“La vi por primera vez en su casa de San Pablo de Yao, en Buey Arriba, hoy provincia de Granma, a fines de agosto o principios de septiembre de 1957, durante una incursión de la columna del Che a ese poblado, en busca de abastecimientos, en la cual participé como fuerza de apoyo. En esa ocasión no hablamos”.
Así comienza el comandante del Ejército Rebelde Delio Gómez Ochoa su evocación sobre Lidia Doce Sánchez, la inolvidable revolucionaria cuyo centenario de su nacimiento se cumple este 27 de agosto. Después pudo verla en diversas ocasiones en sus frecuentes visitas a la Sierra, porque “a partir de aquel encuentro en San Pablo de Yao, se convirtió en mensajera y abastecedora de la columna del Che.
“Entraba y salía cada vez que quería en su Sierra Maestra, por El Almirante, donde una tropa del Che tenía su campamento. Era muy arriesgada, pero por su condición de habitar en un poblado muy entrado en las montañas y ser propietaria de una panadería, podía moverse fácilmente. Esto, sin duda, representó una buena coartada de la cual se valió para prestar servicios de mucha importancia, para mí excepcionales, no solo como mensajera, sino también como abastecedora, y el Che le tuvo gran confianza”.
Impronta en La Habana
En la reunión de Alto de Mompié, en la Sierra Maestra, el 3 de mayo de 1958, Gómez Ochoa fue designado delegado nacional de acción del Movimiento, para lo cual se trasladó a La Habana, adonde arribó en la noche del día 15; su nombramiento le llegó tres o cuatro días después, mediante Lidia, quien se lo entregó en una reunión celebrada en la iglesia de la Caridad, en La Habana Vieja, cuyo párroco, el padre Madrigal, era muy activo en lo referido a la lucha revolucionaria. Desde entonces se relacionaron más estrechamente.
“Aparte de los mensajes que nos traía, Lidia hacía muchas cosas en La Habana. Una de ellas fue establecer una especie de campamento clandestino en el taller de radio de Gustavo Mas, en un lugar de Guanabacoa bastante poblado, el cual convirtieron en un almacén adonde iban a parar todas las cosas que ella llevaba para la Sierra Maestra.
“Allí, por ejemplo, estaban almacenados 3 mil 300 uniformes verde olivo que debieron haber sido entregados a las milicias en La Habana para la huelga del 9 de abril. Los dividimos y se mandaron a Pinar del Río, Las Villas y Oriente, en los camiones del expreso La Flota, con cuya dirección ella tenía mucha amistad”.
Cuenta que Lidia se empeñó en modernizar la cocina de la comandancia de La Plata, la que dotó hasta con ollas de presión, para lo cual recorrió todas las tiendas importantes de La Habana, “donde las muchachas del sindicato que estaban en el Movimiento cooperaban muchísimo, e hizo muchas amistades. También trasladó a la Sierra buena parte de varios radios transistores Zenit, de un alcance tremendo, que yo había conseguido, los cuales se usaron en la planta de Radio Rebelde y en casi todas las demás”.
A inicios de septiembre, una nota de Celia indicaba a Gómez Ochoa que por disposición de Fidel debía regresar lo antes posible a la Sierra para trazar las nuevas estrategias de lucha.
“Antes de hacerlo viajé a Camagüey y al regreso me encontré con Lidia, el 11 de septiembre, en la casa de Fructuoso Pire, donde me alojaba porque la anterior que habitaba había sido asaltada, y me entregó una pistola que me mandó Machaco Ameijeiras. Dos o tres días más tarde partí definitivamente hacia la Sierra, ajeno a la captura de Lidia y de Clodomira Acosta Ferrales, otra admirable mensajera. Las torturaron horriblemente, pero nada dijeron. La mayor prueba es que Lidia sabía donde yo estaba, conocía prácticamente a todos los miembros de la dirección del Movimiento, así como los lugares donde nos reuníamos, y no hubo problema alguno.
“Aquella mujer impresionaba a primera vista, por su dignidad y arrojo; no se aguantaba. Era atrevida, no temía a nada. Es uno de los personajes que en algún momento me acompañaron, o acompañé, que considero de un valor extraordinario; lo fue para la lucha en aquel momento, y hubiera sido igual en el proceso vivido posteriormente.
“Ella y Clodomira son ejemplos por su temple y decisión, y la claridad con que aceptaron y acogieron todo lo relacionado con el movimiento revolucionario iniciado en el Moncada. Sin mucha cultura en el caso de Lidia, y sin ninguna, en el de Clodomira, fueron capaces de realizar las acciones más riesgosas con un valor a toda prueba”.