No hicieron falta palabras, ya se sabe que a veces el silencio lo dice todo.
A él le bastó palparla una primera vez, penetrar en sus entrañas mismas, su olor, sus curvas, sus elevaciones.
Para ella fue suficiente sentir el paso firme de Macho —como lo llamaban sus padres y hermanos—, el arrullo de sus canciones, la fidelidad, ese buscarla y encontrarla constantemente con pasión de vida y de muerte.
Lo cierto del caso es que Juan Almeida Bosque y Santiago de Cuba se amaron perdidamente y para siempre desde aquel mes de julio de 1953 en que se descubrieron mutuamente.
Lo que vino después ahincó el cariño: la Sierra Maestra, la fundación del Tercer Frente Oriental Mario Muñoz Monroy, el primero de enero de 1959, la designación en septiembre de 1970 como delegado del Buró Político en la provincia de Oriente, la elección como diputado al Parlamento por la Asamblea Municipal del Poder Popular en la ciudad cabecera, las amistades que fraguó, los temas que le compuso a esta tierra, su gente, sus lugares…
¿Quién duda que este pedazo de patria sea su novia pura y eterna? Nadie se atreva a negar esa ligazón de amor y compromiso.
En versos la llamó “mi Santiago” y a voz en cuello pregonó: “Yo soy hijo de Santiago”. En este terruño oriental están sus huellas, esas que lo perpetúan más allá de una presencia física.
Lecciones
Intenta pero no lo consigue, en vano procura forzar el verbo para que salga por la garganta en pasado, pero mente y corazón se resisten. La conversación con Juan Emilio Camejo Acosta nos trae a un Almeida en tiempo presente.
“Nos conocimos en 1959, cuando él es nombrado jefe de la Fuerza Aérea, se interesó por nutrirla de personal capacitado, que conociera de la técnica de aviación, y yo venía de la fuerza aérea rebelde, tenía estudios al respecto, y me ubica al frente de los talleres.
“A partir de ahí comienza una amistad que no se termina”, sentencia con emoción este moense devenido santiaguero, quien a ratos detiene su surtidor de historias, traga en seco, fija la vista en la dedicatoria del libro ¡Atención! ¡Recuento!, regalo de Almeida, y otra vez retoma el diálogo, suerte de anecdotario en el que brota a la luz la dimensión humana del héroe, con quien estrechó aún más las relaciones a partir de la invitación que le hiciera su antiguo jefe militar para laborar con él en la actual sede del comité provincial del Partido, donde estaban sus oficinas como delegado de esa organización política en Oriente.
“Una de sus grandes virtudes es el acercamiento al pueblo, a la gente más humilde, escuchando, preguntando, viendo la realidad de cada lugar, los barrios, las fábricas, las escuelas, el cafetal y el cañaveral. Todos lo seguían con pasión.
“A la cultura en particular le dedicó mucho tiempo, algo que sabía planificar muy bien, los horarios los respetaba con rigor.
“Con los niños, los jóvenes, los combatientes y las madres de mártires tuvo un vínculo especial, siempre atento a sus necesidades, a cómo ayudarlos.
“Humano a más no poder, y sensible; también exigente, riguroso, capaz de equivocarse y rectificar de inmediato.
“En uno de los tantos recorridos que lo acompañé tomamos rumbo al Tercer Frente y ahí ve a un niño a pie, loma arriba, detiene el jeep, sube al pequeño y se pone a conversar.
“‘¿Por qué no estás en la escuela?’, le pregunta. ‘Mi casa se quemó y no quedó nada’, le dice el muchacho. Inmediatamente hace las averiguaciones necesarias, indica la atención a esa familia y personalmente se ocupa del niño. Siempre le mandaba lápices, libros, crayolas, cosas para que estudiara.
“Otra vez estábamos en la zona de Siboney, bajo un torrencial aguacero que nos empapó a todos. Hacemos un alto en la casa de Matilde, una señora que lo quería mucho: ‘Busca unas toallas para secarnos’, le expresa Almeida, la mujer quedó en suspenso por unos minutos, pero enseguida nos dio la única que tenía, chiquitica y vieja.
“Nos secamos como pudimos, salimos para Santiago, y a donde primero va el Comandante es a su casa, agarra unas toallas y me dice: ‘Llévaselas a Matilde’.
“En otra ocasión, en Contramaestre, se entera de un incumplimiento en la agricultura y le da un fortísimo regaño a un compañero, luego cuando ya veníamos de regreso, andaríamos por San Luis, conoce que en realidad esa persona no era la culpable de la situación y sin pensarlo hace volver el carro, lo busca, se disculpa e inician así una gran amistad.
“Por tantos años de trabajo junto a Almeida te puedo decir que es especial, un hombre íntegro, de honor, un maestro del que nunca se deja de aprender”.
En tiempo de son
Rodulfo Vaillant García tiene muchas cosas de las cuales enorgullecerse, una de ellas es el vínculo con el músico- Comandante.
“Personalmente lo conocí en el año 1971 —narra Vaillant, reconocido compositor y quien desde hace más de una década preside el comité provincial de la Uneac en Santiago de Cuba—, eran como las 12 de la noche cuando tocan a la puerta de la casa para decirme que Almeida me espera en su oficina, imagínate tú.
“Por aquel entonces yo me desempeñaba como jefe de Música del ICRT en Oriente, y la tarea que me dio fue organizar los espectáculos del carnaval santiaguero, tremenda responsabilidad, pues Almeida convocaba a una larga lista de artistas, a conocidos y otros que no eran tan populares, algo propio de él, quien siempre buscó dar oportunidades a todo el que las merecía por su talento.
“Los estudios Siboney de la Egrem son ejemplos palpables de eso. Gracias a Almeida se abrieron con el fin de posibilitar que los artistas de la zona oriental pudieran tener un sitio para grabar sus discos y la promoción necesaria; recuerdo también su interés por los espectáculos nocturnos, aquí potenció mucho su expansión, e incluso la posibilidad de que salieran fuera del país a mostrar lo mejor de nuestra cultura.
“Los vínculos con Almeida siguieron estimulados por la música, nos encontramos en varias ocasiones, conversábamos mucho, pude saber que admiraba mis composiciones, guarachas como Escoba barrendera, El lápiz no tiene punta y Quién dice que la gorda.
“Siempre me decía: ‘¿Cómo te las arreglas para esas imágenes de tus temas?’, y así hablábamos de todo, de canciones y de la cultura en general.
“Cuando tuve la posibilidad de crear un espacio en CMKC, una discoteca, no pensé en otro diseño de presentación que no fuera con su número A Santiago.
“Luego, cada vez que nos volvimos a encontrar jaraneaba conmigo acerca de la promoción de sus temas y me decía todo sonriente: ‘Tú no pones mi música’, para terminar con un abrazo y una frase alentadora: ‘Tú eres de los míos’.
“Siempre estuvo ligado a la cultura de aquí y se sintió parte de ella tanto como de Santiago en sí”.
Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.