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Un iniciador casi desconocido

 Por Yolanda Díaz Martínez*

Francisco Vicente Aguilera. Foto: ArchivoPor  Yolanda Díaz Martínez*

En 1891, rememorando el inicio de la lucha el 10 de octubre de 1868, Martí recordaba a “Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir  a los esclavos con su sangre y se trocaron en parte de nuestro pueblo”,  para ellos pedía reverencia y ternura porque “todo el que sirvió es  sagrado”.

Francisco Vicente Aguilera fue uno de esos padres que, del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo, dispuestos a morir. Al estallar la primera Guerra de Independencia era uno de los hombres más  ricos de Cuba y todo lo entregó a la  causa revolucionaria.

Nacido en la villa de Bayamo el 23 de junio de 1821, la distinción de sus padres le dio la  oportunidad de recibir instrucción en colegios de Oriente y La Habana.

Lejos de satisfacer la aspiración de su fallecido progenitor de  dar continuidad a un pensamiento  monárquico y pro español, el joven  criollo abrazó el ideal independentista.

Alto y delgado, con la barba por el pecho, es la representación más común que nos ha llegado de su persona; quienes lo conocieron, o combatieron a su lado, lo describen como un hombre de maneras  suaves, poco hablar, bondadoso  hasta la exageración, cualidades  que podían confundir e impedir  que se advirtiera su firmeza y tenacidad.

Su espíritu revolucionario no solo se manifestó en su participación en la lucha, sino también en  la intención de renovar e introducir mejoras en el valle del Cauto, de  ahí su contribución a financiar estudios para construir un ferrocarril  entre Bayamo y Santiago de Cuba, y  la publicación del periódico El Boletín de Bayamo.

Estuvo entre los primeros en sumarse a los preparativos de lucha;  no  hay que olvidar que el eje de la  conspiración independentista partió  de la Logia Masónica El Gran Oriente de Cuba y las Antillas, de la cual  era Venerable Maestro. Fue fundador de la primera Junta Revolucionaria de Oriente, creada en 1867;  al siguiente año los revolucionarios  orientales, reunidos en la finca San  Miguel de Rompe, lo eligieron jefe  máximo del movimiento.

Para Aguilera el inicio del movimiento armado estaba condicionado por el desarrollo de la  zafra y lo que esta aportara a la  Revolución. Aunque los sucesos se  desarrollaron de forma diferente  a lo previsto y Carlos Manuel de  Céspedes fue elegido jefe máximo,  se dispuso a seguirlo como un soldado más. En su hacienda ubicada  en Cabaniguán, Las Tunas, se alzó  con alrededor de 150 hombres, entre los cuales había numerosos esclavos. Su intención era dirigirse  a Bayamo y colaborar con el ataque  a esa ciudad.

El reconocimiento de su valía le llegó muy pronto. Fue nombrado general de división, Secretario de la Guerra y posteriormente Vicepresidente de la República en Armas. En  marzo de 1870 Céspedes le adjudicó  el cargo de jefe del Ejército Libertador en Oriente, con grado de mayor general, apenas un mes después  asumió como primer jefe del estado  de Oriente.

Veguitas, Valenzuela, Río Abajo y Mayarí, fueron algunas de las  acciones en las que participó antes  de ser designado por el gobierno, en  junio de 1871, para la búsqueda de  un acuerdo entre la emigración cubana en Estados Unidos. Incapaz de  solucionar las contradicciones, permaneció en esa nación recaudando  recursos que permitieran organizar  expediciones de ayuda a la Revolución. Tal propósito retardó su retorno a la isla, en su condición de  Vicepresidente de la República en  Armas, para ocupar la presidencia  tras la deposición de Céspedes.

Desde allí escribió a su esposa el 20 de mayo de 1872, comentándole acerca de las gestiones que realizaba y de su fe ciega en los destinos de una Cuba independiente:  “Qué felices seremos entonces con  la conciencia de haber contribuido  con todos nuestros esfuerzos a hacer nuestra patria libre”.

Pero esos deseos no fueron satisfechos. Los numerosos intentos  expedicionarios emprendidos por  él para regresar a Cuba fracasaron,  y su prolongada ausencia conllevó   que la Cámara de Representantes  diera por extinguido su cargo de  Vicepresidente de la República en  Armas y el derecho a ocupar la presidencia.

Sin haber logrado sus objetivos, enfermó de cáncer y falleció el 27 de febrero de 1877 en Nueva York. En 1910 sus restos fueron trasladados a Bayamo, donde reposan en el  Retablo de los Héroes.

* Doctora en Ciencias Históricas. Investigadora del Archivo Nacional de Cuba 

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