El habanero río Almendares, que al decir de la poetisa Dulce María Loynaz “le ciñe a la ciudad brazo de amante”, ha acogido en su frondoso entorno citas amorosas de no pocos capitalinos; se ha convertido en escenario de acciones para aliviarlo de cargas contaminantes cuya eliminación propicie su mayor disfrute por la población, y como parte de ese empeño recuperativo, desde hace casi tres décadas es sede de un ambicioso proyecto medioambiental que invita a hacer una pausa en el agitado bregar citadino y relajarse en contacto directo con su exuberante naturaleza o con las variadas opciones recreativas y culturales que allí se ofrecen. Ese es el Almendares cotidiano.
Pero no todos los cubanos conocen que el río tiene un pasado tenebroso. En los años 50 del pasado siglo, durante la tiranía de Fulgencio Batista, en sus márgenes se ocultaba a revolucionarios torturados, quienes eran trasladados en lancha por los esbirros del siniestro Julio Laurent, jefe del Servicio de Inteligencia Naval, con el fin de desaparecerlos en la hondura de las aguas.
Así le ocurrió al destacado luchador comunista y líder del transporte José María Pérez, de quien no se supo más desde su secuestro por los cuerpos represivos del régimen en noviembre de 1957, en la esquina de Belascoaín y Carlos III.
Resultaron vanas denuncias e indagaciones. Hubo que esperar hasta la victoria de 1959 para conocer que había sido arrojado a una profunda fosa conocida como La Campana, situada aproximadamente a una milla de la desembocadura del Almendares.
Un cabo de la dictadura, alias El Rana, al ser juzgado por su actuación criminal se refirió a lo acontecido. Declaró que en una casa de botes ubicada en 21 esquina a 32, en la margen este del río, se resguardaban las embarcaciones de Batista y otros políticos del régimen, además de la lancha comandada por el propio cabo, denominada 4 de septiembre. Esta era la elegida para conducir hasta la referida fosa los cuerpos de los torturados, algunos de los cuales, aunque muy maltratados, seguían con vida.
El propio acusado, ante la foto de José María que le mostró su viuda, lo identificó como el hombre que estuvo durante cuatro días ferozmente golpeado en la nave donde guardaba la lancha y cuando le tocó manejarla hacia su fatídico destino, comprobó por el espejo de esta cómo lo lanzaban a las profundidades.
Hace algún tiempo, al rememorar la fecunda vida del destacado luchador sindical y comunista, mencioné una reveladora frase de la elegía de Guillén a Jesús Menéndez, otro luchador a quienes sus enemigos de clase segaron tempranamente la vida. Ni José María ni Jesús pudieron ser borrados de la memoria del pueblo. A los que sí borró la historia fue a sus asesinos. Así lo expresó el poeta: “El desaparecido es el otro, el vivo es el muerto, cuya persistencia mineral es apenas una caída anticipada”.
Por eso el aniversario 105 del natalicio de José María, este 29 de septiembre, impone el recuento de su fecunda existencia, consagrada a los trabajadores.
¿Por qué, podría preguntarse cualquier cubano de hoy, ese afán de asesinar a un sencillo chofer de ómnibus?
Porque José María acumulaba una vertical trayectoria de rebeldía, que se estrenó en los años 30 del pasado siglo contra la dictadura machadista, a la que combatió desde las filas de la Defensa Obrera Internacional y la Liga Juvenil Comunista.
En la Cooperativa de Ómnibus Aliados conquistó gran prestigio por su actuación al frente del sindicato en el que se nuclearon sus obreros y empleados; llegó a encabezar la Federación de Trabajadores de la provincia de La Habana, lo que le permitió extender su acción a otros sectores laborales; fue fundador de la Confederación de Trabajadores de Cuba y representante a la Cámara por el Partido Comunista.
Cuando Lázaro Peña tuvo que viajar al exterior por su condición de vicepresidente de la Federación Sindical Mundial, la dictadura de Batista le prohibió el regreso a Cuba. Entonces la dirección del movimiento sindical recayó sobre José María, que en circunstancias muy complejas y riesgosas mantuvo la acción de los trabajadores a través de los Comités de Defensa de las Demandas Obreras y la Democratización de la CTC, cuya dirección había sido usurpada por un clan al servicio de la reacción.
Persecución constante, reiteradas detenciones, amenazas, no intimidaron a José María; por ello se planeó su desaparición física. Sin embargo, no lograron borrar su obra. Quedó vivo en el corazón de los trabajadores, a despecho de sus asesinos.