Imperio, la telenovela brasileña que transmite Cubavisión, es dura y fría como un diamante en bruto. Para Aguinaldo Silva es su mejor novela. Hasta ganó un Emmy. Para nosotros no es más que una acción de propaganda.
Mientras mayor la falla, mayor la necesidad de maquillarla. En el 2007 dijo lo mismo de Dos caras (“es la mejor, van a tardar en olvidarla”).
En esta se superó en fantasía: “El premio muestra algo obvio: si quieres hacer una novela buena no puedes caer en la rutina, hay que ir más allá”. Todas sus artes de fabulador menguado se dilapidan en este ejercicio de autobombo.
No, Aguinaldo, Imperio no está bien contada. No importa lo que hayas dicho a la prensa. Este “falso brillante”, como se llamó un día, está tallado de manera lenta y tosca, con más facetas grises que radiantes.
En estos 60 episodios la trama se ha movido poco. Ahora parece espabilarse. La confrontación Claudio Bolgari vs. Teo Pereira, se roba la atención, supeditando la espina dorsal, que queda virtualmente apuntalada por lo que deberían ser sus principales elementos.
Por más que nos machuquen —y Silva insiste en ello al punto de que le da un toque rosa— Claudio Bolgari no es la víctima de un bloguero pérfido e indiscreto. Es un hipócrita viviendo una doble vida —poco importa el sexo de su amante— que como mismo le saca el jugo de su juventud a cambio de prebendas, medra a la sombra de una mujer tan connivente que llega a ser machista.
Si al menos se explicaran sus motivos. Todos los pactos y las formas de amor son válidos. Pero aquí vemos a la típica mujer que mira y calla, mientras el hombre hace de las suyas.
Leonardo tampoco es la flor romántica y medio obstinada que nos dibujan. Él ofreció su lozanía para obtener una carrera y no anda lejos de un Robertón, más realista, pero enfocado con censura.
El debate del valor de la intimidad se confunde con el de la homofobia y pierde ante la ambigüedad del personaje. De hecho toda el ala gay está exacerbada. Xana y Teo deben arrancarnos risas, pero su humor es tan primario como su doblaje. No tienen gracia. Y ese es un problema serio de la trama: la falta galopante de carisma.
Ni grandes amores ni grandes personajes. Villanas malogradas, cuyo embate se quedó en la promesa. Contrapunteos a los que les falta chispa (¿quién se deleita con los choques del Emperador y su consorte? ¿O los de Teo y su asistente?).
Lilia Cabral es una buena actriz, pero le falta mucho para llegar a una Odete Roitman. Su María Marta es pedante y agresiva, al tiempo que su “archienemiga” Cora, pegaba más con una novela costumbrista.
Las dos disputan al Comendador con Isis que de tan pura, hoy se deja cortejar por el bebé rebelde. El rey del mármol (¡oh, disculpen, eso era en Suave veneno!) tiene manías hasta para hacer sopa. Maniático, gruñón, es un batido del Baldomero de Zé Wílker y de Juvenal Antena. Dos gotas del propio Silva —que le prestó algunos de sus traumas— y una invariable ropa negra y ya tenemos a nuestro José Alfredo.
No hay dudas de que Alexandre Nero dio en el clavo y el personaje lo catapultó a la fama. Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Silva no solo resucita esa novela —su experiencia creativa más amarga— sino se mete en las intrigas de dinero y otra vez el tiro le sale por la culata.
El culebrón latino adora hablar de sentimientos. Del padre que, aún sin saberlo, siente la voz de la sangre. Mas la aproximación entre Cristina y el suyo es compleja. La reconstrucción de un lazo roto por la vida daría más de una escena emocionante.
Y sin embargo… la ingeniería de este drama es bien primaria.
¿Por qué ese montón de malabares para hacer el cacareado examen de ADN? ¿Solo para unir a Severo y Magnolia al cauce central de este relato?
Lo mismo pasa con Lorraine, cuyo chantaje se quedó en el aire y ahora vive de la “subvención” de María Marta.
La dirección fue un plus en su momento. Rogério Gomes y equipo le dieron “clase” al texto. Hoy ya entraron en el lado industrial. Los temas musicales suenan poco. Ya no podemos asociarlos a un personaje.
Y eso, con un montón de otras cosas, me hacen pensar en las novelas brasileñas que en los 80 y 90 paralizaban el país de punta a punta. No creo que ese tiempo vuelva. No con novelas como Imperio.