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Zuleica Romay: El respeto como condición de vida

Zuleica Romay, presidenta del Instituto del Libro. Foto: Agustín Borrego Torres.

Zuleica Romay, presidenta del Instituto del Libro. Foto: Agustín Borrego Torres.

Zuleica Romay, presidenta del Instituto del Libro. Foto: Agustín Borrego Torres.
Zuleica Romay, presidenta del Instituto del Libro. Foto: Agustín Borrego Torres.

 

Un día, a la hora de la siesta, la abuela Herminia le puso un libro entre sus manos. ¡Remedio santo! A partir de entonces buscó siempre la complicidad del silencio, de la esquina de la casa, de un cálido refugio para deleitarse con los textos. Ese fue el comienzo de una pasión que ha perdurado al paso del tiempo.

Criada por las ascendientes de sus padres en las barriadas de San Leopoldo y Luyanó, Zuleica Romay Guerra no tuvo conciencia exacta de su orfandad hasta que llegó a la madurez de la vida. Puro ajetreo el de aquellos hogares donde además de sus hermanas y primos los vecinos eran prácticamente parte de la familia.

Por ello, quizás, prefirió muchas veces el encuentro a solas con los personajes y las historias de sus lecturas que, junto a su propia vivencia, alimentaron en ella el espíritu independiente, una tozudez y capacidad tremendas para sobrellevar obstáculos, adversidades, disgustos y problemas, sin que eso le generara desequilibrio emocional alguno.

Hoy Trabajadores revela algunas pinceladas sobre la vida y la obra de quien preside el Instituto Cubano del Libro, escritora reconocida que ha sabido, con cautela e inteligencia, vencer dificultades y situaciones azarosas de cualquier índole y colocarse a la altura de lo más respetado de la intelectualidad cubana del momento.

De las ciencias exactas hasta Elogios de la altea…

Nunca se imaginó maestra. Quiso ser periodista, socióloga, pero siendo alumna de la escuela Lenin —comentó— integró un círculo de interés de Física Nuclear que le permitió adentrarse en el mundo de las ciencias exactas. Eran tiempos en que también había déficit de profesores, y su posición la llevó a incorporarse al destacamento Manuel Ascunce Domenech (cuya sede pedagógica estaba en la propia escuela vocacional), en la especialidad de Química.

Atada a los recuerdos de esa época y de otras experiencias personales nació su libro Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad, con el cual recibió un premio extraordinario en el concurso Casa de las Américas.

“Entre los años 1961 y 1990 Cuba era una sociedad tan horizontal y democrática, con una pretensión igualitaria materializada en las políticas sociales, que una no sentía que el color de la piel tenía alguna implicación. En los barrios donde viví había muchachos de todos los colores y matices, y nunca se nos ocurrió establecer algún tipo de disputa, de comparación, ni siquiera pronunciar una ofensa sobre esa base.

“Percibo ese asunto cuando llego a la Lenin, porque para el acceso existía un mecanismo de selección a la vez, muy democrático e injusto. Si bien es cierto que teníamos las mismas oportunidades, no era así con las posibilidades. Procedíamos de diferentes lugares y, había muy pocos negros y mestizos en relación con los muchachos de piel blanca. Los hijos de trabajadores y campesinos también éramos minoría.

“Evidentemente, existía cierta desventaja en relación con haber tenido ese tipo de sedimento cultural que se crea en un niño cuando los padres lo llevan al museo, al guiñol, al cine, o le leen libros desde muy pequeños.

“Poseía unos gustos normales para una estudiante de la Lenin, pero al parecer refinados para personas como yo. Me gustaba el ballet, el teatro, el cine, tenía determinadas capacidades apreciativas de las artes, y entonces mis compañeros —tratando de alabarme— me decían altea*, porque consideraban que yo era negra por fuera y blanca por dentro. A mí aquello me agradaba, hasta pensaba que era una negra especial, pues cuando se es adolescente cualquier opinión elogiosa una se la toma muy en serio”.

