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Alicia, maravilla diferente

Foto: Roberto Carlos Medina

Foto: Roberto Carlos Medina
Foto: Roberto Carlos Medina

 

Cuando apenas frisaba los 20 años, Alicia rompió relaciones con Ángel —su novio desde que con 13 años descubriera las bondades del amor— y su consuelo fue irse a la capital desde Cayo Mambí, en Holguín, adonde había ido la familia al ser nombrado su padre administrador del central Tánamo, de la United Fruit Company.

Alicia Natalia Bistlemunda Imperatori Grave de Peralta —biznieta del Mayor General del Ejército Libertador Julio Grave de Peralta que armó la casta familiar legada a la joven por vía materna— había nacido el 7 de junio de 1913 en cuna de linaje y en predios del central Preston. Nunca tuvo otro novio, pero los recuerdos le apretujaban el corazón.

Para 1939 inició su vida laboral como secretaria en la Asociación Nacional de Auxilio a Refugiados y Emigrantes, entidad dirigida desde Estados Unidos y que, radicada en el Hotel Nacional de Cuba, se ocupaba de los afectados en la Segunda Guerra Mundial.

Fue una católica muy activa desde su más temprana edad, al punto de que por su empeño juvenil se construyó la iglesia del pequeño central de Cayo Mambí. Y hasta principios de 1959 administró una tienda de efectos religiosos propiedad de unos tíos suyos, dueños además del Banco Agrícola Industrial.

“Después del triunfo revolucionario continué asistiendo a la iglesia y comprobé que había semejanza entre lo que hacía Fidel y el cristianismo. Desde entonces yo soy fidelista, y aunque ya no voy a la iglesia, mantengo mi fe”, evocó al entrevistarla, hace pocos años.

En aquellos años iniciales tras la victoria de Enero, dejó la tienda y entonces una prima la llevó a una oficina que había en la Casa de las Américas, donde estaban Haydée Santamaría y otras compañeras: Elena Gil, Clementina Serra… Se hablaba de lo que sería la Federación de Mujeres Cubanas. “Me impresionó mucho lo que se discutía, las ideas sobre lo que sería la mujer en la Revolución. Allí conocí a Vilma Espín y cambió mi vida”. Todo lo dedicó a su gran obra: la Dirección Nacional de la FMC, su único centro laboral tras el triunfo de 1959.

Sobresalió su empeño como administradora de la escuela de campesinas Ana Betancourt. Desde que se creó la FMC, y hasta la muerte de Vilma, Alicia fue su jefa de despacho. Incluso con casi 100 años a cuestas participaba en las reuniones de la dirección de la organización. “Ya no tengo voto; pero cuentan conmigo”, solía decir.

Diríase que fue alma de la FMC, uno de los infaltables pétalos de la gran flor. Se ocupó en sus últimos años de atender el despacho. Movía las cosas de aquí para allá, de allá para acá para mantenerlo vivo —como sugirió Eusebio, leal a su fibra de historiador—. “Tras la partida de Vilma nadie lo ocupó. Allí voy a morir”, aseguraba.

Con 98 años obtuvo el título de Heroína del Trabajo de la República de Cuba, la de mayor edad en el país. Sus hijos eran los de Vilma, los de aquellas muchas mujeres que por más de 50 años laboraron allí, y también los vecinos y muchachos del barrio, quienes la tenían como ejemplo mayor al verla partir cada día, bien temprano, rumbo a su trabajo. ¿Cómo podrá? Solo ella tenía la respuesta.

Cuando la entrevisté, en una sala del hospital Cimeq, se recuperaba de una fractura ósea por la zona de la cadera. “Estoy como loca por volver a mi trabajo”, me dijo ansiosa y al despedirme lamenté su coqueta negativa a la fotografía. Hace pocos días falleció, con 103 años. Para Alicia no hubo jubilación.

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