José Martí, al igual que otros próceres latinoamericanos, abordó de manera tan profunda y visionaria la realidad de su tiempo histórico que se proyecta hacia nuestra época con un sentido de actualidad y vigencia muy reales. Pero es innegable que existen circunstancias peculiares en el liderazgo político y revolucionario de José Martí que lo aproximan aún más a los problemas de hoy, y ello acontece porque su lucha se desenvuelve en una época más dinámica y compleja que las conocidas por sus antecesores en el continente americano.
La revolución democrática y popular de Martí llega en un momento en que irrumpe en escena el naciente imperialismo norteamericano, acompañado de un irrefrenable apetito expansionista sobre las naciones de América Latina y el Caribe, como paso previo para su penetración y dominio hemisférico. Y a partir de la experiencia insuperable que le dio el contacto directo con la realidad y la historia de Norteamérica en los quince últimos años de su vida, Martí alcanzó a comprender lo que escapó a muchas reconocidas inteligencias latinoamericanas, a saber, el hecho de que existían dos Américas, distintas no solo por provenir de dos sistemas de coloniaje y dos niveles diferentes de desarrollo, sino también por la circunstancia que emanaba de las ambiciones del poderoso vecino del norte sobre nuestros pueblos, desunidos y débiles.
A fines del siglo XIX, José Martí advirtió los cambios que esta nueva condición suponía en las relaciones internacionales. En La América, revista mensual dirigida a fomentar el comercio de exportación de los Estados Unidos hacia América Latina, revela su percepción acerca de una tendencia unificadora a escala mundial, regida por principios y condicionamientos, que lo llevó a plantear la unidad e integración de los países de Nuestra América, como fundamento del equilibrio continental y universal. Es útil recordar que su perenne vigilancia de este incipiente fenómeno lo condujo a denunciar en 1885 lo que consideró el conjunto de medidas que propiciaría la subordinación económica y financiera de América Latina a los mecanismos de penetración y dominio del imperialismo norteamericano : “De nada menos se trata- decía Martí- que de ir preparando, por un sistema de tratados comerciales o convenios de otro género, la ocupación pacífica y decisiva de la América Central e islas adyacentes por los Estados Unidos”[1]. Estos incipientes antecedentes de lo que hoy se conoce como Acuerdo de Libre Comercio para las Américas, evaluados y denunciados por Martí, marcaron las bases de una profunda asimetría estructural entre la economía norteamericana y las latinocaribeñas.
Durante aquel invierno de angustias cuando, según dijera en el prólogo a los Versos Sencillos, ¨ se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos” en la Conferencia Internacional de Washington, Martí había denunciado «el planteamiento desembozado” de la era del predominio de los Estados Unidos, que miraba ya “como privilegio suyo la libertad, que es aspiración universal y perenne del hombre, y a invocarla para privar a los pueblos de ella»[2], y ante tales peligros, llama entonces el Maestro a la América española a declarar su «segunda independencia”. Martí comprende que nuestra América tiene ante sí retos muy difíciles, porque las oligarquías nativas, atadas por sus propias limitaciones, han agudizado el grado de dependencia, y los pueblos, desprovistos de proyectos políticos radicales, se han desangrado en guerras que solo han conducido al caudillismo, alzando a personalidades detrás de cuyos estandartes las masas han marchado sin un camino cierto.
