Por Yimel Díaz Malmierca y Adislenes Ruenes César
La integración presupone un camino largo y tortuoso, más si fuerzas externas tiran en sentido contrario. Pero cuando hay voluntad política se avanza. Prueba de ello fue la recién concluida VII Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC).
Los documentos finales aprobados (Declaración de La Habana y Plan de Acción 20162018) y los Comunicados especiales, recogen los principales retos y reafirman la vigencia de los principios constitutivos de la AEC para avanzar en la unidad y la integración latinoamericana y caribeña.
Entre sus muchos aportes, la Declaración ratificó la vigencia de la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, aprobada en la Cumbre de la Celac, celebrada en La Habana en enero del 2014; condenó el terrorismo en sus diversas formas y se mostró solidaria con las causas más justas de la región, entre ellas los diálogos de paz en Colombia y el fin del bloqueo de Estados Unidos a Cuba.
El Plan de Acción pauta la ruta del quehacer de la AEC en los próximos meses. Uno de los Comunicados especiales reconoce el trabajo realizado por el secretario general, Alfonso Múnera Cavadía; mientras que el otro reitera el apoyo de la región al proceso de diálogo político abierto en Venezuela. Hubo consenso en el respaldo al presidente Nicolás Maduro.
El concepto de Gran Caribe, ese que incluye los puentes de islas, todas las orillas besadas por un mismo mar y llega hasta El Salvador por la cercanía también cultural, habría que agradecérselo a la fundación de la AEC, según afirma el cineasta cubano Rigoberto López, probablemente uno de los que más ha visitado los territorios caribeños, a donde llega cada año con su Muestra de Cine Itinerante.
Esta organización deviene entonces la hermana mayor de otros proyectos integracionistas como son la Oeco (Organización de Estados del Caribe Oriental), el Sica (Sistema de Integración Centroamericana) y el Caricom (Comunidad del Caribe). Precisamente fue idea de los miembros de esta última impulsar un proyecto más incluyente que les permitiera multiplicar las fuerzas de la región para enfrentar los nuevos desafíos.
Casi un cuarto de siglo después de la I Cumbre, en Cartagena de Indias, la AEC se ha ratificado como un espacio ideal para el diálogo regional, y también para la concertación de posturas políticas y la cooperación.
Esto permite a los Estados Miembros y Asociados responder en mejores condiciones a los retos de la crisis económica financiera y los efectos del cambio climático, entre los que destaca el incremento en la frecuencia e intensidad de los desastres naturales.
El Plan de Acción 2016-2018 aprobado por los dignatarios en La Habana es ambicioso pero realizable. Uno de los sueños que recoge, y en los que trabajan desde hace varios años, es la Zona de Turismo Sostenible del Gran Caribe (ZTSC) y el apoyo a las iniciativas del Turismo comunitario.
En este punto los anhelos del Caribe se encuentran con que una buena parte de las agencias de turismo que operan en la región, la promueven y venden como destino de sol y playas, no son caribeñas. Esto significa que ganancias nada despreciables de esta “industria sin humo” regresan al punto de partida (Europa, Estados Unidos y Asia).
El turismo multidestino es otra de las estrategias impulsadas por los comités de expertos, pero eso también requiere una articulación de cada uno de los asideros de un negocio sobre el cual se sostienen las economías de varios Estados de la zona, a los que sería muy difícil optar por compartir la única entrada de recursos que poseen.
No obstante, el mayor peligro al que se enfrenta la región es el cambio climático y sus consecuencias. Todos tienen total conciencia de eso, desde los mandatarios que asistieron a la Cop 21, en París, hasta el más sencillo pescador de Yucatán.
El área siempre fue vulnerable a los desastres naturales, aunque desde que el hombre comenzó a excederse en sus niveles de consumo, agravó esta circunstancia que nos hace cada vez más frágiles.
La preparación para prevenir y enfrentar los desastres, la tala indiscriminada de los árboles y el agotamiento de otros recursos naturales fueron algunas de las preocupaciones expresadas en la cumbre. Quedó clara la voluntad de los países caribeños de unirse para mitigar los daños, única forma de seguir alentando el sueño de desplegar otros sectores como el turismo y el comercio.
Algunas de las acciones acordadas están dirigidas al fortalecimiento de los servicios y operaciones Hidrológicas y Meteorológicas en las pequeñas islas en desarrollo del Caribe y perfeccionar el Sistema de Alerta Temprana, lo cual pudiera contribuir a paliar los perjuicios que ocasionan los huracanes, ciclones tropicales y frentes fríos, frecuentes en la región.
El Caribe es heredero de uno de los mayores horrores de la historia humana: la esclavitud. Eso marcó la genética de sus po- blaciones y también su espíritu, que al decir del secretario general de la AEC saliente, el colombiano Alfonso Múnera, posee una “fabulosa capacidad, (…) de inventar la felicidad, de reírnos de casi todo para derrotar, muchas veces, la tristeza; pero risa que emana de una profunda sabiduría de vida”.
Fue el mismo Múnera quien reiteró que aún es más difícil viajar de Cartagena a Martinica, que llegar a Japón, pues la conectividad marítima y aérea permanece como materia pendiente en la región. Ello explica el impulso dado en esta cita al programa Unir al Caribe por Aire y por Mar, que incluye acciones con el propósito de contribuir, de manera eficaz, a la ampliación del comercio y la inversión dentro del Caribe.
Pero a esta Asociación le faltan hijos, territorios a los que su condición colonial aún no les permite sentarse a la mesa con sus hermanos naturales. Ese es el caso de Puerto Rico y otras islas con las cuales “aspiramos a contar algún día”, tal como dijera el Presidente cubano en la apertura de la VII Cumbre.
Hay reservas entonces, naturales y espirituales, que validan seguir apostando por la unidad del Caribe.