Hace cuatro años, apenas recibida la noticia del fallecimiento de Teófilo Stevenson, escribí estas líneas apresuradas, pero muy sentidas. Las acabó de rescatar de lo profundo de internet y las comparto como homenaje al legendario boxeador…
Publicado el 11 de junio del 2012
Teófilo Stevenson se ha marchado, sin aviso, sin despedida, sin tirar un último gancho a la vista de todos. Se fue porque la vida se gastó en su organismo, en ese cuerpo esbelto, fibroso y glorioso que representó a Cuba durante los últimos 40 años.
Stevenson, el triple monarca olímpico y mundial, el boxeador más famoso de esta isla y quizás del planeta, se apagó dos días después de su última aparición pública, ocurrida el sábado último durante la carrera-caminata en saludo a los XXX Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Varias semanas antes anduvo enfermo, severamente, pero se levantó como púgil mareado por un golpe, pero empeñado en sobreponerse para ganar la pelea más importante de su carrera.
Después lo vimos en los play off de la pelota cubana, acompañando a los equipos orientales, a esos que son todos suyos porque como afirmaba “yo nací en Oriente (antigua provincia), así que me da igual Guantánamo, Santiago, Las Tunas, Holguín o Granma”.
También asistió al Torneo Internacional Giraldo Córdova Cardín, en la sala capitalina Ramón Fonst. Observó a los fajadores que asistirán a Londres 2012, conversó con amigos, con admiradores, con sus compañeros de victorias. Se divertía, reía, estaba tranquilo, de buen ánimo. Hasta visitó a los periodistas que cubríamos el evento para darnos su palmadita en el hombro.
La vida se estaba acabando, pero el campeón estaba como siempre, firme y al lado de los suyos, al lado del ring en que hizo lo que pocos en este mundo. A los pies de la escalerilla que lo vio subir y bajar triunfal, imbatible, convertido en leyenda desde muy corta edad.
Nadie como él en esta isla, y quizás en el mundo, consiguió técnica tan depurada, pegada tan letal y alma tan noble, pues al rival abatido le prestó muchas veces los primeros auxilios.
Teófilo ya no está físicamente, pero la imagen del deportista inmenso, entregado y fiel quedará para siempre en la mente de quienes lo vieron en vivo o de aquellos —como yo— que aprendimos su historia gracias a empolvados videos y memorables crónicas.
Queda el cubano que rechazó millones de dólares para quedarse con 11 millones de cubanos que representaban la razón de su existir, el motivo de sus esfuerzos y nocauts.
Stevenson, como lo conocía la mayoría de los cubanos, acabó siendo más que un boxeador, más que un deportista, más que un simple mortal. Stevenson fue y será siempre un embajador de este país, la esencia del cubano ejemplar pese a los defectos que le tocaron cargar.
Tuve la suerte de despedirme el último sábado, lo digo con pesar porque no imaginaba una muerte tan prematura. En los jardines de la Ciudad Deportiva capitalina lo saludé poco antes de que sembrara uno de los árboles que saludaron la iniciativa ambientalista de los cercanos Juegos de Londres.
Allí jaraneó con todos, se hizo fotos, firmó autógrafos y sembró esa planta que debiera preservarse como su última pelea, como un último gesto cargado de simbolismo, como la voluntad final de quien amó la vida propia y ajena, aunque pegara como el “demonio”.
Ojalá germine ese árbol tanto como su obra, y ojalá se preserve la memoria gloriosa de Teófilo, ese cubano de millones.