Una broma así solo se le hace a un buen amigo, al mejor amigo. El espectáculo estaba montado dentro del juego de pelota entre veteranos de Cuba y Venezuela. Más de 45 mil aficionados ocuparon las gradas del estadio Latinoamericano aquel 18 de enero de 1999. Habría sorpresas.
Fidel ideó, maquillistas por medio, incorporar al encuentro a integrantes de la selección nacional, cual si fueran retirados del deporte de las bolas y los strikes. Al tiempo en que estos salían al terreno, desde el público —también los televidentes— se repetía la pregunta: ¿Y ese quién es?
Para Chávez, lo más llamativo hasta el punto de llegar a la sospecha, fue ver los precisos movimientos de aquellos añosos a la hora de batear, correr, defender en el campo…
La duda tuvo su clímax cuando al coincidir en primera base con un pelotero de barba, arrugas y barriga artificiales, el Presidente bolivariano lo miró detenidamente y tras un breve diálogo comprobó que era Orestes Kindelán.
Entretanto, en el banco del equipo de casa, Fidel sonreía ampliamente, convencido de que la hermandad entre él y Chávez, y nuestros dos pueblos, crecía infinitamente aquella noche.