“En una ocasión en que Fidel asistió a la despedida de unas damas soviéticas especialmente invitadas a visitar la isla y emprendían el regreso, tuve la extraordinaria experiencia de ser testigo y protagonista de una de las facetas de su personalidad.
“Mientras traducía cumplía las reglas establecidas para esa función, según las cuales no hemos de pretender recibir más atención que las específicamente oficiales. Fidel se despidió y permanecí junto a ellas porque tenía que acompañarlas hasta su salida del país. Apenas caminados unos 20 de sus largos pasos, retrocedió, se me acercó, me pasó un brazo por los hombros, y me dijo: ‘¡Ah!, regreso para despedirme de ti, no te me vayas a enojar’. A continuación me dio un beso en la mejilla y agregó: ‘Ahora ya sí nos despedimos y nos vamos’.
“Me quedé atónita, porque aunque estaba bien adaptada a trabajar con él y a mantener serenidad y equilibrio ante su fuerte personalidad, me dije: Con su tiempo tan comprometido y ocupado, cómo puede tener presente su condición de ser un gentil caballero”.