entre el Presidente y el Congreso podrían intensificarse, si el nuevo Ejecutivo pretendiera dirigir los destinos del país apartándose de consensos establecidos, ignorando a personas que han dedicado su vida a hacer política, como la mayoría de los congresistas. Este escenario daría continuidad a la división expresada con particular fuerza en el periodo transcurrido del siglo XXI.
Es previsible, en esa línea, que el poder legislativo no pierda espacios para remarcar que sus integrantes tienen que ser tomados en cuenta. Si esa es la postura, probablemente avancen. De lo contrario (las discrepancias pueden desatarse por los asuntos más inverosímiles) estaríamos en presencia de un sistema que remarcaría su disfuncionalidad. Otro escenario hipotético, no descartable, es la conciliación de enfoques políticos y acomodo reciproco hasta lograr un nuevo consenso Ejecutivo – Congreso, con una mayor dosis de pragmatismo y realismo de orientación conservadora.
La filosofía del dinero.
Otra cuestión clave en los exámenes es que Trump, aunque ejerza el cargo con mayor connotación en ese sentido, no es un político convencional ni mucho menos un ideólogo. Es un representante del poder económico, que hizo fortuna desde posturas pragmáticas encaminadas a incrementar las arcas familiares.
Dirigir un conjunto de empresas, incluso de manera exitosa, es algo bien distinto a conducir una país de más de 300 millones de habitantes, mucho más si este atraviesa por múltiples contradicciones políticas, ideológicas, económicas, raciales y culturales, acompañado de enormes desafíos globales y regionales.
Se generalizó entre una parte del público la percepción de que como Trump fue próspero con sus negocios, puede darle esa condición nuevamente a la nación en pleno. Considerar que esto suceda, sólo por su procedencia, es también otro desacierto. No es ocioso traer a colación que los negocios de Trump no fueron diseñados para elevar el nivel de vida de los obreros y empleados que participaron en ellos, sino para enriquecerse él y una élite que siente le corresponde la cima del mundo.
No se destacó porque construir millones de viviendas para los sectores desprotegidos y la propia clase media, sino que ganó notoriedad levantando lujosas torres en las que se instalaron oficinas de transnacionales, cadenas de tiendas y apartamentos para celebridades del mundo del espectáculo.
Trump no fue en el pasado un benefactor popular, ni nada por el estilo, sino un hombre de negocios, que ascendió dentro de la pirámide social, valiéndose de todo lo que hiciera falta en la consecución de sus objetivos, incluyendo la irrupción galopante en los medios para desde allí subrayar su condición de empresario exitoso.
Su motivación desde la más temprana juventud es hacer dinero, no enrolarse en acciones de transformación ciudadana, dentro del encuadre establecido, para beneficio de su comunidad. No fue nunca defensor de los derechos civiles, ni pacifista, ni ambientalista, ni siquiera cree que exista el “cambio climático”.
Simplemente se desenvolvió en el terreno económico, a sabiendas de que la sociedad de consumo privilegia la jerarquización de lo material, sin reparar muchas veces en la naturaleza del origen y desarrollo de ese poderío, ni mucho menos sus consecuencias. En dicho entramado de relaciones, el reconocimiento a quienes hacen ostentación de lo material supera a los que se entregan en función de valores universales como la solidaridad. Se trata de la instauración, desafortunadamente, de una cultura que privilegia “el tener sobre el ser”. [1]
En realidad muchos de los millonarios sin entrenamiento alguno en política incursionan en esta esfera, buscando más trascender en un ámbito de esas proporciones, que en trabajar en función de las necesidades del propio pueblo estadounidense. Se emplean a fondo señalando que no necesitan multiplicar sus ganancias (porque ya tienen bastante), criterio incierto con el que confunden a numerosos votantes.
En el fondo, a través de las más insospechadas vías, se las ingeniaran para acrecentar sus capitales, más allá de la distinción que alcanzan ejerciendo temporalmente un cargo público. Al marcharse, sin que hayan cambiado nada de peso para la vida del común de los mortales, se van a disfrutar de sus fortunas con el extra de haber encabezado a la primera potencia mundial.
En varios momentos de la campaña se revelaron algunas de las irregularidades cometidas por él a lo largo de años, en muchos de los temas que utilizó en sentido opuesto en la pugna por convertirse en el presidente norteamericano número cuarenta y cinco. Tanto la contratación de inmigrantes sin autorización para trabajar, hasta la evasión de impuestos, -o el reciente escándalo sobre la manera en que operó su universidad durante cinco años- revelan la cara oculta detrás de su poderío y ponen de manifiesto, asimismo, el largo trecho entre las expresiones en actos electorales y la realidad de los hechos. Aunque Hillary llevó la peor parte en ser identificada como alguien que mentía, Trump no se quedó detrás en ese acápite.
