La mayor parte de los países del mundo conmemoran el Primero de Mayo como el Día de los Trabajadores. Algunos lo hacen como jornadas de fiesta, otros como día de lucha por sus reivindicaciones, a pesar de esas diferencias, en todos los casos esa fecha ha quedado en la memoria como símbolo de los trabajadores en general. Posiblemente muchos no conozcan el origen en 1886 de tan simbólica celebración, cuando en Chicago se produjeron enfrentamientos entre obreros y policías y, sobre todo, el proceso judicial que siguió por el cual cinco de aquellos obreros acusados fueron condenados a muerte. José Martí siguió ese acontecer de cerca, lo cual constituyó un momento clave para su comprensión de los problemas de la sociedad norteamericana. Esto sería muy importante para entender el contexto en que preparaba su proyecto de revolución.
A través de las crónicas martianas escritas entre 1886 y 1888, fundamentalmente para el periódico La Nación, es posible seguir todo el proceso que siguió a los acontecimientos de Chicago, que culminó con la ejecución de cuatro de aquellos obreros, al tiempo que se puede observar la maduración del cubano en su análisis de los problemas sociales y los métodos de lucha y, más aún., de la sociedad norteamericana en su conjunto. De aquellos sucesos derivó un conocimiento cabal del sistema propiamente.
En 1882, cuando apenas llevaba un año de estancia permanente en Estados Unidos, ya Martí mostraba una primera impresión sobre los problemas sociales de aquel país, cuando escribió sobre “la historia de las rebeliones imponentes” que, a su juicio, “parecen ensayos tímidos de la revuelta colosal y desastrosa con que, en futuros tiempos, habrá de estremecer a esta tierra la pelea de los hombres de la labor contra los hombres del caudal.” Entendía que “en otras tierras se libran peleas de raza y batallas políticas, y en esta se librará la batalla social tremenda.”[1]
En 1882, aparecen algunas consideraciones específicas sobre las interioridades de aquel conflicto. El cronista afirma que “estamos en plena lucha entre capitalistas y obreros. Para los primeros son el crédito en los bancos, las esperas de los acreedores, los plazos de los vendedores, las cuentas de fin de año. Para el obrero es la cuenta diaria, la necesidad inaplazable, la mujer y el hijo que comen por la tarde lo que el pobre trabajó para ellos por la mañana. Y el capitalista holgado constriñe al pobre obrero a trabajar a precio ruin”; por eso “el obrero pide salario que le dé modo de vestir y comer. El capitalista se lo niega.”[2]No obstante, aún faltaba tiempo, observación y análisis para comprender el asunto en toda su profundidad y, sobre todo, entender los resortes de la lucha de clases.
Cuando se produjeron los sucesos de Chicago, Martí escribió en sus crónicas sus primeras impresiones, en las cuales se aprecia su cercanía emocional con los pobres, con los desposeídos, pero también su rechazo a la forma violenta de pedir justicia. En su percepción inicial, inmigrantes europeos que llegaban con el alma cargada de odio instigaban a la violencia y eran capaces de actos de crueldad. Sin duda, seguía la información que transmitía la prensa norteña y no tenía otras fuentes para elaborar otro criterio, pero el propio proceso judicial le posibilitó adentrarse con profundidad en los mecanismos sociales que habían engendrado aquellos actos y, sobre todo, en el entramado a través del cual se fabricaba la imagen de aquellos obreros y se impulsaba la condena a los mismos.
Una crónica martiana de 15 de marzo de 1887 presenta una mirada diferente,aunque aún insuficiente, acerca no solo de los acontecimientos del año anterior y el proceso que se seguía contra los siete obreros detenidos, sino del problema social en general. Martí decía entonces:
Por la ley o por el diente, aquí ha de haber justicia. Los que se quejanpor falta de ella, la clase desacomodada, suele pedirla mal, o tomarla por su mano, pero se le ve ya moverse en la cosa pública como en morada propia (…).
