Hay hombres cuya obra trasciende. Lázaro Peña González fue uno de ellos, tanto que se granjeó la admiración y el respeto de quienes a su lado se foguearon en la lucha por los derechos de los trabajadores.
Recuerdo que en una conferencia, el ya desaparecido Ramón Nicolau González, renombrado dirigente comunista que lo vio convertirse en indiscutido conductor del proletariado cubano, contó que algunos líderes reformistas le temían por su gran poder persuasivo, y porque marchaba al frente de las manifestaciones y junto con los obreros enfrentaba a la policía. Y precisó:
“No descansaba en las discusiones con grupos de otras tendencias; desenmascaraba a los principales enemigos de la unidad y a los anticomunistas infiltrados en la Comisión Obrera del titulado Partido Revolucionario Cubano (Auténtico)”.
Rememoró el período en que el movimiento obrero fue dividido por Eusebio Mujal y sus seguidores, con los consiguientes asaltos a las sedes de los sindicatos, imposición de directivas por decreto, saqueo de fondos sindicales y de retiros obreros, atropellos y asesinatos de dirigentes de los trabajadores, atentados personales a los comunistas, a sus locales y medios de comunicación.
Entonces, manifestó: “Lázaro llamó a los trabajadores a la lucha contra tantos desafueros; se mantuvo siempre al frente, respondiendo pública y personalmente a cada agresión, e inculcó en ellos el criterio de que se trataba de una crisis temporal que la clase obrera y el pueblo, unidos, podrían superar porque el mujalismo solo se mantendría mientras contara con el apoyo del ejército y la policía”.
Maestro de cuadros sindicales
En conversaciones con compañeros que a su lado se forjaron o consolidaron como dirigentes sindicales, esta periodista pudo constatar la indeleble huella que Lázaro dejó en ellos.
El ya fallecido Faustino Calcines Gordillo, delegado al Congreso Constituyente de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), lo conoció cuando Lázaro se afanaba en la reconstrucción del movimiento sindical, desarticulado tras la huelga general de marzo de 1935.
“Fue un formador de cuadros sindicales, y nos enseñó que por encima de todo estaban la unidad y el derecho de los trabajadores, aunque en ello nos fuera la vida, como sucedió con Jesús Menéndez Larrondo, Aracelio Iglesias Díaz y Miguel Fernández Roig, entre otros valiosos compañeros.
“Se caracterizó por su capacidad de escuchar pacientemente cualquier criterio, independientemente del sector de donde procediera; razonar y convencer. También por su labor educativa, aleccionadora, de ahí que constituya un ejemplo de lo que debe ser un dirigente sindical que luche por la unidad, de la cual fue un abanderado”.
En cierta ocasión, Alfredo Suárez Quintela, quien durante años se desempeñó como secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores del Transporte, me comentó que Lázaro además de indicar qué hacer, enseñaba cómo hacerlo, y dedicaba largas horas a tratar cuantos problemas hubiera.
Solía decirnos: “La gente es como es y no como uno quiere que sea, y como la gente es como es, no hay más remedio que trabajar con la gente, porque si la gente fuera como uno quiere que sea, entonces el mundo fuera una felicidad.
“Siempre tuvo bien claro que aún en el socialismo hay intereses particulares de los trabajadores de defensa obligada, porque el hecho de que la sociedad en su conjunto no tenga contradicciones no implica que no se violen algunos de sus derechos”.
Luis Martell Rosa, por largo tiempo secretario general nacional de los azucareros, aseguró que a quienes ocupaban responsabilidades dentro del movimiento sindical, Lázaro continuamente les recordaba lo imperativo de prepararse, estudiar y vincularse con los trabajadores.
“Nos aconsejaba ir adonde se encontraban, hablarles y relacionarnos con ellos. Nos decía que en cada uno hay partes positivas, y se impone buscarlas, no con el ánimo de vencerlos, sino para convencerlos de la justeza del socialismo, del trabajo, de la honradez, del cumplimiento de la tarea asignada a cada cual”.