¿Quién es quién tras bastidores?
Un aspecto de la mayor importancia es seguir las designaciones que se van dando a conocer por Trump y su equipo. Sin duda es importante conocer los nombres que se barajan para cargos clave, como Asesor de Seguridad, Secretario de Estado y de Defensa en lo que atañe a política exterior. Este ejercicio es de inestimable valor para intentar aproximarnos a prever las proyecciones de una nueva administración.
En este caso ello es más difícil porque el Presidente no tiene trayectoria dentro del sistema político, ni definición muy clara de las corrientes que abraza, e incluso al menos durante la campaña para la elección –momento muy distinto al ejercicio del cargo— ha introducido un alto grado de incertidumbre sobre sus propias proposiciones.
Trump anunció el sábado 12 de noviembre, que Reince Priebus, quien se desempeñaba como Presidente del Comité Nacional Republicano, trabajaría como Jefe de su Gabinete, cargo de vital importancia para cualquier mandatario máxime, como hemos dicho, si este prácticamente se inicia en el terreno político.
Ese propio día divulgó que el controvertido representante de los medios de derecha Stephen K. Bannon, fungiría como Asesor Estratégico, pero en el mismo rango, según sus propias palabras, que Priebus, hecho hasta ahora inédito dentro del ordenamiento de la burocracia aglutinada en torno al presidente en la Casa Blanca.
Con estos nombramientos Trump busca un equilibrio (que será difícil mantener bajo el rigor del trabajo cotidiano) entre figuras con trayectorias diversas, pero que potencialmente le permitirían mantener comunicación con grupos diferentes. De un lado, al colocar a Priebus, jefe de los republicanos, premia a uno de los pocos que lo apoyó durante toda la campaña, al tiempo que tiende un puente hacia un sector que él no desea desconocer en su labor de dirección, con la finalidad de recomponer las relaciones crispantes con el liderazgo de su partido durante la contienda.
En el caso de Bannon, al que muchos consideran en una línea cercana a los supremacistas blancos, da también crédito a la lealtad por el respaldo de aquel a su candidatura, y dispara las alarmas, teniendo en cuenta la jerarquía que le asigna, por las posiciones que caracterizan su quehacer previo.
El martes 15 de noviembre The New York Times publicó un artículo en el que se refiere a las personas con mayor probabilidad de ocupar cada una de las secretarías, y el resto de las funciones estratégicas. Esa lista, aunque es una aproximación preliminar, es expresión de la manera en que se reciclan, como “puerta giratoria”, las figuras dentro del establishment y al menos refleja varios de los nombres en los que se piensa ahora.
Tienen experiencia en unos casos en funciones de gobierno, y en otros proceden de las grandes corporaciones o el aparato militar. No desconozcamos tampoco que, incluso varios de los que no dieron su apoyo a Trump, no verían con desagrado ser llamados a un cargo, por el peso que tiene un pedido del Presidente.
Entre los nombres que se manejan para puestos de primer orden aparecen, en el caso de la Secretaría de Estado, los de John Bolton, que fue embajador ante Naciones Unidas y Subsecretario de Estado en época de Bush; Newt Gingrich, speaker de la Cámara; Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York durante varios años, incluyendo cuando los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, momento en que incrementó su popularidad por lo rápido que se personó en el lugar de los hechos (lo contrario del presidente W. Bush, que se escondió en un bunker bajo tierra); Stanley A. McChrystal, ex general de cuatros estrellas, que fue comandante en Afganistán y que alguna vez señaló valoraba aspirar a la presidencia; Bob Corker, senador por Tennessee y jefe del Comité de Relaciones Exteriores de esa instancia legislativa y Zalmay Khalilzad, embajador ante Afganistán. A esta lista se ha sumado en las últimas horas Mitt Ronney, ex gobernador de Masachuttsses y derrotado por Obama en las elecciones presidenciales del 2012.
Con independencia de que es imposible saber hasta el final por quién se inclinará Trump, al igual que en el resto de los cargos, se especula que Giuliani es el de más posibilidades. Lo que sí parece cierto es que los nombres principales se quedarán con alguna responsabilidad, pues varios se repiten como candidatos a distintas carteras. El propio Giuliani se baraja también para Fiscal General y jefe del Departamento de Seguridad de la Patria.
