Una de cal y otra de arena. Es lo que contiene la carta del manzanillero Julio César Álvarez González, quien se hace la interrogante con la que titulamos este trabajo.
De un lado, la inconformidad por lo que considera un maltrato donde trabajó durante 47 años entregando lo mejor de sí y que constituyó casi su primer hogar. Por el otro, el aliciente que encuentra entre sus compañeros retirados, agrupados en una sección sindical de jubilados que, por sus consideraciones, merece ser ejemplo para muchos.
Su centro laboral fue el taller Manuel Fajardo Rivero, de la Empresa de Servicios Técnicos Zeti, perteneciente al Grupo Azucarero Azcuba, del cual decidió retirarse en abril del presente año, “pues producto de las dificultades económicas por las que atravesaba la fábrica el salario que devengaba era muy inferior a lo que me correspondería por concepto de jubilación”, explica.
Sin embargo, “en abril tuve que renunciar a 20 días de vacaciones que me debían porque no había quién hiciera mi trabajo y lo hice hasta el 31 de mayo, para adiestrar a la compañera que ocupó mi plaza”, expone el remitente.
A partir de entonces comenzó otra parte de la historia que Julio César no quisiera haber vivido para hacer conclusiones como que “durante el proceso de jubilación y después, el trato recibido por la administración y las organizaciones del centro no ha sido el mejor”.
A continuación algunos elementos con los que sustenta su afirmación: “Trabajé sin la sombra de una sanción, fui dirigente sindical por más de 35 años y uno de los dos elegidos para recibir el Sello Aniversario 80 Lázaro Peña por mi desempeño en el cargo. Fui el presidente del órgano de justicia laboral de la fábrica desde su fundación hasta el día de mi retiro, más de 23 años con un trabajo destacado en el municipio de Manzanillo y en la provincia de Granma”.
Con orgullo dice que perteneció por más de dos décadas al selecto grupo de trabajadores de avanzada, destacados o vanguardias del taller, aval para merecer las distinciones Florentino Alejo y Jesús Suárez Gayol, entre otros reconocimientos.
Luego de ese breve recuento, no puede entender que si trabajó hasta el 31 de mayo, la administración decidiera no tenerlo en cuenta para comprar los productos que vendió en la primera semana del mes siguiente por el Día de los Padres y en julio, aunque en este último caso se varió la decisión luego “de una larga conversación con el director”.
Pero lo que para el lector resulta el colmo es que lo hayan eliminado de la lista para comprar la ropa de presencia, que le corresponde según el Convenio Colectivo de Trabajo.
Evidentemente dolido porque “después de 47 años con impecable trayectoria ni siquiera le hicieron una despedida, aunque hubiera sido en el matutino”, relata que buscó refugio en la sección sindical de los jubilados de la fábrica, dirigida por Areur González.
Aquí se escribe otra historia, asegura, pues las cosas para los 44 afiliados funcionan como el mejor engranaje de la fábrica que dejaron hace tiempo. Se reúnen con regularidad, hay atención a los enfermos, no dejan caer el sentimiento patriótico y depositan ofrendas florales a los mártires de nuestras luchas por la independencia y del movimiento obrero e internacionalistas, realizan trabajos voluntarios y cumpleaños colectivos, y participan en los chequeos de emulación del taller.
Julio César está orgulloso de su nueva sección sindical, que afirma puede competir con las mejores de su tipo y servir de ejemplo de lo mucho que es posible hacer luego del adiós definitivo a la responsabilidad laboral. Solo lamenta que nunca haya sido visitada por representantes de la CTC a ningún nivel.
¿Será única la historia que nos cuenta este extrabajador? Los estímulos materiales son importantes y también los morales porque alimentan el espíritu, el ejemplo y motivan a la continuidad.