Por Doctor Agustín Lage Dávila *
La principal innovación organizacional que surgió en el sector de la biotecnología en la década de los 80 del siglo pasado, fue “el ciclo completo”. Antes teníamos centros científicos, fábricas de productos farmacéuticos y empresas comercializadoras de medicamentos, pero eran instituciones separadas, escasamente vinculadas entre sí por los mecanismos del plan o por relaciones contractuales.
Con el Polo Científico de la Biotecnología surgió un nuevo tipo de organización, que incluye investigación científica, desarrollo de nuevos productos a partir de la I+D, evaluación de esos productos (en ensayos clínicos cuando se trata de medicamentos), procesos productivos y sus sistemas de calidad, y también comercialización, nacional y exportadora; todo ello dentro de la misma institución y administración.
Así la organización responde por la eficacia y la eficiencia del ciclo completo (no de una de sus partes) que va desde el dinero que se emplea en financiar la investigación científica, hasta las utilidades que se obtienen de las exportaciones, y debe construir con ello un flujo de caja positivo.
Probablemente esta innovación, aunque no sea de la biología molecular, tenga mayor trascendencia que cualquiera de sus medicamentos o vacunas, y tiene tres aspectos significativos: su importancia nacional, relevancia internacional y proyección a futuro.
Debemos recordar que esas organizaciones surgieron a mediados de los 80 (el Centro de Ingeniería Genética en el año 1986, el de Inmunoensayo en 1987, el de Inmunología Molecular en 1994, y otros de la misma etapa), precisamente cuando nuestra nación se adentraba en la crisis económica que conocemos como período especial, consecuencia de la desaparición del campo socialista europeo y del reforzamiento oportunista del bloqueo norteamericano.
Cuba perdió súbitamente el 35 % del producto interno bruto (PIB) y más del 80 % del comercio exterior. La existencia de organizaciones con un ciclo económico interno, con su propia dinámica y atendidas por el máximo nivel de dirección de la nación explica que este sector de la economía se desarrollara en medio de esas condiciones, creciera en sus productos, en sus capacidades tecnológicas y en sus ventas en el exterior, hasta convertirse hoy en el segundo renglón de exportación material del país.
Desde la perspectiva de la economía mundial, la aparición de este tipo de organización (surge también en las naciones técnicamente más avanzados, en la segunda mitad del Siglo XX) refleja un cambio en las relaciones entre la investigación científica y la economía. Es un cambio objetivo, consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas; exactamente lo que predijo Carlos Marx: “El desarrollo de las fuerzas productivas demanda nuevos tipos de relaciones de producción”.
Hasta mediados del siglo XX la ciencia era una especie de externalidad para la economía. Se producían primero innovaciones tecnológicas, muchas veces empíricas, que se asimilaban por la producción. La ciencia luego le daba explicaciones racionales.
Poco a poco la investigación científica se fue colocando al inicio del proceso, no al final, sustentando directamente innovaciones tecnológicas. Esto tuvo consecuencias económicas en cuanto al financiamiento y la estructura de las empresas. Aparecieron primero laboratorios de investigación dentro de las grandes empresas en Estados Unidos y en Europa, y más tarde empresas en las que la investigación y el desarrollo de nuevos productos eran “el negocio principal”. Fueron internalizando la pesquisa científica en sus operaciones económicas, y lo que antes era financiado con el presupuesto del Estado, fue transitando paso a paso hasta ser asumido por las propias entidades en los países desarrollados (en Japón por ejemplo, sufragan el 67 % de esta actividad a nivel nacional).
Este proceso no ocurre, como es de esperar, de manera igual y simultánea en todos los sectores de la producción: nació en algunos como la electrónica, telecomunicaciones, computación, informática, química fina, biotecnología, nuevos materiales, energías renovables y otros (según diversos criterios de clasificación), que son los que se denominan industrias de alta tecnología o sectores de la economía del conocimiento.
Los rasgos de este tipo de empresa (internalización de la ciencia, personal altamente calificad complejos sistemas de calidad, productos novedosos, renovación rápida de unos, por nuevos, negociación de activos intangibles y se van extendiendo poco a poco, pero inexorablemente, a otros sectores de la economía, como la industria alimentaria.
De modo que estamos asistiendo a un proceso objetivo de desarrollo de las fuerzas productivas, que comienza en los países técnicamente más avanzados. Lo sorprendente es que en Cuba, un país subdesarrollado y bloqueado, sin mucha tradición industrial excepto en la azucarera, hayan surgido entidades de este tipo precisamente en una coyuntura económica muy difícil, y que lograran construir un flujo de caja financiero positivo, sostenerse, crecer y aportar recursos a la economía del país.
Esto solo se explica por la Revolución misma (que ha producido tantas cosas extraordinarias), la obra colosal de educación y formación de personal calificado desde las primeras décadas revolucionarias, la visión y el liderazgo de Fidel Castro Ruz, y la audacia y la pasión por objetivos grandes que está sembrada en la cultura y en el alma colectiva del cubano.
¿Cómo debe proyectarse esta experiencia hacia el futuro? Precisamente en este momento es que estamos conceptualizando y diseñando el modelo económico socialista cubano. Sería un lamentable error que viésemos la experiencia de la biotecnología cubana como un evento científico excepcional, como algo raro e irrepetible. Hay que verlo mejor como un proceso anticipatorio de lo que debe ocurrir en muchos otros sectores.
No será (no lo fue tampoco en la biotecnología) un proceso espontáneo: hay que dirigirlo, pero están dadas las condiciones para ello: surgimiento de nuevas empresas a partir de colectivos científicos, creación de organizaciones a ciclo completo, de investigación-producción-comercialización, exportación de productos novedosos, frutos de la investigación científica; son procesos que pueden y deben repetirse.
Así, las organizaciones a ciclo completo del sector biotecnológico prefiguran lo que debe ser la empresa de alta tecnología en la economía socialista cubana.
Será exportadora, porque los países pequeños no tienen demanda nacional suficientemente grande para economías de escala en los productos de este nivel.
Será socialista porque la propiedad privada y las leyes del mercado no funcionan para construir ciencia y desarrollo tecnológico en ninguna parte, menos aún en las naciones del sur.
Mientras más de alta tecnología sean nuestras empresas, más socialistas serán. El protagonismo de este tipo de entidad en nuestra economía es también una manera (no la única, pero una muy importante) de defender el protagonismo de la empresa estatal socialista, que es la garantía de la justicia social, y en última instancia además de la soberanía nacional.
De lo que se trata ahora es de identificar las esencias de lo positivo de esa experiencia (y de evaluar y desechar los errores), y capturar ese análisis en nuestra futura Ley de Empresas, así como en otros componentes del ordenamiento jurídico de la nación soberana, socialista, solidaria y culta con la que soñamos y por la que trabajamos.
*Director del Centro de Inmunología Molecular