El panorama es dantesco tras el paso del huracán Matthew. Las fotos lo muestran. En una de ellas, tomada desde un helicóptero, dos personas levantan los brazos y sostienen en sus manos una bandera cubana. Detrás de ellos hay destrucción, ¡destrucción total!
Trato de interpretar el simbolismo. La bandera, en esas circunstancias, es muestra de esperanza, de confianza, de fe… Ellos saben que no quedarán desamparados, porque la Cuba revolucionaria no abandona jamás a sus hijos.
Es un sitio devastado de la zona más oriental de la isla, donde prácticamente no quedó nada material, pero quedó la vida, que es, en fin, lo más preciado.
En otra gráfica, la bandera está levantada en el extremo de un asta improvisada con una larga y rústica vara arrancada seguramente por la fuerza de los vientos. Todo indica que allí hubo una escuela.
Ahora solo quedan cuatro paredes y un piso al lado de un árbol casi sin hojas. Pero quedó también el sentimiento de que más temprano que tarde se reanudarán las clases y los niños de la zona mirarán fijamente al símbolo patrio y volverán a decir: “Pioneros por el comunista. ¡Seremos como el Che!”.
La bandera es Cuba. Cuba es la bandera.