Urgida de dinamizar su capacidad productiva y de servicios, Cuba apuesta por inversiones que cumplan o reduzcan plazos, racionalicen recursos, optimicen gastos, pautas imprescindibles en la lógica de una nación decidida a abandonar la posición de pérdidas financieras donde la colocan erróneas prácticas constructivas.
Cruzar la meta supone fraguar conciencia de la responsabilidad que el Decreto 327 otorga a inversores, proyectistas, suministradores y constructores, principales piezas de un sistema normativo “fabricado” para contribuir al logro de la eficiencia que encaje en la actualización del modelo económico cubano.
El perentorio asunto, tantas veces exigido, parece extraviado en un almanaque de irregularidades incapaz de asignarle a lo bien hecho la fecha de hoy, de ahora mismo, de todos los días.
El informe al VII Congreso del Partido lo acredita: “Subsisten la improvisación, superficialidad y la falta de integralidad a causa de una incorrecta preparación de las obras, lo que conduce a dilatados plazos de ejecución y afectaciones en la calidad de las terminaciones”.
Esos históricos factores agrietan la existencia de un Estado que ya tiene bastante con las incomodidades del bloqueo obstaculizador del libre acceso a suministros, tecnologías, créditos. Como si eso no bastara, hay quienes les echan leña al fuego y agua a la mezcla.
Edificar con apego a la disciplina y al rigor son objetivos que parecen dilatarse también por las carencias cognitivas de actuantes directos en el proceso inversionista, personas que en el país asumen cometidos para los cuales no siempre están preparados.
El Ministerio de Economía y Planificación intenta mitigar la vulnerabilidad con capacitaciones que favorezcan la formación de una genuina cultura en cuanto al proceso inversionista. Si nos atenemos, por ejemplo, a las constructivas, para que la calidad total se convierta en resultado cotidiano, deben “levantarlas” jefes y operarios hábiles, diestros, competentes, por eso dime con quién construyes y te diré que fábrica tendrás.
Precisamente la falta de fuerza calificada daña las empresas del Ministerio de la Construcción, que padece las consecuencias de una fluctuación laboral que ronda el 45 %, fenómeno con marcada incidencia en polos turísticos como el de Varadero.
El creciente éxodo de constructores resulta muy peligroso para un destino donde Cuba precisa dejar listas habitaciones casi con idéntica rapidez a la preferencia creciente por un balneario que en los últimos años supera el millón de turistas extranjeros que en él se hospeda.
La causa de un abandono que allí asocian a la desmotivación provocada por ingresos insatisfechos, empuja a la salida lo mismo de profesionales que de operarios, prestos a encontrar respuestas a sus expectativas salariales en nuevas formas de gestión no estatales.
El problema estresa los días del Grupo de la Construcción de Obras para el Turismo, obligado una y otra vez a captar fuerza, a veces inexperta, o a edificar con menos personas que lo demandado, variables que perjudican el avance físico de las obras, sus secuencias, originan un sobreconsumo de materiales en el intento de conseguir calidad corrigiendo errores.
Probablemente estos elementos, que no son los únicos, graviten en el incumplimiento del cronograma de Las Conchas 1, el hotel que ya no podrá entrar en operaciones en el tiempo que se previó, un dinero que ahora demorará en retornar, un servicio postergado
. Por suerte, esa no es la regla en Varadero, reconocido también por ahorrarle al presupuesto con la entrega de instalaciones adelantadas en el tiempo de fabricación, un estilo con el que debiera vestirse el proceso inversionista cubano, todavía muy ataviado de vicios, malas prácticas y una deficitaria gestión integral de los responsables de cimentar sólidamente el camino de la eficiencia.