Aunque poco manejada públicamente, la efectividad en finales es una de las estadísticas más reveladoras y polémicas del ámbito deportivo. El concepto ofrece incontables aristas para valorar la maestría de atletas y colectivos, el desarrollo por disciplinas y la evolución, estancamiento o retroceso de una nación en cada justa.
Su expresión porcentual brinda una perspectiva muy interesante, pero debe interpretarse en su justa medida, sin absolutismos y en contexto, pues existen otros criterios complementarios para evaluar la vitalidad de un movimiento deportivo nacional.
En esta ocasión nos acercamos a la efectividad de Cuba en finales olímpicas, luego de un arduo estudio documental de este autor que —más allá de alguna inexactitud— intenta ilustrar una historia apasionante.
Del primer hallazgo teníamos señas claras: la efectividad se ha medido a partir de varias premisas, sobre todo entendiendo como finalistas a los dos contendientes que disputan el oro, o a quienes se ubican entre los ocho primeros lugares de una justa.
Nuestro análisis, por el contrario, considera como tales a todos los participantes en los segmentos competitivos en que se reparten las medallas, para incluir las pruebas de atletismo, pesas, tiro, ciclismo, yatismo, canotaje, gimnasia artística, remos, natación, clavados y pentatlón, en las cuales se efectuaron finales directas o tomaron parte 9, 12, 24, 36 y hasta más contendientes.
La participación en finales es un indicador innegable de calidad y eficiencia, en el cual se recogen triunfos notables, récords, actuaciones esperadas o por encima de lo previsto. Para muchos deportistas significa el tope de sus posibilidades y para otros solo el inicio del objetivo supremo de llegar al podio.
En el caso de Cuba, desde el año 1968 se apreció el impacto del programa revolucionario, con un ascenso sostenido en este acápite hasta su máxima expresión en Sídney 2000. La cita de Atlanta 1996 debe reconocerse también entre signos de admiración, ya que la comitiva se limitó —planificadamente— a los atletas con mayores oportunidades de medalla. Luego, en el corriente siglo XXI, asistimos a un descenso que pudo revertirse un tanto en Londres, a pesar de sólo haber intervenido en 87 pruebas de las 302 programadas.
La relación entre finalistas y títulos ganados no opera como causa-efecto, aunque existen conexiones más allá de las obvias. Nótese que nuestros mejores botines dorados (14 y 11) ocurrieron justo cuando más veces llegamos a los segmentos conclusivos.
La efectividad, sinónimo de ganar metales dorados, tiene una connotación esencialmente cualitativa, vinculada de modo directo a la maestría en los aspectos técnico, táctico, psicológico y competitivo. Por supuesto que está marcada, además, por los inusitados hechos que en un gran —o mal— día convierten al desconocido en rey y al extraclase en decepción.
Las formas física y deportiva, la madurez, la experiencia acumulada y la confianza son elementos definitorios para ganar a la hora cero, en lides que muchas veces se deciden por centésimas y milímetros, por un punto o una carrera. Ello indica que no hablamos del factor suerte, sino de un resultado edificado en años de labor y sacrificio.
En Río 2016 nuestra delegación contará con los servicios de 124 atletas en cerca de 100 pruebas. Tiene reales posibilidades de acceder a un límite de 40 finales, y potencialidades de medallas con 27 figuras de experiencia y alto nivel. Veremos cómo se comportan el indicador eficiencia en esta ocasión.
Analice usted estos datos y llegue a nuevas conclusiones. Para nosotros ha quedado claro que la clave del éxito está en “llegar y pasarse”, en ser finalista y ganar.