Hassan Pérez Casabona
El deporte lleva aparejado, es algo que en ocasiones algunos ignoran, una extraordinaria connotación social. Sus ídolos en todo el mundo son seguidos por buena parte de la población, principalmente los jóvenes, que identifican en ellos patrones, en el afán de emular sus éxitos dentro y fuera de los terrenos de juego.
No es una cualidad del presente sino que, desde la antigüedad, los deportistas a la vanguardia eran admirados por todos. No en balde, la fuerza de sus proezas, llevó incluso a detener las contiendas bélicas mientras duraban las olimpiadas.
Desde entonces la radio primero, la prensa plana y el cine; la televisión después y más cercano en el tiempo, internet con sus redes sociales, acentuaron la relación entre los protagonistas en los escenarios competitivos y el resto de la sociedad.
Desgraciadamente varios de los que colman magazines no poseen una conducta adecuada en sus comunidades; otros, empeñados en vencer a toda costa, se valen de subterfugios y engañifas que, una vez descubiertas, hace que se desinflen y queden en el ostracismo.
No es de ellos que quiero hablar esta vez, sino de los verdaderos héroes; aquellos que nos emocionan con su desempeño, incluso cuando pensamos que ya no pueden superar el límite que ellos mismos han impuesto.
La noche del martes 9 de agosto quedará grabada como la fecha en que un atleta extracalse, Michael Phelps, volvió a inspirar a millones de personas en el planeta Tierra, con su disertación en el Estadio Acuático de Río de Janeiro.
El norteamericano mantuvo en vilo a la afición durante casi dos minutos, batiendo récords de audiencia. ¿Podría colgarse su medalla dorada 20? ¿Aguantaría el embate del japonés Masato Sakai o del húngaro Tamas Kenderesi, que tuvo la osadía de rematarlo en el último tramo durante las semifinales?
No solo pudo, sino que utilizó una estrategia increíble en un nadador de 31 años. En vez de agazaparse, esperando con su experiencia dar una estocada en el epílogo, arrancó a todo tren, con la potencia de un motor fuera de borda, confirmando que no llegó a la Ciudad Maravillosa por el favor de nadie, sino con combustible propio.
Para que tengamos una idea de su proeza en los 200 metros mariposa, hay que decir que arribó a los primeros 50 metros en segundo lugar y, desde ahí, el resto de los concursantes lo tuvieron como referencia. El húngaro Lazlo Cseh, que en el tramo inicial marcó la pauta, violó así su ritmo y ello lo lanzó apenas al séptimo escaño con 1:56.24 m.
Con su disertación, los aficionados de muchas partes del mundo simpatizaron a coro con un atleta, sin reparar a que país representaba, y eso es algo que también hay que agradecerle a la actividad deportiva.
Fue tanto el suspense que casi nadie se fijó en el tiempo registrado: esta vez el récord no era detener los relojes antes que nadie en la historia, pues la heroicidad radicó en legar un desempeño que es ya inmortal.
La pizarra permitió después distinguir las marcas. Phelps (1:53.36 minutos), Sakai (1:53.40m) y Kenderesi (1:53.62m)
Recuerdo que años atrás, cuando Phelps abandonó las piscinas y cayó en determinados excesos, confesó: “He perdido la motivación. Viajo por todas la ciudades del mundo, únicamente del agua a la habitación del hotel”.
Qué bueno para el deporte mundial que el “Tiburón de Baltimore” reencontró el camino y nos regaló esta demostración.
Como si la vigésima dorada no fuera suficiente, Phelps entró otra vez al agua, a pocos minutos de su genialidad anterior -cuando aún comentábamos lo observado- y nuevamente ascendió a la cúspide.
Cerrando la estafeta norteamericana de 4x 200 metros libres, levantó el brazo por el triunfo. Conor Dwayer, Francis Haas y Ryan el “Cocodrilo” Lochte lo acompañaron en la exitosa travesía.
Estados Unidos marcó 7:00.66 m (el récord universal está en poder de los norteños desde el mundial de Roma con 6:58.05m), mientras que la cuarteta británica hizo 7:03.13m y la de Japón (7:03.50m).
Phelps acaparó la atención, con su friolera histórica bajo los cinco aros de 21 títulos, 2 de plata e igual número de bronce; pero fue una jornada de lujo en la que otras dos estrellas refulgieron con inigualable esplendor.
La húngara Katinka Hosszu, una de ellas, conquistó su tercer título, ahora en los 200m combinados con tope olímpico de 2:06.58 m, por delante de la británica Marie O´ Connor (2:06.88m) y la estadounidense Madeline Dinardo( 2:08.79m).
La norteamericana Katie Ledecky, la otra perla de la noche, aguantó el embate de la no menos fenomenal Sarah Sjostrom (que ya ganó oro en Río en 100 mariposa con récord planetario añadido) y consiguió su segunda dorada con 1:53.7 m en los 200m libre.
La sueca Sjostrom marcó 1:54.08m y la australiana Emma McKeon, bronce, quedó en 1:54.92.