(…)
El trabajador que es aquí el Atlas, se está cansando de llevar a cuestas el mundo y parece decidido a sacudírselo de los hombros, y buscar modo de andar sin tantos sudores por la vida.[3]
Ese mismo año, en noviembre, ya escribía una apreciación de profundo calado en la crónica que tituló “Un drama terrible”. Aquí presenta el balance de todo el proceso. En su criterio, desde la guerra del Sur no se había dado tal interés en Estados Unidos “alrededor de un cadalso”. Martí apreció que
La república entera ha peleado, con rabia semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de un abogado benévolo, una niña enamorada de uno de los presos, y una mestiza de india y español, mujer de otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al cadalso los siete cuerpos humanos que creía esenciales a su mantenimiento.[4]
Percibió entonces que la república se había amedrentado ante “el poder creciente de la casta llana”,a partir de lo que llamó “el deslinde próximo de la población nacional en las dos clases de privilegiados y descontentos”, por lo que esa república “determinó valerse por un convenio tácito semejante a la complicidad” de aquellos acontecimientos “para aterrar con el ejemplo de ellos”, a las que calificó de “tremendas capas nacientes”.Estaba percibiendo las razones por las que el sistema necesitaba castigar para garantizar su propia estabilidad y también los modos de operar.
Martí habló de la acusación que no llegó probarse y de como aquellos obreros murieron “víctimas del terror social”, sin que se hubieran remediado los males contra los cuales luchaban. Para el cubano
Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, alguna hora de sol en que ayudar a su mujer a sembrar un rosal en el patio de la casa, a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin bascas. (…)
Sin embargo, la realidad que constató en esa lucha fue la unión de todos los poderes para la represión:
Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, combinábanse los capitalistas, castigábanlos negándoles el trabajo (…), echábanles encima la policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que le resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre a volver al trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza.
Por los métodos empleados frente a estas luchas obreras, llegó a afirmar: “De una apacible aldea pasmosa se convirtió la república en una monarquía disimulada.”
Martí describió el amañado juicio, hizo un retrato de los obreros condenados y de su manera de asumir la condena y la ejecución, también la forma en que la prensa manejó el asunto para pintar a los condenados como “bestias dañinas”, la actitud de los representantes de la justicia, incluyendo a la Suprema Corte que confirmó la sentencia de muerte y llega a decir, ante los argumentos de un obrero al gobernador en defensa de sus compañeros, que este los condenará porque “la república entera le pide que los condene para ejemplo”. Todo este análisis le permitió hacer una consideración esencial sobre los obreros en lucha: “No comprenden que ellos son mera rueda del engranaje social, y hay que cambiar, para que ellas cambien, todo el engranaje”, con lo que planteaba la esencia del conflicto social y su solución.
La experiencia de los sucesos de Chicago permitió a Martí comprender con gran hondura los mecanismos de la sociedad norteamericana, de ahí que pudiera decir meses después, en mayo de 1888, cuando analizaba otro conflicto
(…) se ve como todo un sistema está sentado en el banquillo, el sistema de los bolsistas que estafan, de los empresarios que compran la legislación que les conviene, de los representantes que se alquilan, de los capataces de electores, que sobornan a éstos, o los defienden contra la ley, o los engañan; el sistema en que la magistratura, la representación nacional, la Iglesia, la prensa misma, corrompidas por la codicia, habían llegado, en veinticinco años de consorcio, a crear en la democracia más libre del mundo la más injusta y desvergonzada de las tiranías.[5]
Sin duda, Martí había ahondado en el análisis de la sociedad norteamericana y comprendido sus resortes de funcionamiento.
[1] José Martí: Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973, 28 Tomos, T 9, pp. 277-278.
[2] Ibíd., TT 9, pp. 322-323.
[3] Ibíd., T 11, pp. 172, 173.
[4] Toda la crónica está en Ib´ñid., T 11, pp. 333-356.
[5] Ibíd., T 11, p. 437.
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Profesora titular