Títeres, bailes y canciones fue el espectáculo que presentó el polifacético Angel Kike Díaz, en la Sala Adolfo Llauradó, los fines de semana en agosto, con tal éxito que le pidieron una función adicional y una gira a Manzanillo a comienzos de octubre.
Es un musical variado con actuación de adultos y niños de su taller comunitario Kikititiriteando, que lleva 12 años en la Casa de la Cultura Justo Vega, de Arroyo Naranjo. Diverso en muchos sentidos, pues el artista oficiaba de director, titiritero, cantante, bailarín, payaso, conductor…, y en cada función incorporó algunos números diferentes.
También convoca a varias generaciones para mejorar, digamos, la relación con los animales, o advertir de textos y “canciones” inadecuados para la infancia. Y su múltiple conexión atrapa igual a los niños llevados por sus padres, a los padres llevando niños y a los niños que todos llevamos dentro.
Gira en la órbita, no solo institucional, del Teatro de Muñecos Okantomí. Sin embargo tiene su historia con Teatro Galpón de Santos Suárez, mediante su labor en canto y repertorio con la maestra Ileana Vázquez. De igual manera se destacó la mágica labor de la actriz y directora Martha Díaz Farré, en la Colina de los Muñecos, que los fundadores de Okantomí tuvieron en el parque Lenin. El programa de mano consigna su dedicatoria a Xiomara Palacios, recientemente fallecida.
Alude en escena al sedimento que le dejaron programas de la televisión como La comedia silente, y la múltiple voz de Armando Calderón poblando la mañana dominical a grandes y chicos frente a una pantalla en blanco y negro, pero con los colores de la imaginación.
Cierra el cuadro un mágico retablo evocador del Charlot, encarnado por un pequeño, cuando Kike interpreta Candilejas con voz timbrada y bien matizada, libre y fluido, sin extraviar pulso ni respiración.
Aquella televisión le dio tal empuje que él mismo llegó a ella animando varios programas, como recordó interpretando canciones antológicas de Arcoíris musical, Dando vueltas, El camino de los juglares (y su célebre Güije), así como cortos y animados.
Su espectáculo se enriquece en el intercambio con el público, al que incluso en su momento induce una relajación y receptividad para el juego de pañuelos donde sus pupilos forman figuras y animales: la casita, el columpio, bailarines, pavorreales… cuyo fin es identificar en voz alta.
Un caso especial entre sus actores es el de Abel Fírvida y familia, quienes empezaron por llevar a un niño y hoy aportan con la manipulación, guitarra, canto, un halo de amor que llena la escena. El menor, en brazos de mamá mira, aplaude, se ríe… Ya cantará o bailará, como otra niña que no levanta ni medio metro y parece la hermana menor de la marioneta que manipula Efigenio Banzo, ágil caminante en esta juglaría con hilos, varillas y guantes, donde él también ha sumado a su hijo, y da gusto ver cómo se alinea el relevo en esa escalera.
La semilla que prosperó en Kike multiplica hoy su poder germinal en Arroyo Naranjo, donde todos colaboran por amor al arte, dicho en el sentido directo. En bien de la imaginación, del buen sentimiento y de motivaciones más espirituales, que nadie deje soltar los hilos de estos muñecos.