Durante la ocupación militar de Cuba por Estados Unidos (1899.1902), se diseñaron diferentes acciones hacia la Isla, entre las cuales ocupó un lugar importante el campo de la educación. Como parte de este aspecto, en 1900 se planificó un viaje de un grupo de maestros y maestras cubanos a la Universidad de Harvard donde recibirían un Curso de Verano. El grupo estuvo integrado por docentes procedentes de todas las provincias del país hasta el número de 1 273, de los cuales más de la mitad eran maestras, lo que resultaba bastante insólito en aquellos años.
Este asunto ocupó espacios en la prensa, pues provocó debates diversos. Rafael Martínez Ortiz, quien además de historiar esa etapa la vivió activamente, anotó que el periódico Patria “hizo ascos al proyecto” que incluía el estudio de la revolución norteamericana, según criterio del superintendente de escuelas Alexis Frye, para que supieran cómo se formó esa gran nación y aprendieran lo que debe hacerse para la organización como estado independiente.[1]
Hubo defensores del plan por lo que podía influir en la posible anexión a Estados Unidos. Ese fue el caso de Francisco Figueras quien veía en ello la posibilidad de inculcar la americanización y el deseo de anexión, aunque otros veían en esto un acto lesivo para la nacionalidad cubana.[2] El plan del curso incluía un grupo de asignaturas como fueron: Inglés: 2 clases diarias divididos en 40 secciones con 36 alumnos cada una; Historia de las colonias españolas: 2 veces por semana, 10 conferencias; Escuelas Americanas: 3 conferencias en 3 días; Psicología, imitación y procesos aliados en la niñez: 2 conferencias; Historia americana: 18 conferencias; Kindergarten: 8 conferencias; Clase de Sloyd (trabajo manual): 6 conferencias; Bibliotecas públicas: 2 conferencias. Además, había excursiones todas las tardes. Como puede apreciarse, la asignatura con mayor número de horas de clase era el idioma inglés, a la que seguía Historia Americana.
Uno de aquellos maestros que viajaron a Harvard fue Regino E. Boti, el importante poeta guantanamero, quien publicó sus impresiones bajo el título Harvardianas en la prensa de su ciudad natal. Las reflexiones de Boti muestran una apreciación acerca de aquella invitación, sus propósitos y lo que debían buscar los cubanos en tal oportunidad, con previsiones que guardan una notable importancia para su momento y, puede considerarse, para todos los tiempos.
En junio, cuando el viaje estaba en fase de preparación, el joven Boti escribió que, en su fuero interno, concordaba con Cervantes en aquello de que “dádivas ablandan peñas”, y anotó ejemplos de ello para afirmar después: “Los yankees para conquistar voluntades cubanas usarán ‒usan‒ de las dádivas”, por lo que desde esa óptica evaluaba el proyecto del curso de verano.[3]
El contexto de aquel viaje era complejo; según afirmaba Boti, para muchos el porvenir de Cuba era “insondable, negro, oscuro”, pero para otros era “claro, transparente” y había quienes no querían ni verlo ni vislumbrarlo. En su opinión, era “terrible y borrascoso”. Estaba convencido de que los cubanos, solos, podíamos alcanzar la “República Cubana” que estaba en flor, pero “un artero amigo, cartaginés americano, hiere con su planta esta preciosa tierra para hacerla volver atrás en el camino de la independencia y el de la dicha.” Veía en esto la repetición de casos análogos en la historia, por lo que el porvenir de Cuba, lo veía clarísimo, pero triste.
El calificativo de “cartagineses modernos” (o americano o contemporáneo), que el poeta utilizó para los Estados Unidos, destacaba la condición de conquistadores en la nueva época, por ello puso los ejemplos de Egipto y su absorción de los pueblos que le precedieron, así como Grecia y Roma en la antigüedad, a los que siguieron otros más cercanos en el tiempo para llegar a Estados Unidos que “se deslizaron” hasta Baja California, Arizona, Nuevo México y Texas y “pretenden escurrirse hasta Cuba después de haberse apoderado de Puerto Rico y de estar en veremos con Filipinas.”
A partir de tales presupuestos, Boti enjuiciaba el presente de Cuba y el próximo porvenir que veía de “absorción completa”, por lo que consideraba que, en tal circunstancia, ante “el cartaginés contemporáneo”, los cubanos debían deponer sus ambiciones y rencores pasados “para converger con todas nuestras fuerzas al fin santo de la independencia.” Esto también le permitía enjuiciar el proyecto con los maestros cubanos: “para seducirnos nos tienden ahora otra red, al parecer débil, pero es fuerte y temible”. Así veía los propósitos del Curso de Verano proyectado. De ahí que planteara como deber de quienes iban a ese viaje, enfrentar esa “seducción por impresionabilidad”, embarcándose cubanos y “volver cubanos quintaesenciados”.
Boti describió el día de la partida hacia “un país extraño y con muy distintas costumbres”, lo que asumía como un “nuevo sacrificio que se impone al Magisterio por y para Cuba.” Aquí refutaba la opinión de algunos de que era un refuerzo para el anexionismo, pues creía que sería “un medio eficaz” para dotar a las escuelas, “que habrán de ser netamente cubanas”, con los adelantos de la pedagogía moderna, “adaptándola a nuestras costumbres y hábitos”. El maestro guantanamero alertaba a “asimilarse únicamente lo que le es conveniente a Cuba y sus hijos, poniendo por delante la antorcha de la libertad.”
La estancia, para lo que calificó de “viaje político-pedagógico” con el propósito de seducir a los cubanos, que sería “un instrumento útil al ideal de los norteamericanos con respecto a nuestro futuro político”, lo llevó a establecer una diferencia notable entre el pueblo estadounidense que apreció culto, serio y cariñoso con los cubanos, y “todos los ricachos, todo Washington” quienes no aspiraban “más que a tender sobre nuestro cuello un nuevo dogal, el más indigno, el más inmundo: el de la anexión”.
Regino E. Boti fue uno de aquellos más de mil maestros que asistieron al Curso de Verano programado por el Gobierno de ocupación militar; sin embargo, no iba de manera inocente a someterse al plan elaborado, sino que desentrañó de manera perspicaz sus objetivos últimos, por ello planteó como plan propio para la parte cubana: “que alcen una generación de cubanos y no de yankees, eso se quiere.”
[1] Rafael Martínez Ortiz: Cuba. Los primeros años de independencia. Editorial “Le Livre Libre”, París, 1929, 3ra edición, T I, p. 134.
[2] Ver: Marial Iglesias Utset: Las metáforas del cambio en la vida cotidiana. Cuba1898-1902. Ediciones Unión, La Habana, 2003, pp. 122-132.
[3] Todas las citas de textos de Boti están tomadas de Harvardianas y otros saltos al Norte. Selección de Regino G. Rodríguez Boti. Editorial El Mar y la Montaña, Guantánamo, 2006.