Aun ni cuando él mismo se percate de ello, Lázaro Fernando Expósito Canto ha dejado de pertenecerse para ser del pueblo, por eso bien se puede decir que en millones de pechos se replica la estrella dorada que le entregaron el pasado Primero de Mayo.
Esta es, a no dudarlo, una heroicidad compartida, sin precedentes, que rompe el molde.
Los éxitos de su liderazgo se saben y comentan, pero los pequeños detalles que los complementan no siempre trascienden, salvo en casos como este, cuando importa saber, para aprehenderse de su estilo y multiplicarlo, las interioridades de este hombre sencillo, que sale al combate con un caudal de verbos bien aprendidos: criticar, sugerir, escuchar, indicar, comprobar, ayudar, crear, compartir, ser y estar.
¿Dónde se asientan sus orígenes?
Las raíces están en Caibarién, en una familia modesta, con unos maravillosos padres, ya fallecidos. Nací en un barrio llamado El Chiguete, con calles de tierra, gente muy humilde, trabajadora, con magnífica calidad humana, mezcla de campesinos y pescadores.
Allí crecí y me volví maestro, di clases en primaria, con preferencia por impartir Historia, y luego asumí como director de escuela; inicialmente en una pequeña, la Enrique José Varona, después en una grande, la Pablo Agüero Guedes, ahí tenía alumnos de más edad que yo, casi todos hijos de pescadores.
Los inicios de mi vida laboral fueron sin duda intensos, con la meta fija en enseñar, en ser un buen educador, hacerlo lo mejor posible.
A mis estudiantes también les debo parte de mi formación, muchos de ellos me recuerdan y buscan la manera de comunicarse conmigo, lo cual me reconforta mucho.
En aquella etapa me forjé un principio: no hay tarea grande ni chiquita, ni una es más importante que otra, hay que hacer las cosas bien.
Eso siempre me acompañó y acompaña, en la escuela, y cuando fui subdirector de Educación en el municipio, miembro del Comité Ejecutivo del Poder Popular, vicepresidente y presidente de ese órgano, y luego tres años primer secretario del Partido en Caibarién.
Después vinieron seis años en ese mismo cargo en el municipio de Santa Clara, período que coincidió con la presencia del compañero Díaz-Canel al frente del Partido en la provincia. De él aprendí muchísimo.
De ahí pasé a primer secretario del Partido en Granma, ocho años, y ahora en Santiago de Cuba, donde ya llevo siete.
Santiago, palabras mayores, según dicen muchos.
Yo diría que un privilegio. Es un pueblo increíble, superó mis expectativas. Me comentaron que era difícil, incluso cuando me mandaron para acá algunos me dijeron: “¿Te doy el pésame o te felicito?”, siempre respondí: Felicítame, y no me equivoqué.
Agradezco muchísimo a Fidel, a Raúl, a Machado, que me hayan dado la posibilidad de estar aquí, interpretar y aplicar sus ideas, el pensamiento de la máxima dirección del país, esa que fraguó los cimientos del gran edificio que es la Revolución. A las demás generaciones solo nos ha tocado levantar un piso.
Trabajo es una palabra recurrente en usted y le imprime una dinámica personal, lo mismo está en un cementerio, un cañaveral, un quirófano, una panadería, una funeraria, la casa de un campesino… ¿De dónde le nace ese espíritu indetenible?
Sencillamente me gusta trabajar bien, no puedo irme a dormir sabiendo que tengo cosas pendientes, que es posible dar más en una tarea y no lo hice, que hay personas a las que pude ayudar y no lo hice.
Cada día estoy en pie a las cinco de la mañana. No madrugo porque me complazca, confieso que me agrada quedarme en la cama y dormir; me levanto por disciplina, por responsabilidad y no trabajo más porque el día no tiene más horas. No lo hago, nunca lo he hecho, ni lo haré pensando en condecoraciones o ningún otro beneficio.
