por Ernesto Montero Acuña
Grandes personalidades de Cuba se han referido en los términos más enaltecedores a la Campaña de Alfabetización acometida en el año 1961, sobre todo al papel que desempeñaron en esta 100 mil jóvenes de todo el país, quienes se trasladaron de sus medios citadinos a las más apartadas zonas rurales, algunas muy riesgosas.
Sobre aquel empeño, Nicolás Guillén publicó en su libro de memorias Páginas vueltas, en el año 1982: “Para mí la alfabetización de los cubanos es un hecho que tiene rango de epopeya, con la consecuencia inestimable de instalar en el sitio más alto de nuestra vida cívica un problema que parecía insoluble”.
Añadía de inmediato: “A veces creo que a la alfabetización le faltó, le falta todavía un poeta que la cante, un poeta de ancha envergadura que nos diga cuán dura fue la vida de los muchachos alfabetizadores; y a veces cuán dura fue su muerte”.
No olvidaba el poeta los asesinatos de Conrado Benítez y Manuel Ascunce, “adolescentes que cerraron los ojos —y no quiero que esto tenga sabor a frase más o menos deliberada— para que sus paisanos los abrieran”.
A ello agregaba: “Por aquellos días escribí unos versos, muy breves, pero que quisiera dejar ahora en el papel, y que son estos:
“A Conrado Benítez Maestro, amigo puro,/ verde joven de rostro detenido,/ quien te mató el presente/ ¿cómo matar creyó que iba el futuro?/ Fijas están las rosas de tu frente,/ tu sangre es más profunda que el olvido.
En la sagrada tumba/ donde al viento que pasa/ los lirios dan su aroma,/ mariposas de sueño hallan su casa;/ y en la alta serranía/ en que se alzó, resplandeció tu escuela,/ se alza resplandeciente el blanco día/ y una paloma entre fulgores vuela”. (1)
De este modo el poeta tuvo tiempo, en un libro tan apresurado como Tengo (1964), casi íntegramente publicado en la prensa de la época —poema a poema— para responder a las urgencias políticas de su país y plasmar su constancia sobre el elevado mérito de la campaña alfabetizadora y de aquellos mártires en flor que pagaron con sus vidas el empeño de conjurar la muerte.
En el acto histórico de la Plaza de la Revolución, para declarar a Cuba como Territorio Libre de Analfabetismo el 22 de diciembre de 1961, el líder de la Revolución destacaba la trascendencia, rendía homenaje a los cientos de miles de brigadistas, alfabetizadores, maestros, alumnos; y condenaba las acciones criminales cometidas contra quienes se impusieron aquella tarea y la cumplieron con heroísmo, a veces anónimo.
Sobre la estatura del acontecimiento dijo Fidel con exactitud: “Ningún momento más solemne y emocionante, ningún instante de júbilo mayor, ningún minuto de legítimo orgullo y de gloria, como este en que cuatro siglos y medio de ignorancia han sido derrumbados”.
A lo que añadía la ejemplar condena con proverbial síntesis: “Cuando nosotros, hondamente conmovidos, escuchábamos las notas del corneta, tocando a silencio (en el acto político), veíamos en cada nota vibrante una acusación a los criminales, una acusación eterna a los cobardes”. (2)
Quedaba dicho prácticamente todo. Lo demás consistía en fijar las nuevas metas, las tareas enormes del porvenir, con la certeza de que se acometerían y se cumplirían con la misma entereza con que la juventud había cumplido su empeño memorable.
Quizás nunca sea fácil encontrar palabras adecuadas y suficientes para describir las emociones de los que entonces eran jóvenes brigadistas, ni los sacrificios pequeños, íntimos, que cada uno aportó al empeño colectivo de la alfabetización gloriosa, uno de los esfuerzos mayores que ha realizado Cuba en los últimos 55 años.
Por esto deben preservarse los versos ejemplares de Guillén. Hacia él habrá que peregrinar siempre como síntesis de aquellos jóvenes que fueron símbolo épico de la época en su país.
(1) Nicolás Guillén: A Conrado Benítez, Páginas vueltas (Memorias), Ediciones Unión, 1982, La Habana, p. 256.
(2) Fidel Castro Ruz: Declaración de Cuba Territorio Libre de Analfabetismo, 22 de diciembre de 1961, La Habana.