Río de Janeiro.- Uno de los lugares no solo más concurridos de cualquier cita multideportiva, sino con vida las 24 horas del día, alto consumo de líquido fresco y café, y en los que es posible escuchar desde una bulla parcializada hasta lamentos profundos por derrotas, son las Salas de Prensa.
En estos Juegos Olímpicos su función adquiere mayor relevancia, porque por ellas pasan más de 10 mil periodistas de todos los continentes -casi una proporción igual que los atletas reunidos bajo los cinco aros-, a quienes los une la pasión por el deporte y al menos poder comunicarse en inglés, el idioma universal.
Dada la diferencia de hora entre América y Asia es posible ver a las 2:15 de la madrugada a colegas asiáticos tan activos como si fuera las 12 del mediodía, mientras el nivel de seguridad ha sido tan estricto que solo se permite entrar con pomos sellados y en caso de tener uno a medio consumir debe tomárselo o botarlo tras pasar los estrados de control.
La temperatura dentro de las salas es otro dolor de abrigo. Si obvia llevar algo con que cubrirse en menos de media hora puede comenzar a congelarse las manos, luego todo el cuerpo y hasta las neuronas. Ni el café o té caliente calma tanto frío, por lo que constantemente hay que estar entrando y saliendo al recinto, en busca de un calor que alivie e inspire.
Sin embargo, el suceso que más recordaremos es la bulla armada entre dos bandos de periodistas en la jornada de clausura del judo, cuando Cuba y Francia se apoderaron de los televisores y gritábamos cada vez que ganaba Idalis Ortiz o Teddy Riner. Por supuesto, la del galos era una exaltación moderada, la de los antillanos mucho más alborotosa, acompañada de gritos y festejos.
Una primera advertencia de los voluntarios nos llamó a la calma y a comprometernos que no volvería pasar, aunque estábamos conscientes que en la semifinal y discusión del título dejaríamos a un lado el “juramento”, como también lo harían los colegas franceses.
Algunos decidieron irse al propio escenario de competencia para sufrir o reventar de felicidad en ese momento histórico, pero la mayoría persistió en el local climatizado, con decenas de televisores transmitiendo primero la semifinal de Idalis, luego la de Emilie y finalmente la de Teddy. Pudiera pensarse que por tener dos opciones de podios y más periodistas, la alegría europea superaría la caribeña. Pero sucedió todo lo contrario.
Cuando la artemiseña venció en semifinales, los saltos, brincos, el estallido de emoción hizo levantar de sus asientos a más de uno y mientras fundíamos alegría y esperanza por haber asegurado la primera medalla de plata de la delegación, una voluntaria muy amable ya estaba al lado nuestro para en perfecto español sentenciarnos: tienen que irse de la sala si van a festejar….
Volvió a nosotros la pena y el sonrojo por el comportamiento indebido, pero también la recompensa de que si somos capaces de vivir un triunfo como este es por el sencillo acto de que, en medio de la profesionalidad exigida para este trabajo, somos cubanos hasta la médula y olvidamos con facilidad que la sala de prensa, como recordara la canción infantil no es particular.