Su pupila anticipadora le hacía ver que el progreso y el futuro pacífico de Cuba debían surgir de su completa y definitiva independencia política y económica y de un gobierno que, sin ataduras a intereses foráneos, fuera capaz de llevar a cabo su ideal republicano. No puede olvidarse que desde época muy temprana la especificidad de la realidad cubana ante el modelo de república entonces paradigmático de los Estados Unidos, hace expresar justamente a Martí en unos apuntes escritos durante su primera deportación, que la vía de solución a los problemas cubanos no puede ser la copia de ese modelo, porque aún cuando le ha proporcionado a la nación norteña un alto grado de prosperidad, también “lo han elevado al más alto grado de corrupción”[i], lo cual le hace afirmar a sus 18 años que la república estadounidense no puede ser por ningún concepto la nuestra. Y al aquilatar la posición neutral asumida por el gobierno de los Estados Unidos ante la beligerancia del pueblo cubano durante la Guerra de los Diez Años, advierte en 1876: “Ni esperamos su reconocimiento, ni lo necesitamos para vencer”, [3] posición que mantendrá inalterable durante la organización de la guerra necesaria, cuando una de sus ideas directrices, según recordaba Juan Gualberto Gómez en los inicios de la república neocolonial, era “procurar a todo trance que la República por la cual iban a luchar fuera eminentemente latina, naciera sin compromiso ninguno con nuestros vecinos sajones y afirmara su existencia principalmente en la solidaridad con la América española”.[4]
La crítica descarnada de la sociedad estadounidense alcanza toda su dimensión en las crónicas norteamericanas escritas por Martí en la década del 80 y los primeros años de los 90 del siglo XIX, coincidiendo con su combate resuelto contra las diferentes posiciones del anexionismo que se consolidan por esa misma época. Un peligro prevé Martí en relación con la corriente anexionista, y es el desgajamiento de la nacionalidad cubana, la pérdida de la identidad como consecuencia del dominio económico y político de los Estados Unidos sobre nuestro país, lo cual socavaría las bases de la sociedad y de la cultura cubanas, y por ello insiste: “… el sacrificio oportuno es preferible a la aniquilación definitiva. Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la perdida, de nuestra nacionalidad”.[5]
De este modo, el significado de la guerra que se libraría en Cuba no se limitaría a la simple obtención de la independencia, sino a la construcción de una república basada en ideales democráticos y antimperialistas, cuyas conquistas en los planos económico, político y social, debían estar dirigidas al mejoramiento humano. Martí comprendió tempranamente los grandes obstáculos que se levantarían, tanto dentro como fuera de Cuba, para llevar adelante tan magna obra y por ello prevé la implementación de tres condiciones fundamentales: la unidad y ordenamiento internos del país, la toma de conciencia de los pueblos de Cuba y demás países de Nuestra América, y la unión de dichos pueblos en un frente común antimperialista. Las dos primeras de estas condiciones suponía una gigantesca labor ideológica que Martí ya había comenzado y nos dejó en sus artículos y discursos revolucionarios; la tercera, debía ser el resultado del desarrollo de la conciencia nacional y continental, cuya primera etapa radicaría en la lucha armada contra el dominio del colonialismo español.
Nada descuidó Martí en aquella contienda del 95, y a estas preocupaciones obedece la actividad intensa y permanente del Apóstol por aproximarse al pueblo norteamericano como medio de informarlo y persuadirlo acerca de la causa de la independencia cubana, para lo cual utilizó entre otros medios, la docencia, la prensa y la oratoria. Pero sin lugar a dudas uno de los ejemplos más ilustrativos de este esfuerzo movilizador fue su inclusión en diciembre de 1890 como socio del Club Crepúsculo, institución creada por personalidades de la cultura, de la economía y de la política de ese país, que unidas por el amor a la naturaleza y a la justicia, encontraron en esta asociación una vía para reformar el sistema político estadounidense y debatir sobre temas cruciales para la sociedad norteamericana y el equilibrio de los pueblos.
Entre los factores fundamentales que facilitan su incorporación al selecto Club no solo se encuentra el haber sido nombrado meses antes cónsul en Nueva York de la Argentina y Paraguay, cargo que también ocupaba desde 1887 por la República Oriental del Uruguay, sino también el haber alcanzado un merecido reconocimiento en los medios intelectuales norteamericanos, hasta tal punto que hasta el propio secretario de Estado al ver el desempeño de Martí en la Conferencia Monetaria Internacional(1891), intentó ganarlo para sus maniobras electorales, lo cual queda revelado en un libro testimonial escrito por el argentino Carlos A Aldao, en el cual éste recuerda cómo Martí “solía narrar con cierto orgullo haber acompañado hasta la escalera de su modesta vivienda al emisario de Blaine que había entrado en ella a proponerle ventajas pecuniarias, en cambio de cuatro mil votos cubanos de que él podía disponer en Florida y que acaso decidieran en aquel Estado la elección presidencial”.[6]
