Hay quienes nacen con aptitudes para el deporte y otros para ser estelares más allá de esas aptitudes. La voleibolista Mercedes Pérez Hernández, para todos Mamita Pérez, es un ejemplo de excelencia, aunque nunca escribió tras licenciarse en periodismo —más por modestia que por inteligencia— una crónica sobre sus remates y su liderazgo en un tabloncillo, net por medio.
Su llegada al equipo nacional para los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1966, los de la epopeya del Cerro Pelado, marcó el inicio de una larga carrera que solo encontró final 18 años más tarde, cuando otra grande, la joven entonces Mireya Luis, asumió el protagonismo de un conjunto que un narrador excepcional había calificado con justicia las Espectaculares Morenas del Caribe.
Mamita fue una jugadora integral, de esas que abundan poco y Eugenio George se dio el lujo de contar con casi todas. Era de las más corajudas y premiadas en cualquier escenario internacional. Pedía pases a las armadoras para decidir sets o levantar el ánimo de sus compañeras, defendía con reacción felina en zonas zagueras cuando le tocaba en la rotación y su potente saque era temido por las rivales, a pesar de que no lo realizaba con salto como es habitual hoy.
La derrota en los Centrocaribes disputados en Panamá 1970 clasifica para ella entre las espinas más dolorosas, aunque luego consiguiera tres cetros regionales en líneas: 1974, 1978 y 1982. Cinco medallas en Juegos Panamericanos: bronce en 1967 y oros en 1971, 1975, 1979 y 1983 también engordan sus vitrinas, en las cuales solo quedó pendiente un podio olímpico, esquivo en tres participaciones 1972, 1976 y 1980.
Sin embargo, el escalón más alto, la cumbre merecida, la consiguió Mamita en el octavo campeonato mundial, celebrado en Moscú 1978. La atacadora auxiliar cubana con más preparación física y mejores recursos técnicos de esa época festejó la corona universal con un juego alegre y casi perfecto, única fórmula posible para ganarles a las Niñas Magas del Oriente, equipo japonés que perdió su primer título internacional ese inolvidable 6 de septiembre.
Días después de aquel sorpresivo oro mundial, el líder de la Revolución, Fidel Castro Ruz, la mandó a buscar para conversar. Y cuenta que fue como “una hija con su padre”. Preguntas, historia, anécdotas, sueños, muchos sueños, llenaron aquella tarde.
La mejor voleibolista del mundo en 1978 según la Federación Internacional e integrante del llamado trío del terror junto a Nelly Barnet y Mercedes Pomares por su poder de resolución a puros rematazos, anda todavía enseñando lo que mejor supo hacer. A Mamita se le extraña todo, su sonrisa, su humildad, su cubanía.