Con el bombardeo de la aviación de Estados Unidos a posiciones del ejército sirio se ha quebrado la breve, frágil e incierta tregua acordada por una semana entre la opositora Coalición Nacional Siria (CNFROS) y el Ejército Libre Sirio (ELS) y las Fuerzas Armadas del Gobierno del Presidente Bashar Al Assad, que parecía establecer un hito esperanzador hacia la solución de la guerra que desde hace más de 5 años desgarra a la nación árabe.
Ante la vesania y abjuración norteamericana, no se ha hecho esperar la convocatoria rusa a una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU, que promete muy pocas posibilidades de una condena a Washington, por su derecho de veto en la organización internacional.
El alto al fuego, considerado como un régimen de calma que coincide con la Fiesta del Eidal-Adha ( El Sacrificio) que es celebrada por los musulmanes en todo el mundo, fue alcanzado días atrás como parte de un histórico acuerdo entre Estados Unidos y la Federación Rusa, del que estaban excluidas las agrupaciones terroristas: el autodenominado Ejército Islámico (EI) y el Frente de la Conquista del Levante, nuevo nombre del Frente al Nusra, los cuales han continuado sus ataques y atentados en las diversas partes que ocupan en territorio sirio.
El concierto ruso-norteamericano prevé operaciones militares conjuntas para abatir los reductos de los grupos terroristas, que en los últimos meses han sido desalojados de varias localidades y han sufrido fuertes golpes por parte del ejército y las fuerzas de seguridad sirias en importantes ciudades como Damasco, Homs, Alepo, La Takia, Palmira, Quneitra…
El patriótico pueblo sirio, que a un costo inmenso de vidas, devastación, penurias y sacrificios ha defendido la libertad, la soberanía y la independencia de su tierra, es el principal protagonista de la heroica resistencia a tan injusta guerra que involucra bandas de mercenarios de cerca de 80 países que han pretendido derrocar al Gobierno constitucional durante más de 5 años con el cuantioso soporte material y la intervención de EE.UU. junto a otras potencias imperialistas, Israel, Turquía y algunas monarquías árabes.
Según datos de diversas agencias internacionales, el número de muertos rebasa los 470 mil, mientras los refugiados y desplazados se calculan en cerca de 6 millones de ciudadanos.
La población más afectada y desprotegida son los niños. Unicef estima que 8,4 millones de menores —más del 80 % de la población infantil de Siria— se han visto afectados por el conflicto, incluyendo a los que viven dentro del país y a los que se han refugiado en territorios vecinos.
El viraje militar a favor de Siria en los frentes de guerra y la decisiva ayuda prestada por Rusia, han obligado a Estados Unidos a cambiar su estrategia política aunque aún siguen empecinados en derrocar al Gobierno legítimo, resultado de la elección popular mediante el sufragio universal.
Subestimando la capacidad de resistencia de los pueblos, Washington pretendió dar continuidad a sus planes de cambiar el panorama político, económico y social del Oriente Medio, aplicando la acción militar como antes hizo en Afganistán, Irak y Libia. Para entonces el satánico presidente norteamericano George W. Bush justificó sus maniobras con su fementida lucha contra el terrorismo internacional tras los atentados de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre del 2001.
Si la tregua hubiera progresado hasta ulteriores etapas se estimaba que sería un gran aporte a la estabilidad y la paz no solo en Siria, sino también en la región, y al espíritu con que mil 200 millones de musulmanes celebran la fiesta del Eidal-Adha, fin de año de peregrinaje a la Meca, que es un culto a la coexistencia pacífica, la fraternidad y la solidaridad humana, tan urgente y necesaria en el actual escenario internacional de estos tiempos.
Estados Unidos volvió a matar esa esperanza y a los hijos del pueblo sirio que la defendían. La guerra es su carta de naturaleza imperialista.