Erguirse en defensa de los principios y convertirse, en medio de las circunstancias más adversas, en su abanderado ante las maniobras del enemigo por desviar el rumbo de la Revolución fue una cualidad paradigmática de Antonio Maceo que todavía puede enseñar a muchos en estos tiempos.
Es conocido el desfavorable estado político moral en que se encontraban las filas patrióticas después de una década de combate por sacudirse el yugo colonial, en aquel aciago 1878: lo que no habían podido lograr las armas españolas lo estaban consiguiendo la desunión, el cansancio y el desaliento, aprovechados por el colonialismo peninsular para desviar la rebeldía por los cauces de la pacificación mediante el Pacto del Zanjón.
Maceo dejó bien claro su negativa a aceptar una paz que no traía la independencia ni la abolición de la esclavitud, objetivos por los cuales los cubanos se alzaron el 10 de octubre de 1868. Durante 10 años combatieron por alcanzar la libertad no solo de la nación, sino de todos los hombres y mujeres que vivían en ella, como primer paso hacia la instauración de una sociedad diferente, dueña de su propio destino sin ataduras a ningún poder extranjero y aunque tal propósito no pudiera conquistarse en esa coyuntura, resultaba irrenunciable.
Así lo demostró el Titán al rechazar una considerable suma de dinero que le ofreció el Gobierno español para aceptar la paz: “¿Creen ustedes que los hombres que luchan por un principio y por glorias militares que estiman su reputación y su honor, pueden venderse quedándoles aún la esperanza de salvar sus principios o de perecer en la demanda antes que degradarse? No, los hombres como yo que pelean por la santa causa de la libertad, romperán sus armas cuando se crean impotentes para vencer antes que mancillarse”.
Su postura indoblegable quedó expuesta ante el enemigo y el mundo de manera inequívoca en la Protesta de Baraguá, calificada por Martí “de lo más glorioso de nuestra historia”.
Aquel “¡No nos entendemos!” que le respondió Maceo a Martínez Campos en la histórica entrevista, resonó no solo en ese escenario, sino en toda nuestra historia. El Titán demostraría más tarde que la Revolución estaba viviendo una crisis, no la renuncia a la lucha que se reanudó tan pronto las condiciones la hicieron posible.
Su defensa del principio de la libertad conquistada por y para los cubanos fue más allá del rechazo a la tutela de España. En fecha tan temprana como 1884, escribió desde la ciudad hondureña de San Pedro Sula al director de El Yara una misiva en la que expresó su preocupación acerca de lo que calificó como una nueva trama de los españoles fingiendo arreglos importantes para los cubanos, y en la cual aparecía la intervención de extrañas naciones.
De esa carta es una expresión que se ha vuelto emblemática para los patriotas de esta tierra: “Cuba será libre cuando la espada redentora arroje al mar sus contrarios. La dominación española fue mengua y baldón para el mundo que la sufrió, pero para nosotros es vergüenza que nos deshonra. Pero quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha. Cuba tiene muchos hijos que han renunciado a la familia y al bienestar, por conservar el honor y la patria. Con ella pereceremos antes de ser dominados nuevamente; queremos independencia y libertad”.
Cuando en 1896 conoció por la prensa extranjera que en Estados Unidos se debatía la posibilidad de intervenir en la guerra que se libraba en suelo cubano “por razones humanitarias”, dejó bien clara su posición: “A mi modo de ver, no necesitamos de tal intervención para triunfar en un plazo mayor o menor. Y si queremos reducir esta (la contienda) a muy pocos días, tráiganse a Cuba 25 o 30 mil rifles y un millón de tiros en una o a lo sumo dos expediciones”.
Y vale recordar su confianza en las propias fuerzas que batallaban heroicamente en condiciones difíciles para alcanzar esos fines, aun cuando este criterio no coincidía con el de muchos de sus compañeros de lucha, que creían en la supuesta ayuda desinteresada del país del Norte:
“No me parece cosa de tanta importancia el reconocimiento de nuestra beligerancia ni tan provechosa al porvenir de Cuba la intervención (norte) americana como suponen la generalidad de nuestros compatriotas. Creo más bien que en el esfuerzo de los cubanos que trabajamos por la patria independencia (sic), se encierra el secreto de nuestro definitivo triunfo, que solo traerá aparejada la felicidad del país si se alcanza sin aquella intervención”.
La historia le dio la razón. Hoy ante cualquier propuesta del enemigo, que de acuerdo a sus nuevas tácticas apela a medios sutiles para que renunciemos a los principios que han sostenido la Revolución, los verdaderos patriotas darán la misma respuesta que en Baraguá: ¡No nos entendemos!