Maltrato e incluso sus pertenencias robadas. Todo eso sufrió la avileña Tania Madrigal Plasencia, quien en correo electrónico enviado a Buzón abierto narra lo que se puede calificar de pesadilla.
El único alivio fue que se encontraba junto a su hija, Elainy Pérez Madrigal, para la cual también será inolvidable el viaje Habana-Morón, del día jueves 9 de junio del 2016.
Cuenta Tania Madrigal que alrededor de las cuatro de la tarde entregó el maletín donde se reciben los equipajes, para posteriormente depositarlos en el ómnibus No. 3346, el que abordaron a las 8:00 p.m. y salió en el tiempo previsto.
Sin embargo, en el kilómetro 19, casi a una hora de viaje, el vehículo se detuvo y ninguno de los choferes explicó qué sucedía. Pasaron largo rato sin saberlo. Solo cuando varios pasajeros bajaron y preguntaron les dijeron que el carro estaba ponchado.
Lo que parecía simple se extendió, pues más o menos a las 11:20 p.m., al arribar la grúa, los mecánicos detectaron que era otra la rotura; por lo tanto no podrían seguir en ese ómnibus. El que solicitaron (vino el No. 1210), llegó cerca de las 2:35 de la mañana.
Los viajeros subieron y las tripulaciones trasladaron los paquetes de una guagua a la otra. Uno de los conductores expresó —de forma bastante despectiva, según Tania—, que el nuevo transporte tenía cuatro capacidades menos que el otro y bajó a esperar que se pusieran de acuerdo en quiénes irían de pie. La solución estuvo en los asientos asignados al chofer y un banquito.
Cuenta que antes de partir uno de los choferes vio un equipaje sobre el servicio sanitario del carro y expresó que ese no era el lugar adecuado, por eso bajó a ponerlo en el maletero. Transcurridos unos minutos de la salida le llamaron al móvil y regresó para recoger al otro tripulante, que “habían dejado olvidado”.
Volvieron a partir, dice, y no hubo más parada hasta el primer conejito saliendo de La Habana. La próxima fue la ciudad de Ciego de Ávila donde, según los choferes, se quedaron dos pasajeros y recibieron sus respectivos paquetes.
El siguiente y último destino: Morón. Aquí pensaron que no habría más contratiempos, transcurridas 13 horas y 15 minutos de viaje, casi el doble de lo establecido. Tania y su hija se ubicaron cerca del maletero a esperar el equipaje. Pero, para su asombro, no se encontraba. “Lo peor del caso es que solamente no fui yo, a otras cuatro personas les sucedió lo mismo”.
Reclamaron a los choferes, “quienes plantearon que no eran responsables, después argumentaron que a lo mejor se quedaron en el ómnibus roto. Sin embargo, cuando llamaron a la otra tripulación, esta aseguró que los 23 paquetes recibidos en La Habana los habían trasladado hacia el otro ómnibus”.
Lo cierto es que los paquetes desaparecieron. No es la primera vez. La propia lectora recuerda que recientemente el periódico Granma reveló un suceso parecido. En el caso de Tania y su hija perdieron además, documentos importantes, incluidos resúmenes médicos y el tarjetón para medicamentos.
Más allá de las medidas que se puedan o deban haber adoptado, el asunto merece un análisis a fondo. Es inadmisible que la desfachatez de unos pocos ponga en tela de juicio el prestigio de todo un colectivo.