Río de Janeiro.- Cuando el árbitro georgiano le decretó a Asley González (90 kg) el cuarto shido en el combate contra el mongol Otgobaatar Lkhagvasuren, muchos cubanos cerraron los ojos y no podían creer lo que pasaba en la Arena Carioca 2. Se escapaba, quizás, la primera medalla de la delegación en esta lid. Se rompía el sueño de cuatro años de entrenadores, médicos, y del propio Asley.
La presentación del cubano comenzó con una fácil victoria sobre el boliviano Martin Michel. El ippón marcado fue escogido entre los mejores de la jornada por su depurada técnica, pero apenas era el inicio de un camino que poco a poco se iría complicando en cuanto al rival.
Tras las derrotas de dos estelares como el griego Ilias Iliadis, campeón olímpico de Atenas 2004 y trimonarca del orbe;y el ruso Kirill Denisov, cuatro veces en podios universales, los pronósticos comenzaron a temblar. Sin embargo, Asley seguía impecable y dispuso por inmovilización del ucraniano Quedjau Nhabali, con lo cual ya se colaba entre los 16 primeros.
Solo un paso más debía dar para asegurar quedar entre los ocho punteros y mientras calentaba un ídolo local, Tiago Camilo, se iba cabizbajo del tatami al perder por wazari con el azerí Mammadali Mehdiyev. Parecía toda una desgracia para quienes habían salido con etiqueta de favorito o seguros candidatos al título.
Llegaría entonces un momento definitorio para el cubano. En el mundial del 2015, en Astaná, había chocado por primera y única vez contra Otgobaatar y se le hizo tan difícil que no había podido salir airoso. La revancha significaba continuar viviendo la gloria olímpica que ya había conocido en Londres 2012. Y Asley estaba consciente de eso.
Pero a estas alturas nadie pensaba en otra cosa que no fuera triunfo antillano, con una de sus técnicas preferidas. El primer minuto de estudio dejó una penalización para cada uno por pasividad, mientras la misma película se repitió en los próximos 60 segundos. El judo raro, fuerte y enredado del asiático no permitía desplegar las virtudes técnicas del mejor discípulo del entrenador Justo Noda.
Una salida del tatami provocada por el mongol complicó la decisión, aunque la pizarra demoró en marcarlo como correspondía. Asley buscaba, buscaba y era el más activo, pero el tiempo corría y un falso ataque del campeón mundial del 2013 provocó la imagen inicial de esta crónica: ojos cerrados e incredulidad.
Impecable, el árbitro los llamó al centro del tatami y los mandó a ajustarse el judoguis. La derrota no pensada de Asley se había concretado. Ahora pudieran sobrevenir todos los análisis, aunque el primero en reconocer que se equivocó fue el propio villaclareño, molesto como nadie con su desempeño porque sabía de sus amplias posibilidades de, al menos, repetir el podio de Londres 2012.
El debate para el periodista se hizo más agudo al buscar una mínima declaración en la zona mixta y chocar con la vergüenza deportiva del mismo Asley que se operó hace poco más de un año y buscaba imitar cuatro décadas más tarde al único monarca del judo masculino cubano, Héctor Rodríguez.
Sus ojos estaban furiosos de impotencia y dolor. Todavía nos quedan cuatro judocas más, incluida Idalis, comentaron varios colegas en la sala de prensa. Y es cierto, pero esta crónica tenía otro título y nunca fue pensada para terminar así.