Evidentemente mi vida privada ha sido limitada, pero los que me conocen saben que soy feliz al pensar que cada día he hecho un bien, y si no me esfuerzo más es porque no está en mis manos.
Mi familia lo entiende. Aun con todo el trabajo que tengo y la distancia que nos separa estoy atento a sus problemas y nos comunicamos a diario. Es cierto que me he perdido etapas importantes de la vida de mis dos hijos y mis tres nietas, a quienes adoro; mas saber que hay personas a las que he podido ayudar, tantas familias que me quieren, que me sienten parte también de su propia familia, eso me reconforta.
Por primera vez una persona con cargo se alza con el Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. ¿Cómo lo marca este hecho?
Indiscutiblemente es un orgullo, un honor, trasciende con un compromiso mayor, con más ganas de hacer siempre en beneficio del pueblo.
Lo recibí en nombre de los miles de cuadros y todas las personas que defienden día a día esta obra inmensa, los que comparten el combate; en nombre de mi pueblo de Caibarién, Santa Clara, Granma y Santiago de Cuba, de Fidel y de Raúl, de Machado, y la dirección histórica de la Revolución.
En cada lugar que ha estado deja huellas de cariño. ¿A usted cómo lo han marcado esos sitios y su gente?
Son parte importante de mi vida. Es cierto que cuando llego la gente me recibe con un cariño tremendo, pero debo decir que yo también voy con mucha alegría, me siento como en casa, respiro aires de amor, respeto y sinceridad, y siempre es bueno volver, estar cerca, aunque sea por un corto tiempo.
La popularidad lo acompaña. ¿No tiene temor de ese fenómeno, que vaya a envanecerlo o desviarlo de su objetivo?
Yo no diría popularidad, he ganado nuevas familias, precisamente porque trabajo, ando por las calles en busca de mejoras, tengo compañeros al lado que me siguen en cada empeño, a los que acompaño cada día en disímiles tareas, para juntos disfrutar de cada logro en bien de la población.
¿Envanecerme? No conozco esa palabra, temor sentiré el día en que no pueda trabajar por el bien de todas esas personas, las que me hacen despertar cada día, quienes representan el motor impulsor que me alimenta para juntos continuar y vencer cada batalla.
No hay mayor regocijo para mí que la felicidad de las personas, por eso siempre empleo tiempo para escuchar a quienes me esperan, a quienes me interceptan en la calle, lo hago también por cariño al Partido, a los cuadros y respeto a la Revolución.
¿Cuán trabajoso ha podido ser dirigir con ideas renovadoras enfrentándose a viejas mentalidades, a la resistencia al cambio?
A las personas hay que explicarles con argumentos sólidos, demostrarles que las cosas feas y malas hay que sacarlas a la luz para poder mejorarlas. No es cambiar por cambiar, o llevarle la contraria a los demás porque sí, las personas han ido entendiendo eso y lo han aceptado, pero aún hay quienes se resisten a los cambios, a las nuevas estrategias, mas soy del criterio que conversando y demostrando todo es posible.
¿Qué le queda por cambiar en Santiago de Cuba?
Cambiar, no diría cambiar, sino mejorar. Santiago es una ciudad de hombres y mujeres de trabajo, de personas sinceras y voluntariosas, con virtudes y defectos como en toda Cuba y en todo el mundo, pero son gente buena con la que se puede lograr todo lo que uno se proponga por esta Revolución, por el bien de todos.
El santiaguero vive orgulloso de su tierra y yo me siento santiaguero.
A Santiago lo continuaremos embelleciendo y organizando. Si hoy muestra una imagen renovada, a medida que pasen los días será mucho más linda, gracias al empeño colectivo.
Sigue siendo un reto, por ejemplo, llevar a resultados concretos las palabras de Raúl de lograr una ciudad más bella, organizada y disciplinada, lograr la constancia en el trabajo de muchos sectores, ganar en la calidad de los servicios, en la cultura del detalle.
Pero como he dicho en otras ocasiones, con amor, trabajo, disciplina y constancia todo es posible, porque es Santiago.