En medio de la orgía de sangre desatada contra los asaltantes del Moncada, Fidel pudo haber sido asesinado, como muchos de sus compañeros ultimados después de la acción por la soldadesca del batistato. Sin embargo, a veces la realidad supera la fantasía y lo que parecía una posibilidad entre mil, se produjo al comenzar el mes de su cumpleaños, el 1° de agosto de 1953, cuando un teniente de la dictadura batistiana le salvó dos veces la vida en el mismo día.
Junto con otros dos compañeros, el jefe de las acciones del 26 de Julio había logrado escapar a la persecución de los militares, y agotados por el cansancio buscaron refugio en un pequeño bohío conocido como vara en tierra. Cometieron el error de no dejar a nadie vigilando y fueron descubiertos dormidos, por una patrulla encabezada por un teniente negro, cienfueguero, de humilde origen campesino, de unos cuarenta años, nombrado Pedro Sarría Tartabull.
Este les preguntó a los detenidos sus nombres y ellos se identificaron como Francisco González Calderín, Oscar Alcalde y José Suárez.
Los integrantes de la patrulla estaban enardecidos, pues la dictadura difundió la falacia de que en el asalto los moncadistas habían degollado a los uniformados. Los ánimos se caldearon todavía más cuando el prisionero identificado como Francisco González Calderín comenzó a polemizar con sus captores calificándolos de continuadores del ejército colonialista español y que los detenidos eran los herederos del Ejército Libertador.
El teniente Sarría intervino imponiendo su autoridad: “¡No disparen, no disparen!”, y en voz más baja pronunció palabras que sorprendieron al joven revolucionario: “Las ideas no se matan, las ideas no se matan”.
Como narró Sarría años después, al avanzar el grupo como 4 kilómetros, cerca de la carretera, se escucharon unos disparos y él ordenó a todos tenderse, pero al ver aquel despliegue el joven prisionero pensó que se trataba de un pretexto para dispararles, se negó a cumplir la orden y dijo que si les iban a disparar tenían que matarlos de pie. El teniente admiró la valentía de sus cautivos pero les reiteró la orden de tenderse.
Al constatar el pundonor del oficial, Francisco le reveló que él era Fidel Castro, a lo que el militar, preocupado, le aconsejó que no se lo dijera a nadie más.
Pero todavía no estaban salvados. Al grupo se unieron otros capturados en el tiroteo escuchado antes, a todos los montaron en un camión gestionado por Sarría y a Fidel lo sentó en la cabina, entre él y el chofer para protegerlo.
Los detuvieron en el camino nada menos que el criminal del Moncada, comandante Pérez Chaumont, y el capitán al que estaba subordinado Sarría. El primero instó a Sarría que le entregara a los prisioneros, a lo que este se negó rotundamente, argumentando que la captura la había realizado él, reacción que fue apoyada por los soldados a su mando. Chaumont le exigió que los llevara al Moncada y el teniente replicó que los conduciría al Vivac, a ponerlos a disposición de la justicia civil. Así salvó nuevamente a los sobrevivientes del Moncada capturados y a su jefe, Fidel.
Al llegar a la oficina del Vivac, Sarría se encontró con el coronel Chaviano, quien le dijo que no había cumplido con su deber: “¡Me has desgraciado! (…) Este hombre no podía haber llegado vivo hasta aquí. Yo no sé cómo me las voy a arreglar ahora”.
Quiso la casualidad histórica, como el mismo teniente narró, que en 1956 le tocó ser uno de los primeros en salir a perseguir a los expedicionarios del Granma. Su tropa, puntualizó, fue la primera que se llevó a la Sierra Maestra después de la emboscada de Alegría de Pío, pero cuando se supo que él estaba en la zona, el alto mando del Ejército ordenó sacarlo de allí cuanto antes, convencido de que si volvía a encontrar a Fidel no lo mataría.
Un tiempo después Sarría fue acusado falsamente, juzgado y condenado. Se hallaba en Santiago de Cuba en reclusión domiciliaria esperando porque le dieran cauce al recurso de apelación que había presentado, cuando se produjo la victoria del primero de enero de 1959. Fue a ver a Fidel al Ayuntamiento y al comentarle su situación el Comandante en Jefe le respondió que se olvidara del juicio: “Sarría —le dijo— la Sierra Maestra ha terminado, la verdadera Revolución comienza ahora”.
Sarría ingresó en el nuevo ejército, lo ascendieron a capitán y designaron jefe de la escolta presidencial. Falleció el 29 de septiembre de 1972, pero su vida de militar íntegro quedó para siempre en la historia patria. Él mismo explicó, con sencillez, las razones de su comportamiento: “Yo no defendí más que el interés de mi honor, de mi familia el día de mañana, de mi limpieza como hombre y no me importaba que me botaran, que me mataran ni nada de eso”.
Fuentes: Mi prisionero Fidel, de Lázaro Barredo Medina y Fidel y la religión, conversaciones con Frei Betto.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …
Honorable soldado este señor. «Las ideas no se matan» dijo claramente y fue leal a su condición de soldado y no cometió abuso con esos jóvenes revolucionarios en busca de u justicia social. Que distinto a lo ocurrido con el joven consctripto Michel Nash en Chile, en los cruentos días del golpe militar fascista, quien por no disparar a los detenidos del gobierno popular derrocado es un desaparecido hasta hoy.