La locomotora se acercó al muelle, enganchó los vagones y planchas que había en el ferri allí anclado, y se dispuso a emprender el viaje, mas fue imposible porque cientos de hombres acostados sobre la línea férrea se lo impedían.
Esa anécdota nos la contó uno de sus protagonistas, el ya nonagenario Nilo Izquierdo Valdés, quien muy joven se inició como estibador en el muelle de la World Line, donde conoció a Aracelio Iglesias Díaz, nacido el 22 de junio de 1901.
El aguerrido líder de los trabajadores portuarios permanecía cerca, y ante la llegada del jefe de la policía marítima para obligarlos a despejar la vía, le expresó haber sido quien los mandó a tenderse allí y así estarían hasta tanto él les indicara levantarse.
“¿Cómo no lo íbamos a obedecer si era el único que peleaba por nosotros?”, inquiere, para de inmediato advertir que “la lucha de Aracelio contra los ferris portadores de los sea trains fue muy fuerte, porque el hecho de que estos llegaran cargados representaba que miles de hombres que laborábamos en el puerto quedáramos sin trabajo. Lo mismo pasaba con los ferrocamiones, que era un sistema similar.
“Fue una época muy dura. Solo trabajábamos cuando se nos llamaba de acuerdo con una lista rotativa implantada por Aracelio como secretario de nuestro sindicato, para garantizar que todos pudiéramos hacerlo algún que otro día, pues el trabajo no era diario, excepto para los fijos.
“En su condición de dirigente sindical, él luchó mucho por nuestros derechos, no solo por las afectaciones que nos ocasionaban los ferris sea trains, sino también por otras cuestiones que reclamaba, entre ellas el salario, el cual era muy bajo. Por eso es que lo matan”.
Izquierdo Valdés, poseedor del grado 33 de la masonería y miembro de la Asociación Abacuá, indica que erróneamente se dice que Aracelio también pertenecía a esta última, porque sus miembros lo seguían, y es que “sin serlo, él era ejemplo para nosotros; además, nos representaba y luchaba por nuestro pan. Por eso lo respetábamos, admirábamos y queríamos”.
Cuenta que en cierta ocasión los trabajadores establecieron un pacto secreto consistente en que si, por ejemplo, pedían seis hombres realizaban un sorteo para que solo fueran cuatro y así alargar el tiempo de labor.
“Aracelio lo supo y se incomodó mucho, pues no admitía ‘relajitos’. Nos planteó que cómo si él exigía a los propietarios para que más gente tuviera trabajo, iba a haber menos que la cantidad requerida. Y tenía razón”.
Un ser como los demás
Al pedirle que nos comentara acerca de la personalidad de Aracelio, refiere que le gustaba bailar, lo cual le consta porque integraba un grupo denominado “los cuarenta” —a él pertenecía también la madre de Nilo— que se ponían de acuerdo para asistir a una sociedad enclavada en la calle Águila, esquina a Puerta Cerrada.
Lo describe como un hombre serio, muy sociable, que no presumía del cargo que ocupaba. En su trato con los trabajadores era muy natural, y nos ayudaba en cuanto estuviera a su alcance.
“Me impresionó mucho por su formalidad, su manera de llegar a uno. No por por su posición de dirigente se buscaba que se le mirara diferente, porque era él quien se acercaba a uno y le explicaba las razones por las cuales era preciso actuar de un modo y no de otro. Fue un hombre común, que se echó sobre los hombros una responsabilidad y actuó consecuentemente con ella hasta que lo asesinaron. Ese era el Aracelio Iglesias Díaz que yo conocí”.