Ello sucede, asimismo, con Michael T. Flynn, quien fue antes jefe de la Agencia de Información de la Defensa y aparece como opción para Asesor de Seguridad Nacional y Director Nacional de Inteligencia; Chris Christie, gobernador de New Jersey (Fiscal general y secretario de Comercio); Robert E. Grady, de la Gryphon Investors y Harold G. Hamm, Jefe Ejecutivo de Continental Resources, an Oil and Gas Company, estos dos previstos para la secretaría del Interior y la de Energía; Dan DiMicco Jefe Ejecutivo de Nucor Corporation, and Steel Production Company, (Comercio y representante de EE.UU ante los Tratados Comerciales); Ben Carlson neurocirujano y el único candidato afroamericano a la presidencia por la agrupación republicana (Educación y la de Salud).
Por cierto, la polémica Sarah Palin, gobernadora de Alaska y quien en el 2008 acompañó como vicepresidenta la candidatura del senador John McCain, superada por el joven Barack Obama, es una de las que se prevé pueda trabajar como secretaria del Interior.
Habrá que esperar no sólo por quien se inclina en cada caso, sino cual es la tónica que asume el gobierno en general y el papel real que se le atribuye a cada uno, de acuerdo a la personalidad y el estilo de presidencia que llevará Donald Trump, asunto que como en las designaciones puede estar sujeto a modificaciones sucesivas.
Los acuerdos comerciales en el centro de la mira.
Entre los aspectos significativos dentro de los mensajes políticos de Trump aparece la crítica a los acuerdos de libre comercio, entre ellos la Alianza Transpacífica (TPP). Por otro lado se distancia de las posiciones del gobierno de Obama y la candidata demócrata en torno a Rusia, Siria e Irán. Trump se manifestó como defensor de la Segunda Enmienda y contra los inmigrantes ilegales, llegando incluso a proponer la construcción de un muro, el cual pretende sería financiado por el propio gobierno mexicano. [2]
Hay que destacar, en el caso de Rusia, que en su primera conversación telefónica con Putin ambos abogaron por la necesidad de unir esfuerzos en la lucha contra el terrorismo, lo que supone un mayor nivel de concertación y efectividad en el enfrentamiento al Estado Islámico. La estrategia de campaña seguida por Hillary implicó en todo momento arremeter contra Putin (al que responsabilizó por cada cosa negativa, incluyendo el escándalo por el uso de un servidor privado para correos oficiales), mientras que Trump hizo lo contrario, llegando a reconocer la eficiencia de Moscú en varias esferas.
Con respecto a Cuba, en una etapa inicial se mostró favorable a dar continuidad a las acciones emprendidas por el presidente Obama desde el 17 D, sin embargo en las últimas semanas cambió este criterio (llegó a reunirse en Miami con representantes de la Brigada 2506 que participaron en la invasión mercenaria por Playa Girón) evidenciado así una tónica de toda su campaña: la variabilidad de posiciones sobre disímiles aspectos. El propósito de este viraje era lograr ganar 29 votos electorales de Florida. Ello finalmente sucedió, sin que fuera definitorio en la victoria el tema cubano.
Más allá de los resultados electorales, y de todo lo que genera el triunfo de Trump, la continuidad debe ser la tendencia dominante en el período 2017 – 2020, a partir de que el sistema político estadounidense mantendrá su crisis y las dificultades para proyectar un consenso político en temas cruciales.
Esta situación se podría agravar si se desatara una Gran crisis financiera y económica en el 2017. Desafíos pendientes de solución en el Medio Oriente, Europa – Rusia y el conflicto en Siria están entre los más graves. El Hemisferio Occidental muestra dentro de ese panorama global el escenario más favorable para Estados Unidos, dado el viraje a la derecha en los gobiernos de Argentina luego de las elecciones, y en Brasil después del golpe a la ex Presidenta Dilma Rousseff, de gran peso en el balance regional de fuerzas.
El restablecimiento de relaciones con Cuba aunque no exento de conflictos, debería permitir un lento y difícil avance en la eliminación de algunos de los obstáculos para el mejoramiento de los vínculos con la Isla, e indirectamente mejorar el clima de relaciones interamericanas, si bien no es lo más probable que se elimine totalmente el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto, oficialmente desde febrero del 1962, bajo la administración Kennedy.
De igual manera no parece ser lo más realizable un escenario donde se eche por tierra lo conseguido en estos últimos meses, mucho menos en el que esa administración rompa las relaciones diplomáticas establecidas entre los dos estados desde el 1ero de julio del 2015 o desconozca los acuerdos y memorandos de entendimiento suscritos en unas 12 temáticas.
Con independencia de todo lo que falta, los dos años transcurridos desde el 17D evidencian la cantidad de asuntos en los que se puede avanzar, con beneficios para los dos países, si se adopta el dialogo respetuoso como camino. Ello no ignora que se pudieran acentuar los desencuentros en foros internacionales, en cuestiones como derechos humanos y sistemas políticos.
