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Alborada de dignidad y rebeldía

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Ilustración: Yoan Manuel Figueredo Llanes

 

Yolanda Díaz Martínez*

El amanecer del 10 de octubre de 1868 pudo haber sido uno más de los característicos de ese mes: húmedo, con agradables temperaturas, mientras en los campos la caña, bañada por el rocío, era mecida por la brisa en lento y tenue movimiento.

Sin embargo, fue diferente. Cuando los esclavos se alistaban para la faena diaria, Carlos Manuel de Céspedes se dirigió a ellos y, entre la emoción del momento y la responsabilidad contraída por el paso que daba, les habló con gran pasión de la libertad de Cuba. Ese día las campanas del ingenio Demajagua no llamaron al trabajo: su tañir dio inicio a la lucha.

El estallido insurreccional cristalizó todos los anteriores empeños de un reducido grupo que, dentro de Cuba, laboraba para lograr de España un reconocimiento que les permitiera participar de manera activa de la vida política y económica de la isla.

El comienzo del proceso emancipador, independientemente de su anticipado comienzo encabezado por el hacendado bayamés Carlos Manuel de Céspedes, fue el resultado o consecuencia de un cúmulo de problemas acumulados a lo largo de muchos años.

La opresión en que España tenía sumida a Cuba se hacía insostenible; una economía dependiente de la metrópoli y una situación social de estancamiento, provocada a propósito para mantener con mayor seguridad su dominio en la colonia, vaticinaban aires perturbadores de la tranquilidad reinante hasta ese instante.

Las diferencias entre la situación económica de las distintas regiones desempeñaron un papel determinante en el nacimiento de las acciones. La zona centroriental, con unidades productivas menos desarrolladas y menor número de esclavos, atravesaba por un crítico endeudamiento ante la crisis internacional y la caída de los precios del azúcar; la ruina de un buen número de terratenientes en una parte del territorio los condujo a decidirse por la lucha independentista como vía para solucionar la situación.

Tales condiciones no eran iguales en toda la geografía insular, los representantes del sector criollo en territorios como Guantánamo, con gran concentración de ingenios y cafetales, así como en occidente, donde los terratenientes y hacendados disponían de productivos ingenios y numerosos esclavos, asumieron una postura reaccionaria por temor a que la guerra les hiciera perder sus riquezas.

La creación de las logias del Gran Oriente de Cuba y las Antillas en las principales villas y ciudades contribuyeron a la efervescencia revolucionaria. La expulsión de los cubanos de las Cortes Españolas demostró la imposibilidad de llegar a acuerdos por la vía de las negociaciones y dejó expedito el camino a la lucha armada.

El documento programa firmado por Céspedes, en el cual se exponían las razones del levantamiento armado, conocido también como Manifiesto del 10 de Octubre, expresaba:

“Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. El ejemplo de las más grandes naciones autoriza este último recurso”.

Las acciones nacidas en la región que actualmente ocupa la provincia de Granma, posteriormente se extendieron a Camagüey, en el propio año 1868, y a la zona de Las Villas, al siguiente.

Las medidas tomadas a lo largo del proceso imprimieron un importante y significativo impulso al proceso abolicionista de la esclavitud, régimen de trabajo ya superado en muchos países para esos años, y que en Cuba demoró aún alrededor de dos décadas para ser eliminado.

De importancia trascendental fue esta guerra para la conformación de la cultura y la identidad nacional, al permitir combatir por primera vez en un mismo ejército y en igualdad de condiciones, a hombres de diferente raza, origen y profesión. Por primera vez el negro cobraba su condición de ser humano y elemento integrante de la naciente nacionalidad cubana, años después defendida por nuestro Héroe Nacional José Martí, como máximo exponente de la igualdad de razas.

Como colofón del empeño emancipador, también por primera vez contó Cuba, o al menos los territorios declarados en rebeldía, con una constitución auténticamente cubana, aprobada el 10 de abril de 1869 en Guáimaro, y un Gobierno de la República en Armas, cuyos aciertos y desaciertos sirvieron de pauta al momento de empezar la siguiente contienda.

La decisión de Céspedes de iniciar la lucha aquel significativo día no solo simbolizó el espíritu de los cubanos de la época, sino también la dignidad y rebeldía de un pueblo empeñado en romper las cadenas que lo ataban al férreo yugo colonialista.

*Doctora en Ciencias Históricas. Investigadora del Archivo Nacional de Cuba.

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