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Latidos compartidos

Por Antón Vélez Bichkov

La telenovela que concluyó la semana pasada por Cubavisión ha levantado una ola de entusiasmos —no siempre merecida— y deja una seria duda en el aire: ¿Es esa la telenovela cubana que queremos? Su mérito ha sido parecerse. En la producción nacional no abundan novelas “con cara de novela”.

También esa imagen tan jugosa, en medio de esa nube gris que aquí, por pura convención, suelen llamar “fotografía”. No hay quien lo niegue: llegó y caló, aunque al principio parecía altamente improbable. Su repertorio es amplio y eso le aseguró sus adeptos.

Lo que preocupa es que el contenido no siempre se aviene con la forma. Ojo, no fue tan chocante como en propuestas anteriores: La imagen se cuidó, mas no logró evadir los planos medios, ni tomas que lucieran menos tiesas. La directora fue poco osada. A los actores los dejó a su aire sin modular sus calidades. El que sabía, sacó su personaje. El que no… no saltó la valla.

Afortunadamente, hubo extraordinarios desempeños: aplausos para la debutante Belissa Cruz (Angélica); para casi todos los miembros del núcleo religioso; Ariana Álvarez (Luz Marina), que venció la apuesta… Discreta, pero cálida, Tamara Morales, también tuvo que enfrentar un protagónico sin garra.

Los héroes no estuvieron a la altura; tampoco el abogado de sainete, que gana “todos sus procesos” y trajo a todas las mujeres locas.

Los veteranos por lo general no se lucieron y del reparto joven habría que destacar a Milton García (Mauricio), aunque su personaje se evaporara en la trama.

Y he aquí donde confluye buena parte de los dramas. En el guion hay demasiados altibajos para no notarlos en pantalla. Escrita a seis manos —y a veces de modo confuso—, Vereda tropical (su título de inicio), sufrió demasiados percances en el camino. Desde los cortes más absurdos hasta las propias fallas de su equipo, el que en la mayoría de los casos tocó los temas con un enfoque infantil y poco dramatúrgico.

Amílcar Salati, el más experimentado de los tres escritores, tiene una evidente predilección por el derecho y, sin embargo, parece dominarlo poco. Pifias llovieron del lado jurídico: el juicio por lesiones fue una burla. Así como todos los procesos policiacos.

También fue impreciso el lado religioso, el homosexual y algunos otros. Que es ficción, todos lo sabemos. Pero incluso en lo ficticio, la pauta sigue siendo la realidad.

Sicología y motivaciones se vulneraron por pura impericia. No fue una historia truculenta que se comió la lógica por puro esparcimiento. Sino que hizo guiños a la vida y en ocasiones no se supo captar la seña…

El tiempo cura las heridas y muchos cabos sueltos del principio se fueron amarrando poco a poco. Ello cambió la impresión un tanto. El árbol de Latidos… dio sus frutos, pero no disminuyó sus faltas.

Quedó el sinsabor del diálogo simplista, a veces francamente tonto. Escenas mal pensadas, que no se resolvieron en la puesta. Amén de situaciones hilvanadas con torpeza y caracteres muy simpáticos, pero no siempre sólidos.

Algunas líneas se perdieron con el tiempo. Otras no dieron la respuesta deseada. Los lazos de familia se dibujaron de un modo impreciso. Los flojos tríos amorosos rindieron algo de sustancia más por el plus de un villano acentuado que por su fulgor romántico. Nunca entendimos cómo se enamoraron Gabriela y Darío, por ejemplo. Y a pocos les importó si terminaron juntos.

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