En esta misma época, sin embargo, escribía: “…los pueblos de América son mas libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos.[7] Esta idea puede dar la impresión de una aparente paradoja con su voluntad de acercamiento y conciliación de intereses con el poderoso vecino, pero en realidad no lo era. En aquellas condiciones no era cuerdo ni viable fomentar una enemistad con la América que no era nuestra, “y de la que con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible, y es útil, ser amigo.”[8] No era intención de sometimiento ni servidumbre lo que intentaba, sino el análisis realista de las circunstancias adversas que sobrevendrían en caso del rompimiento abrupto de las relaciones económicas. “En vano desconocen los cubanos imprudentes─ advertía Martí─ que el respeto conquistado por la propia emancipación, y el comercio libre, son los únicos medios de mantener la paz cordial entre la colonia que sale convulsa e inexperta de un gobierno tiránico, y la nación adelantada e impaciente que, en el conflicto de los caracteres y los métodos, arrollaría en la anexión las fuerzas que estimará, y llegará a amar, en el goce del comercio pleno que se le ha de abrir con la independencia.»[9] Solo que, entiéndase bien, “abrir” no es entregarles los recursos del país, ni es esperar auxilio de ellos a cambio de futuras concesiones, sino que la república en revolución crearía un pueblo libre en el trabajo abierto a todos, tal y como afirma en el Manifiesto de Montecristi. A fin de cuentas, para Martí “En plegar y moldear está el arte político. Solo en las ideas esenciales de dignidad y libertad se debe ser espinudo, como un erizo, y recto, como un pino”.[10]
El Delegado del Partido Revolucionario Cubano apelaba entonces al equilibrio de los intereses económicos foráneos en el país para evitar a toda costa la colonización económica de la futura república de Cuba, al mismo tiempo que garantizaba mercado para los productos cubanos y suficientes capitales como garantía del desarrollo. Ello no significaba en modo alguno que Martí desconociera el carácter igualmente imperialista de otras potencias europeas, sino que existía en él la aspiración profundamente meditada de establecer una alianza táctica, sin perjuicio alguno de su estrategia liberadora y antiimperialista, con vistas a “levantar un pueblo cuya producción se queda en casa y en manos de sus hijos”[11]. En el contexto de la Conferencia Monetaria Internacional Americana, una de las primeras negociaciones multilaterales entre una potencia y un conjunto de naciones del hemisferio, aparece en la Revista Ilustrada de Nueva York un texto martiano esencial, en el cual subraya:”El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que lo necesite menos, al que lo desdeñe menos…»[12]
Pero ese empeño por estrechar los vínculos amistosos con el pueblo norteamericano, que había dado muestras fehacientes de solidaridad con la causa cubana, y de “salvar la honra ya dudosa” de los propios Estados Unidos, tenía para Martí condicionamientos éticos indispensables con vistas a asegurar la perdurabilidad de las relaciones que aspiraba establecer una vez lograda la independencia. Por eso afirmó─ y con esto termino─, lo siguiente:
“… el desdén de un pueblo poderoso es mal vecino para un pueblo menor. A fuerza de igualdad en el mérito, hay que hacer desaparecer la desigualdad en el tamaño. Adular al fuerte y empequeñecérsele es el modo certero de merecer la punta de su pie más que la palma de su mano. La amistad, indispensable, de Cuba y los Estados Unidos, requiere la demostración continua por los cubanos de su capacidad de crear, de organizar, de combinarse, de entender la libertad y defenderla, de entrar en la lengua y hábitos del norte con más facilidad y rapidez que los del norte en las civilizaciones ajenas. Los cubanos viriles y constructores son los únicos que verdaderamente sirven a la amistad durable y deseable de los Estados Unidos y de Cuba”.[13]
[1] José Martí, Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Tomo 8, p.87
[2] José Martí, OC, Ob Cit, Tomo 6, p.53
[3] José Martí. «A la colonia española». Revista Universal. México, 8 de septiembre de 1876. Ob. Cit, Tomo 1. p. 138.
[4] Juan Gualberto Gómez. “La Revolución del 95. Sus ideas directoras; sus métodos iníciales, y causas que la desviaron de su finalidad”. El Fígaro, La Habana, 20 de mayo de 1902. Tomado de: Colectivo de autores. La guerra antiimperialista en Cuba. Editora Popular de Cuba y del Caribe, La Habana, 1960, p. 8
[5] José Martí, OC, Ob Cit, Tomo 1, p. 251
[6] Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, No 13, 1990, p. 404
[7] José Martí. «Las guerras civiles en Sudamérica”. Patria. Nueva York, 22 de septiembre de 1894. Tomo 6. p. 26 a 27.
[8] José Martí. “Honduras y los extranjeros”. OC, Ob Cit, tomo 8, p. 35
[9] José Martí. «El Partido Revolucionario a Cuba». Patria. Nueva York, 27 de mayo de 1893, Ob Cit, Tomo 2. p. 346 a 347.
[10] José Martí. La Nación, 15 de julio de 1885. En: Ob Cit, Tomo 10, p. 250.
[11] José Martí. OC, Ob Cit, p. 61-62.
[12] José Martí. OC, Ob Cit, Tomo 6, p. 160
[13] Cita de Gonzalo de Quesada y Aróstegui en el Volumen 6, “Hombres”, de la Colección Obras de Martí, p. 6. Tomado de: Emilio Roig de Leuchsenring. Martí, antiimperialista. Ministerio de Relaciones Exteriores, Segunda Edición Notablemente Aumentada, La Habana, 1961, p.39