Malcolm X y Angela Davis, un despertar

Más adelante, siendo profesora de esa propia escuela, quedó impactada por algunas historias familiares de sus alumnos y determinadas lecturas, sobre todo las autobiografías de Malcolm X y Angela Davis, y aquella estética del espendrum que resaltaba los atributos de los descendientes africanos, de la cual también varios artistas cubanos fueron portadores, y que ella también asumió.

A partir de entonces comenzó a reflexionar y se dio cuenta de que la alusión a la “altea” no era un elogio. “Mis compañeros lo que hicieron fue ponerle el tono amistoso a un prejuicio que —tanto ellos como yo— teníamos incorporado”.

No obstante, resaltó que el asunto mostraba otra arista y es que la visión racializada del otro no es solamente de los blancos o los mestizos sobre los negros, o viceversa, sino la tenemos todos. “En Cuba es muy difícil que dos personas que conversan sobre un tercero (ausente) y ante la necesidad de describirlo no se destaque, inmediatamente, el color de la piel o la forma del pelo, entre los principales atributos”.

Contó que gracias a un estudio genético e histórico que se lleva a cabo actualmente ha podido conocer la raíz de sus orígenes. “Para mí fue impactante saber —principalmente por aquel cuento de la altea y cuán blanca debo ser por dentro— que el 84 % de mi estructura genética proviene de África, de ella un 77 % de la región subsahariana. ¡¿Te imaginas cuántos cimarrones y guerreros debe haber en mi familia?! Ahora entiendo por qué soy así, tan sensible ante las injusticias, soy una inconforme innata”.

Al referirse a los prejuicios raciales dijo que alguien, en una oportunidad, le preguntó: “¿Cambiarán quienes tienen una ideología racista”? Mi respuesta fue afirmativa; creo que la capacidad de cambio de los seres humanos es infinita. Incluso, frente a aquellos que tengan esas ideas entronizadas tan profundamente debemos ser capaces de convencerlos de que actúan mal.

“Mientras cada uno de nosotros no asuma el respeto a los atributos diferentes como algo que es condición de vida, el problema no se resolverá porque en esta historia —como dije una vez— no hay víctimas ni victimarios. Te sientes inferior en función de determinados atributos y, al mismo tiempo, consideras así a otras personas según otras condiciones y particularidades.

“A veces no eres responsable de haber crecido en un contexto social, que te hayan inculcado determinadas ideas o actitudes, maneras de asumir las relaciones. Pero ya en la adultez sí lo eres al transmitirlas a la descendencia y al manifestarlas.

“En nuestra sociedad —ahora con mayor conciencia— en la batalla contra las discriminaciones de cualquier índole los esfuerzos aún no están suficientemente articulados”.

Una mujer por vez primera

“Nací en octubre de 1958. Soy de una generación en la que las fronteras —que creo son artificiales— entre las letras y las ciencias no se habían definido. Ya en la adolescencia me integré a un grupo de muchachos que estudiábamos Química; lectores insaciables, que nos encantaba la literatura, la historia y la filosofía.

“Luego fui construyendo una determinada manera de acercarme a las ciencias sociales, que no estuviera totalmente reñida con la literatura, pero solo en el 2001, cuando tenía 42 años, hice público un texto que envié a un concurso de la Editora Política. Necesité —sinceramente— tiempo para confiar en mis capacidades como escritora”.

Así, en diciembre del 2009 Zuleica fue nombrada presidenta del Instituto Cubano del Libro, institución que en abril del próximo año cumplirá medio siglo de existencia. “La experiencia ha sido satisfactoria, aunque no dudo que existan personas a las cuales yo no les haya inspirado suficiente confianza, primero porque soy mujer y negra, y segundo porque no tengo una formación humanista y este es un gremio muy masculinizado.

“El haberme dado esta oportunidad dice mucho de nuestra Revolución que posibilita a quienes tienen una historia como la mía cumplir metas sobre la base del esfuerzo, el talento y el apoyo institucional. Para eso también Fidel y Raúl fueron al Moncada”.

*Confitura de chocolate de la época.  

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