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Camagüey sigue siendo una excelente plaza

El matancero Teatro de las Estaciones es presencia habitual en los festivales de Camagüey. Este año presentaron dos piezas muy aplaudidas: Los dos príncipes y El irrepresentable paseo de Buster Keaton (en la imagen). Su director, Rubén Darío Salazar, considera que el encuentro “puede constituir la reafirmación de una poética o la búsqueda de nuevos caminos artísticos”. Foto: Del autor
El matancero Teatro de las Estaciones es presencia habitual en los festivales de Camagüey. Este año presentaron dos piezas muy aplaudidas: Los dos príncipes y El irrepresentable paseo de Buster Keaton (en la imagen). Su director, Rubén Darío Salazar, considera que el encuentro “puede constituir la reafirmación de una poética o la búsqueda de nuevos caminos artísticos”. Foto: Del autor

 

Anoche concluyó el XVI Festival Nacional de Teatro de Camagüey. Durante nueve días la ciudad oriental acogió a agrupaciones y artistas de todo el país, que presentaron algunas de las mejores puestas en escena de los dos últimos años.

Freddys Núñez Estenoz, director de la compañía Teatro del Viento, es uno de los anfitriones del encuentro. Desde hace algunas ediciones se desempeña también como director artístico de la cita. Lo entrevistamos en exclusiva.

Este fue un festival complicado por la amenaza del huracán Matthew. En determinado momento se habló incluso de suspenderlo. ¿Por qué insistir en celebrarlo?

Primero que todo porque es el encuentro más importante del teatro cubano. Cuando hablamos del Festival de Camagüey, hablamos de 16 ediciones, algo que se dice rápidamente, pero son más de 30 años. La cultura pasa por un proceso de sedimentación. Varias promociones de creadores han surgido y se han desarrollado al amparo del Festival de Teatro de Camagüey.

Hacer un festival contra todos los ciclones, contra todos los obstáculos es vital para nosotros, porque es prácticamente la única oportunidad que tenemos los teatristas para encontrarnos con las mejores producciones de los últimos dos años. Se trata en definitiva de pensar y repensar el teatro que tenemos y también el que queremos.

¿Qué opinión le mereció la muestra de esta edición?

La muestra de este año y las de las últimas ediciones han tenido algo en particular: la diversidad. Me parece muy atinada la decisión de dividir el festival en segmentos, porque de esa manera se hace más inclusivo. En las primeras convocatorias, el festival era una vitrina donde se presentaban las mejores producciones, pero había otras obras interesantes que no cumplían con esos subjetivos estándares de una selección oficial, y no podían acudir a procesos de trabajo que a mí particularmente siempre me han parecido muy sugerentes.

Es bueno, claro, contar con una muestra oficial, realizada por un comité de curaduría, que reúne ciertos estándares de calidad (aunque no me gusta mucho la palabra estándar, ¿cómo aplicar una regla inamovible al teatro y al arte?).

Pero esos segmentos diversifican al festival: las “derivas espectaculares”, que acogen creaciones que apuestan por formas de comunicación no tan convencionales, ya sea desde la misma puesta o desde el lugar de representación; y la “muestra taller”, que presenta espectáculos que reúnen ciertos valores y que casi siempre están “rectoreados” por jóvenes.

Así que de esa manera contribuimos al crecimiento de los que en un tiempo serán el rostro visible del teatro cubano. Y este festival, a propósito, estuvo dedicado a la juventud.

Su compañía, por cierto, ha trabajado siempre pensando en los jóvenes…

Me interesa hacer teatro con los jóvenes y para los jóvenes. Mi grupo ya tiene 17 años. Ahora mismo coexisten varias generaciones: actores sin formación académica que se han formado en el “hacer”, que es una excelente escuela; pero tengo también artistas formados en las aulas de la Universidad de las Artes y del sistema de la enseñanza artística. Más que crearse una zona de conflicto, es una zona muy dinámica.

Yo no creo en un teatro memorable o del recuerdo, a mí me interesa un teatro latiente, vivo, punzante, contra mareas, contra tempestades. Alguna gente me pregunta cómo sostenemos temporadas de cuatro meses en una ciudad de provincias. Está claro que es algo difícil. Pero yo tengo una respuesta breve: porque pienso en el espectador. Yo no puedo trabajar en un espectáculo cinco meses para tener dos personas sentadas en el público. Me gusta la fanfarria, que la gente vaya y se hagan colas.

Hay que pensar en definitiva qué es lo que necesita ver la gente. Y eso no significa hacer concesiones artísticas o estéticas. Pero los jóvenes, si hablas desde el didactismo, sencillamente no van al teatro. Hay que aprender a introducir determinados códigos que les permitan experimentar cierto crecimiento espiritual, pero al mismo tiempo sin alejarse de las dinámicas de la vida cotidiana.

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