Un comentario es útil sobre este asunto: El futuro de Cuba y el desarrollo de su modelo de desarrollo propio, libre e independiente, con un socialismo próspero y sostenible, no depende del arribo a la presidencia de Estados Unidos de uno u otro gobierno, sino de sus propios esfuerzos.
En realidad el ajuste de la política estadounidense hacia Cuba ha sido el resultado de los éxitos y el avance en la construcción del modelo de desarrollo cubano. Ello no desconoce que constituye un objetivo de la política exterior cubana lograr avanzar hacia un proceso de normalización de sus relaciones con Estados Unidos y lograr una convivencia civilizada con respeto por las diferencias y beneficio para ambos países y pueblos.
No existe contradicción entre el mensaje de felicitación enviado por el presidente antillano Raúl Castro Ruz a Donald Trump por su victoria, acorde con el nivel de reconocimiento diplomático en las relaciones entre ambos países por un lado, y de otro, la realización exitosa del Ejercicio Estratégico Bastión 2016 (que nacieron en la década del 80 y que desde el 2004 se acordó realizar cada cuatro años), que ratifica la voluntad de preservar a cualquier costo el sistema político y las conquistas sociales obtenidas desde 1959. Como señaló el Comandante en Jefe en varias oportunidades, hemos alcanzado, en ese frente, la invulnerabilidad que emana del concepto de que el pueblo está listo para defender su obra en todos los terrenos.
En la reciente Cumbre del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC) el presidente Obama hizo una llamado a no juzgar de manera anticipada a Trump (reconociendo en sus palabras las diferencias entre el populismo de las campañas y la vida real). Sin embargo, ello no logra por ahora aliviar preocupaciones que se expresan dentro y fuera de Estados Unidos.
Es por ello que no puede descartarse se mantengan las tensiones con China en el mar meridional y con Corea del Norte. Los tratados de libre comercio de tipo megarregional como el Alianza Transpacífico (TPP) y sobre todo la Asociación Trasatlántica sobre Comercio e Inversiones (TTIP) tienen un futuro todavía incierto, sobre todo el TTIP debido a las divisiones y reservas que existe sobre el mismo dentro de la Unión Europea (UE), lo que no supone ni mucho menos la degradación de las relaciones entre Estados Unidos y la UE. En el caso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y otros tratados de ese tipo pareciera ser lo más probable su permanencia, aunque la continuidad de los mismos sean sometido a tensiones, que pongan en juego algunas de las aspiraciones iniciales.
En este aspecto, aunque se haya expresado una ruptura respecto a las políticas impulsadas por la contrarrevolución conservadora iniciada por el gobierno de Ronald Reagan en 1981: sobre libre comercio, inversiones, globalización neoliberal e integración en esos términos, las mismas no deben desaparecer. No se olvide que de modo general, la tendencia a la continuidad en la política estadounidense es dominante, y lo nuevo, aunque exista, debe acomodarse a los desarrollos contemporáneos del capitalismo a escala global, más allá de Estados Unidos. Por ello, no se trata de aislacionismo, proteccionismo a ultranza, –términos que reaparecen ahora– sino un ajuste en esos ámbitos de las proyecciones, en vez de mutaciones radicales.
En resumen, el futuro de la política estadounidense está sujeto a continuidad y cambios, y aunque se presentan algunos indicios, todavía es muy pronto para distinguir con precisión los vectores resultantes de su proyección externa. Hay que esperar la asunción de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2017, sus decisiones en la formación de su equipo, y el estilo de presidencia que desempeñara. Nada de eso se conoce hasta ahora con certeza. Las decisiones que adopte durante los primeros 100 días en la Presidencia, reflejarán al menos las líneas principales de lo que podría ser la política de Estados Unidos durante la primera parte de los próximos cuatro años.
⃰Fernández Tabío es Dr. en Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor Auxiliar de la propia institución.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1] Sobre estas cuestiones han escrito diferentes intelectuales cubanos y de otras latitudes. Entre los que han desarrollado análisis en nuestros predios, se encuentra Enrique Ubieta Gómez. Pueden consultarse trabajos suyos al respecto, en publicaciones como Cuba Socialista y La Calle del Medio.
[2] Entre los muchos estudios recientes que profundizan sobre estos asuntos, se encuentra el publicado el 2 de noviembre por Brian Klaas, titulado: “Another Bipartisan Tenet of U.S. Foreign Policy Bites the Dust”, en: http://foreignpolicy.com/2016/11/02/another-bipartisan-tenet-of-u-s-foreign-policy-bites-the-dust-trump-clinton-election/