Ha sido un fin de semana intenso para la danza. Cuatro compañías ofrecieron temporadas en varias salas de La Habana: Malpaso estrenó en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso; el camagüeyano Ballet Contemporáneo Endedans presentó un programa concierto con obras del coreógrafo cubano-estadounidense Pedro Ruiz en el teatro Martí; en el Teatro Nacional estuvo el Ballet Español de Cuba; mientras que la compañía Rosario Cárdenas cerraba el Festival Habanarte en el Mella con una antología marcada por la influencia del célebre José Lezama Lima en el quehacer coreográfico de la directora de esa agrupación.
Si bien los fragmentos escogidos en esta última propuesta no tributan siempre —al menos directamente— a la obra del gran novelista y poeta cubano, en la creación de Rosario —esa “danza combinatoria” que ha ido consolidando a lo largo de los años— siempre se manifiestan claves que remiten de alguna manera a la poética lezamiana.
Roberto Pérez León lo ha dicho en sus palabras al programa de mano: “En poco más de una hora tenemos una antología danzaria (…) a partir de la combinación de estructuras coreográficas correspondientes a piezas que desde sus estrenos han revelado una particular manera de hacer danza entre nosotros. Esta es la resultante de una invención danzaria que ha tenido entre sus presupuestos teóricos la invención literaria de uno de los cubanos que ha escrito para el futuro”.
Justo cuando se celebra medio siglo de la publicación de la novela Paradiso, ese monumento de la literatura continental, Rosario despliega un abanico de imágenes sugerentes: seres oníricamente sexuados, cuerpos gráciles que anhelan el vuelo, criaturas grotescas y desconcertantes… pero aquí y allá las sonoridades y el imaginario de la isla, ya sea imponiendo el ritmo o “dibujando” las metáforas.
En el ámbito de Rosario Cárdenas (como en el de Lezama) las peripecias no se circunscriben a un molde chovinista y férreo… y sin embargo nadie podría poner en duda la cubanía del entramado.
La articulación en escena de estos fragmentos descubre una línea por momentos escabrosa, pero línea al fin: no hay quiebros insalvables. Las “junturas” están bien conseguidas, aunque quizás algunas piezas duran más de la cuenta en detrimento de otras y de la dinámica del conjunto.
Ouroborus, El ascenso, Combinatoria en guaguancó, María Viván, Cuidadito Compay Gallo, Dador, Canción de cuna, Tributo a El Monte, Dédalo… son casi todas ejemplos de esa vocación transgresora de Rosario: forzar los límites de “lo hermoso”, de “lo natural” para descubrir iconografías legítimas y sorprendentes, asociaciones impensadas, lógicas ocultas.
El cuerpo de baile es joven, ha tenido que asumir roles concebidos para otros intérpretes y no siempre está a la altura de las demandas de la coreografía (una obra como El ascenso, por ejemplo, precisa de bailarines más “hechos”, capaces de otorgar limpieza a secuencias difíciles), aunque es notable la identificación con la perspectiva de Rosario. Es cuestión de tiempo y de persistencia.
Como es pretensión de las convocatorias de Habanarte, el espectáculo ha vinculado varias manifestaciones: desde el videodanza (Noctario, esa obra pionera de Raysa White), pasando por el aporte del maestro Carlos Repilado en los diseños de iluminación, hasta la teatralidad decidida de determinadas escenas, que devienen al mismo tiempo auténticos sucesos plásticos.