Resulta una verdad irrevocable que las palabras que el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz pronunciaba, el 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional José Martí, como cierre de varias jornadas de debate con una representación de la intelectualidad cubana, marcan la génesis de la política cultural que regiría los destinos futuros del arte y la literatura de la naciente Revolución.
Valorado en su justa y real dimensión, ese discurso , que es conocido como Palabras a los intelectuales , resulta un documento programático de largo alcance y trascendencia, por sembrar pautas insoslayables, tanto para su tiempo como para el tiempo por venir, relacionadas con el desarrollo del arte y la cultura. Una cuidadosa relectura de ese texto, ahora que se rememora su aniversario 55, permite comprobar que, en ese documento, es posible encontrar reflexiones que van más allá de la emblemática frase de Fidel —“Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”—, siempre recordada al hacer referencia a la citada intervención.
Frase que, lamentablemente, a lo largo de este más de medio siglo, no ha sido siempre interpretada en su real significado o, incluso, ha sido tergiversada en su auténtica proyección por quienes han querido, infructuosamente, borrar un proceso social que transformó tanto la historia de la isla como la propia historia del mundo de la segunda mitad del siglo XX.
Con meridiana claridad, en Palabras a los intelectuales, Fidel aseguraba:
La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un real patrimonio del pueblo. Y al igual que nosotros hemos querido para el pueblo una vida mejor en el orden material, queremos para el pueblo una vida mejor también en todos los órdenes espirituales; queremos para el pueblo una vida mejor en el orden cultural.
No es ahora propósito argumentar cómo, desde fecha tan temprana, la Revolución se propuso, y logró, más allá de obstáculos y limitaciones, convertir al arte y la literatura en fuente de placentero disfrute, en instrumento esencial para enriquecer la espiritualidad de las cubanas y los cubanos y así edificar una sociedad más culta y a la vez más libre, como reclamaba el Héroe Nacional José Martí.
Con Palabras a los intelectuales, la Revolución cubana atesoraba una guía, un camino, una brújula, que le permitiría sentar las bases estratégicas de una política cultural encaminada a ennoblecer al hombre en su indisoluble relación con la sociedad y a defender los más altos valores identitarios de la nación.
“Nada hay más justo (…) que dejar en punto de verdad las cosas de la historia”. Sabia reflexión del más universal de los cubanos, que invita, ahora que falsos cantos de sirena llaman en el mundo a olvidar el pasado, a pensar, a indagar, a valorar, el significado que Palabras a los intelectuales tuvo ayer, tiene hoy y no dejará de tener mañana.